ALGUNAS PECULIARIDADES DE LA BIBLIA CRISTIANA

La Biblia de Gutenberg
El “libro de los libros” de los cristianos es la Biblia. La traducción alemana Bibel aparece por vez primera en el poema moral “El corredor” del maestro de escuela de Bambarg y forjador de versos, Hugo de Trimberg (nacido hacia 1230, fue asimismo autor de una colección de fabulillas homiléticas, de unos doscientos almanaques hagiográficos, etc.). El término acuñado por Hugo deriva del latín biblia, que tiene a su vez origen en el neutro plural "tá biblia" (los libros).45

La Biblia es una escritura “sagrada” y textos, libros y escrituras sagradas forman, en la historia de las religiones, parte del oficio, del negocio, del cual depende estrechamente; y no sólo del monetario, sino también del político y, en última instancia, de cualquiera abrigado por el corazón humano.

Las biblias de la humanidad son, pues, numerosas: los tres Vedas de la antigua India, por ejemplo, los cinco ching, libros canónicos de la religión imperial china, el Siddhanta del jainismo, el Típitakam del budismo theravada, el Dharma del budismo mahayana indio, el Tripitakam del budismo tibetano, el Tao-té-ching de los monjes taoístas, el Avesta del mazdaísmo persa, el Corán en el Islam, el Granth de los sikh, el Gima del mandeísmo. Hubo gran cantidad de escrituras sagradas en los misterios helenísticos, a los que ya se hacía referencia en la época precristiana simplemente con la palabra “escritura”, o con la fórmula “está escrito” o “como está escrito”.

En Egipto las escrituras sacras se remontan a las épocas más antiguas, citándose ya en el tercer milenio antes de Cristo un texto sagrado. Palabras de Dios. ¿Y no ha desenterrado la moderna investigación las escrituras sagradas de tantas antiguas religiones? Pero incluso para la época moderna todavía es válido lo de que: sigue siendo fecundo el seno del que salieron... Así, en el siglo XIX la campesina Nakayama Mikiko escribió el texto sagrado de la secta Tenrikyo fundada por ella misma, con 17 revelaciones (O-fude-saki, “de la punta del pincel”) y “anotación de antiguas cosas” (Go-Koki); e incluso tras su muerte reveló al carpintero Iburi, su discípulo y sucesor, los “preceptos” (Osashizu).46

Claro está que sabemos que la Biblia no es sólo un libro entre libros sino el libro de los libros. No es, por consiguiente, ningún libro que pueda equipararse a Platón o al Corán o a los viejos libros de la sabiduría india. No, la Biblia “está por encima de ellos; es única e irrepetible” (Alois Stiefvater). Dicho sea de paso: en la exclusividad insisten especialmente las religiones monoteístas (¡y por eso son precisamente, por así decirlo, exclusivamente intolerantes!). “Lo mismo que el mundo no puede existir sin viento, tampoco puede hacerlo sin Israel”, afirma el Talmud. En el Corán se dice: “Tú nos has elegido de entre todos los pueblos [...] tú nos has elevado sobre todas las naciones [...]”. Y también Lutero se jacta:

“Nosotros los cristianos somos más grandes y más que todas las criaturas [...]”. En resumen, que la Biblia es algo especial, lo que entre otras cosas explica que la cristiandad no tuviera en sus primeros ciento cincuenta años ninguna “Sagrada Escritura” propia, y por ese motivo asimiló el libro sagrado de los judíos, el Antiguo Testamento, que según la fe católica precede “al Sol de Cristo” como “estrella matutina” (Nielen).47

El nombre de Antiguo Testamento (griego diathéke, alianza) procede de Pablo, que en 2 Cor. 3, 14 habla de la Vieja Alianza. La sinagoga, que naturalmente no reconoce ningún Nuevo Testamento, tampoco habla del Antiguo sino de Tenach (fnak), una palabra artificial formada por las iniciales de torah, nebi'im y ketubim: ley, profetas y (restantes) escritos. Se trata de los escritos del Antiguo Testamento, que tal como los transmitieron los hebreos son hasta la fecha las Sagradas Escrituras de los judíos. Los judíos palestinos no establecieron el textus "receptas" definitivo hasta el Sínodo de Jabne (Jamnia), entre los años 90 y 100 d. C., que son 24 libros, igual número que las letras del alfabeto hebreo. (Fueron las biblias judías del siglo XV las primeras que procedieron a una división distinta y dieron lugar a 39 libros canónicos). En cualquier caso. Dios, al que remiten estas Sagradas Escrituras y del que proceden, necesitó más de un milenio para su recopilación y redacción definitiva; aunque no resulta un período tan largo si se tiene en cuenta que para él mil años son como un día.48

Lo singular de la Biblia cristiana es que es que cada una de las distintas confesiones tiene también biblias distintas, que no coinciden en su conjunto y que lo que unos consideran sagrado a otros les parece sospechoso.

