FERTILIDAD, EMBARAZO Y ATENCIÓN AL PARTO DURANTE LA EDAD MEDIA


La literatura medieval en hebreo sobre salud femenina refleja la pugna por excluir a las mujeres de la práctica médica legimitada.

La Memoria de las enfermedades que ocurren en los órganos de la generación es una obra hebrea escrita en Castilla por un autor desconocido a fines del siglo XII o principios del XIII. Organizada en dos partes, dedica su segunda sección a las enfermedades de los órganos reproductivos femeninos. Su autor hace un recorrido por las dolencias relacionadas con el ciclo biológico femenino, explica su etiología, describe los síntomas y ofrece tratamientos; todo ello, de acuerdo con la teoría hipocrático-galénica de los humores. No falta en esta sección un apartado dedicado a las complicaciones del parto, en el que se exponen las distintas causas que pueden dificultarlo, así como las instrucciones que ha de recibir la comadrona —supuestamente del médico— para ayudar a la mujer y facilitar el nacimiento de la criatura.

Para la medicina medieval, hombres y mujeres poseen cuerpos anatómica y fisiológicamente distintos. Esta forma diferenciada de conceptualizar el cuerpo propicia la producción de un corpus de literatura médica que atiende a las peculiaridades y necesidades sanitarias de las mujeres. El siglo XII verá aparecer un género dedicado especificamente a la salud femenina, que circulará por el occidente europeo (en latín, lenguas vernáculas y hebreo) hasta finales de la Edad Media.

Los textos de este corpus están generalmente escritos en masculino y en ellos rara vez aparecen mujeres; cuando lo hacen, es de forma anónima o actuando bajo las órdenes de médicos. Esta ausencia de mujeres en las obras dedicadas a tratar dolencias femeninas resulta llamativa. Sobre todo, cuando algunos textos latinos y hebreos utilizan en sus prólogos el argumento de la modestia y la vergüen-za femeninas —aduciendo que las enfermedades de muchas mujeres se agravan porque la modestia les impide mostrar a los médicos sus partes secretas— para justificar la escritura de un tratado sobre salud femenina.

Según el autor de la Memoria de las enfermedades, «si la causa de la retención del feto es su mala presentación, debes ordenar a la comadrona que lo devuelva a la posición correcta con sabiduría». Este ejemplo muestra la forma en que la literatura médica en hebreo entiende la práctica sanitaria de las mujeres, al subordinar su actividad a la del médico: ellas manipulan y palpan el cuerpo femenino, mientras el médico detenta el conocimiento teórico. Ello nos revela, además de la visión de los autores médicos sobre cómo debía ser la prác-tica médica femenina, un problema de nomenclatura y defi-nición que se acentuó cuando las mujeres quedaron excluidas de las categorías profesionales del nuevo sistema médico legitimado por la institución uni-versitaria.

Pero las mujeres no solo trataron a otras mujeres. A pesar de su lenta pero progresiva exclusión de la práctica médica legitimada, las necesidades sa-nitarias de la población permi-tieron la convivencia de distintos sistemas de salud en los que ellas participaron activamente. Además, no hay que olvidar que durante la Edad Media el cuidado sanitario se proporcionaba en gran medida en el ámbito doméstico, que no era definido como un espacio de curación, pero en el que se esperaba de las mujeres que cuidaran de la salud y trataran las enfermeda-des de su familia.

Que el cuidado sanitario proporcionado por las mujeres en el ámbito doméstico abandonaba con frecuencia este espacio para adquirir carácter de ocupa-ción ha quedado registrado en fuentes de diversa índole, desde la concesión de licencias para practicar, pasando por protocolos notariales que registran dedicación laboral, cartas reales, documentos eclesiásticos, actas de juicios, inscripcio-nes funerarias, anécdotas y otras referencias directas e indirectas. Un testimonio no poco interesante que nos permite per-cibir el reconocimiento que pudo llegar a obtener su práctica en algunas ocasiones son las críticas que han dejado escritas prominentes médicos, mediante las que se quejan de que hombres y mujeres acu-dían a mujeres (generalmente ancianas) con el fin de conseguir una cura.

Así se expresan, entre otros, Maimónides (11381204) en su Tratado sobre el asma y el autor desconocido de la enciclopedia médica Sefer ha-yosher, escrita en Provenza a fines dei siglo xiii, que acusan a estas mujeres de carecer de conocimiento científico y avalar su práctica exclusivamente en la experiencia.