La Iglesia católica ― que distingue entre escritos protocanónicos, es decir, que nunca se han discutido, y deuterocanónicos, cuya “inspiración” durante algún tiempo fue “puesta en duda” o se consideró incierta ― posee un Antiguo Testamento mucho más amplio que el de los judíos, del que procede. Además del canon hebreo, recogió en sus Sagradas Escrituras otros títulos, en total (según el recuento del Tridentino en su sesión del 8 de abril de 1546, confirmado por el Vaticano I en 1879) 48 libros, es decir, además de los llamados deuterocanónicos: Tobías, Sabiduría, Eclesiástico, Baruch y cartas de Jeremías, Macabeos I y II, oración de Azarías, himno de los tres jóvenes en el homo, historia de Susana, historia de Bel y el dragón, Ester 10, 4-16, 24.

Por el contrario, el protestantismo, que otorga autoridad exclusivamente a los libros que aparecen en el canon hebreo, no considera como canónicos, como manifestados por Dios, los deuterocanónicos añadidos por el catolicismo, les concede escaso valor y los llama “apócrifos”, o sea, que lo que los católicos llaman libros nunca tuvieron validez canónica. (Lutero, al delimitar lo que pertenecía al canon, se apoya en el “testimonio espiritual interior” o en el “parecer interno”. El segundo libro de los Macabeos, por ejemplo, lo elimina porque le perturbaba el pasaje sobre el purgatorio, cuya existencia él negaba y que introdujo su contrincante Eck. Sobre ese mismo libro y también sobre el de Ester, opinaba que “tienen demasiados resabios judíos y paganos”. No obstante, consideraba que los escritos deuterocanónicos eran “útiles y buenos para leer”. De todas maneras no estaban inspirados por Dios; en cualquier caso menos que el “parecer interno” del reformador.) En el Sínodo de Jerusalén, la Iglesia griega tomó en 1672 la resolución de incluir entre la palabra divina otras cuatro obras que no aparecían en el canon normativo de Jabne ― Sabiduría, Eclesiástico, Tobías, Judit―, con lo cual resultaba más exagerada que los protestantes pero no tanto como la Iglesia católica romana.49

Mucho más amplio que el Antiguo Testamento era el canon del judaísmo helenista, la Septuaginta (abreviada: LXX, la traducción de los 70 hombres, véase la carta de Aristeo). Fue elaborada para los judíos de la diáspora en Alejandría por diversos traductores en el siglo iii antes de Cristo, fue el libro de la revelación sagrado de los judíos de lengua griega, es la transcripción más antigua e importante del Antiguo Testamento al griego, la lengua universal de la época helenística, y como biblia oficial del judaísmo de la diáspora entró a formar parte de la sinagoga. La Septuaginta, sin embargo, recogió más escritos que el canon hebreo y más también de los que más tarde consideraron válidos los católicos. Con todo, las citas al Antiguo Testamento que aparecen en el Nuevo (con las alusiones 270 a 350) proceden en su mayoría de la Septuaginta y ésta constituyó para los Padres de la Iglesia, que la utilizaron con insistencia, el Antiguo Testamento, considerándola como las Sagradas Escrituras.50

“Semblanzas del mundo femenino bíblico”

Entre las singularidades del Antiguo Testamento está la oposición más o menos fuerte que encontró desde siempre en el cristianismo, pues esta parte de la “palabra de Dios”, que es la más amplia, no sólo rebosaba de una enorme crueldad guerrera sino que consagraba el engaño, la hipocresía, el asesinato a traición: por ejemplo las heroicidades de Pineas, que se introduce a hurtadillas en la tienda y atraviesa con una espada los genitales a una pareja de amantes; las acciones sanguinarias de Judit de Beíulia, que entra en el campamento de los asirios y mata alevosamente al general Holofernes; el golpe mortal de Jael, que atrae amistosamente a Sisera, al capitán fugitivo del rey de Chazor, que se encuentra agotado, y le asesina por la espalda.51

Estos y otros actos similares cuentan con más de dos mil años. Y no sólo aparecen allí sino que se les justifica y se les ensalza a través de los tiempos. Todavía en el siglo xx el arzobispo cardenal de Munich y experto en el Antiguo Testamento, Michael Faulhaber, prior castrense del emperador, seguidor de Hitler y post festum luchador de la resistencia, elogia pomposamente “el acto de Judit”, la acción de una mujer que, según dice él mismo, primero ha “mentido”, después “ha tejido una red de mentiras conscientes” y finalmente “ha matado de modo alevoso a un durmiente”. Sin embargo, “como guerrera del Altísimo, Judit se sentía depositaría de una misión divina [...]. La lucha por las murallas de Betulia era en última instancia una guerra de religión [...]”.52