Consideraciones aparte sobre la exten-sión y el reconocimiento que tuvieran las prácticas médicas femeninas, ginecología y obstetricia son dos campos del saber en los que las mujeres detentan el monopolio casi absoluto hasta el siglo xvi. Durante la Edad Media, en la inmensa mayoría de los casos, el comienzo de la vida se encuen-tra inmerso en el mundo femenino. Las parturientas (judías, árabes y cristianas) eran atendidas en su casa por vecinas y comadronas.

Las comunidades judías del Medi-terráneo occidental, que compartieron los sistemas médicos de las sociedades en cuyo seno vivieron, participaron también en la creación y difusión de la corriente de literatura dedicada al cuidado de la salud femenina. Se trata de textos médicos que establecen un continuo diálogo con la producción científica y filosófica del entorno, pero que también conversan con la propia tradición judía. En muchos de ellos percibimos una tensión entre las preocupaciones terapêuticas, el influjo de la filosofia natural y el peso de la ha-lajá o ley judía. Esta literatura también refleja los intereses y preocupaciones de las propias mujeres en torno al cuidado de sus cuerpos, lo que puede observarse en la impronta que han dejado en al-gunos de ellos las prácticas locales fe-meninas.

Esos textos, por lo general anónimos y con escasas disquisiciones teóricas, van ofreciendo, a modo de recetarios, medidas y remedios a una serie de dolencias e incidencias relacionadas en gran medida con el ciclo biológico femenino. Entre todas estas preocupaciones sanitarias, la maternidad y todas las circunstancias conectadas con la fertilidad, el embarazo y el parto ocupan un lugar destacado. Por ejemplo, el Libro de amor de mujeres, una compilación anónima del siglo xiii, discute métodos para descubrir si una mujer es fértil, medios para quedarse embarazada y para prevenir el aborto, procedimientos para facilitar el parto y para extraer la placenta, tratamientos del dolor post-parto y para favorecer el flujo de la leche materna o cortarlo, y métodos para prevenir el em-barazo y para abortar.

También el Capítulo de mujeres, un breve tratado del siglo xv de autoría des-conocida, se ocupa de incidencias tales como la inflamación del vientre tras el parto, métodos para facilitar y acelerar el parto, procedimientos y medicinas para expulsar el feto muerto (o vivo), reme-dios para los dolores post-parto o trata-mientos para facilitar la concepción. La centralidad de esta esfera de cuidado es tal que muchos tratados hebreos hacen referencia explícita a ella en sus títulos, en los que abundan alusiones directas a «concepción», «embarazo», «parto» o «esterilidad».

Pese al discurso androcéntrico que representa la actividad de las comadro-nas como subsidiaria de la del médico, los textos médicos también reconocen su experiencia y competencia. El mencionado pasaje de la Memoria de las enfer-medades también reconoce la destreza y autonomía de la comadrona cuando, al tratar la retención del feto por mala presentación, explica que debe ser ella quien ha de manipularlo de acuerdo con su «sabiduría», para lo que utiliza el término hebreo hokmah, con el que también se designa a la «ciencia». No en vano la denominación meyaledet («comadrona») alterna en los textos médicos con ishah hakamah («mujer sabia»). Otras obras nos regalan ejemplos que, aunque parcos en datos, nos acercan a la práctica real de alguna mujer concreta. Medicamentos para el embarazo, del siglo xrv, alude a una mujer ismaelita, cuyo nombre no menciona, de la que el autor aprendió un sahumerio para el parto difícil.

De un lado, resulta llamativo constatar las escasas menciones a una ocupación que debió estar muy extendida dada la necesidad ininterrumpida de atención sanitaria que demandaba un episodio tan habitual en la vida de aproximadamente la mitad de la población durante su edad fértil. De otro, la misma cotidianidad de la labor que llevan a cabo estas mujeres, que se desarrolla en el ámbito del hogar y se comparte con otras vecinas y familiares, la hace casi invisible. Lo normal rara vez se nombra.

La experiencia y pericia de las coma-dronas judías parecen haber alcanzado una gran reputación entre sus contempo-ráneos, en vista del número de judías que atendían partos de cristianas. Aunque también se producía el caso contrario, mujeres judías cuyos alumbramientos eran administrados por cristianas. A pesar de los escrúpulos que expresaban y las prohibiciones que decretaban rabinos y autoridades eclesiásticas, judías y cristianas continuaron acudiendo unas a otras. La casa donde se daba a luz podía ser un «espacio privado» muy ruidoso y lleno de gente, del que generalmente estaban excluidos los hombres, pero al que se permitía la entrada a mujeres de otra religión.

Texto de Carmen Caballero Navas en "Investigación y Ciencia", (edición española de Scientific American), n. 473, febrero 2016. pp. 50-51. Digitalizacion, adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.

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