Pero si hay en juego algo “sagrado”, los jerarcas consideran siempre válida cualquier acción diabólica, con tal de que vaya también en interés de la Iglesia, es decir, del suyo propio. En consecuencia, Friedrich Hegel, vehemente detractor del cristianismo (“la raiz de toda discordia”, “el virus variólico de la humanidad”), con su Judith (1840), que le hizo famoso, es descalificado por presentar sólo una “triste caricatura de la Judit bíblica”. Otro poeta, en cambio, mereció un dictamen mucho más favorable por parte de ese mismo príncipe eclesiástico. Después de que Faulhaber recordara la proeza de Jahel con las palabras de la Biblia (“y tomó así una estaca y cogió un martillo y se le acercó silenciosamente, colocó la estaca en su sien y le golpeó con el martillo, atravesando el cerebro hasta el suelo”), dice no obstante que esto es “indigno, pérfido, hipocresía y asesinato”. Pero la Biblia glorifica a esta mujer como “heroína nacional” a través del himno de la profetisa y juez Débora. Y así lo celebra durante dos milenios todo el orbe católico y también su autor más famoso, Calderón, “en uno de sus autos sacramentales [...] dio a la juez Débora las figuras alegóricas de la prudencia y la justicia y a Jahel las otras dos virtudes cardinales, la templanza y la fortaleza [...]. Jahel, que destroza la cabeza de los enemigos de la revelación se convierte en proyección de la Inmaculada, que según palabras de la Biblia latina aplasta la cabeza de la vieja serpiente. De ahí sus palabras mientras que destroza la cabeza de Sisara: “Muere, tirano, con estas armas que albergan un profundo secreto”. Bajo las manos de Calderón, toda la historia de Débora se convierte en una pequeña doctrina mariana”.53

¡Bonita expresión esa de la “pequeña doctrina mariana”! Al menos para quien sepa (pues la gran masa de los católicos no es la única en ignorarlo) que María no es sólo la Inmaculada, la casta, la reina, la dominadora triunfante de los impulsos, sino la sucesora en cabeza de Jano de su antigua predecesora, Istar, la Atenea virgen, la Artemisa virgen, también la gran diosa cristiana de la sangre y de la guerra; no sólo “nuestra amada Señora del Tilo”, “del verde bosque” sino también del asesinato y de las masacres, desde comienzos de la Edad Media hasta la primera guerra mundial, donde Faulhaber publica el 1 de agosto de 1916, el “día de conmemoración de la madre de los Macabeos”, en “edición de guerra”, la tercera edición revisada de su Charakterbilder der biblischen Frauenweit (Semblanzas del mundo femenino bíblico) para “llevar al mundo femenino alemán en sangrientos y graves días a los ejemplos todavía vivos de sabiduría bíblica, a las fuentes que todavía emanan fuerza espiritual, a altares aún flameantes de consuelo supraterrenal”. Pues las mujeres podrían “aprender mucha sabiduría de guerra” de estas mujeres bíblicas, “mucho sentido de valentía”, “mucho espíritu de sacrificio”. “Incluso en los días de guerra la palabra de Dios sigue siendo una luz en nuestro camino.” Y en sexta edición, el cardenal Faulhaber presenta sus Semblanzas, antes de la época hitleriana, en 1935 y ensalza a Débora como “una heroína de ardiente patriotismo”, “que hace renacer en su pueblo la libertad y una nueva vida nacional”.54

“Sobre este barro, sobre este barro [...]”: Oposición al Antiguo Testamento en la Antigüedad y en la época moderna

Habría que hacer alusión a esto ― pars pro foto!―, pues los Faulhabers son legión y con su demagogia criminal llevan su correspondiente parte de culpa en esta cruel historia. En el siglo ii, cuando los cristianos no se ejercitaban todavía en la guerra como habrían de hacer de modo permanente poco más tarde, entre ellos había quizá más adversarios del Antiguo Testamento que defensores. Y ninguno de ellos vio más clara su incompatibilidad con la doctrina del Jesús bíblico que el “hereje” Marción, al menos ninguno sacó de ello consecuencias y con tal éxito. En sus Antítesis (perdidas) mostraba las contradicciones y elaboró el primer canon de escritos cristianos, basándose en el evangelio de Lucas, el de menor influencia hebrea, y en las cartas de Pablo.55

Diecisiete, dieciocho siglos después, los teólogos entretejen coronas de alabanza hacia el proscrito, desde Harnack a Nigg; el teólogo Overbeck, amigo de Nietzsche (¡”el Dios del cristianismo es el Dios del Antiguo Testamento”!) hace constar que ha entendido correctamente este Testamento; para el teólogo católico Buonaiuti “es el más denonado y perspicaz enemigo” de la “ortodoxia eclesiástica”.56

Precisamente han sido los círculos “herejes” los que han combatido el Antiguo Testamento. Muchos gnósticos cristianos lo condenan de manera global. Doscientos años después, también al apóstol visigodo Wulfíla, un arriano de sentimientos pacifistas, le escandalizaba el contraste entre Yahvé y Jesús. En su versión de la biblia al gótico, realizada alrededor del año 370 y que es el monumento literario alemán más antiguo, el obispo no tradujo los libros de historia del Antiguo Testamento.

Después del siglo de la Ilustración, arreciaron de nuevo las críticas.

El perspicaz Lessing, que considera también precarios los fundamentos históricos del cristianismo, exclama a la vista del viejo libro de los judíos: “¡Sobre este barro, sobre este barro, gran Dios! ¡Si llevara mezcladas un par de pepitas de oro [...] Dios! ¡Dios! ¿En qué pueden basar los nombres una fe con la que puedan confiar en ser felices eternamente?”.57

Con mayor apasionamiento flagela Percy Bysshe Shelley (1792-1822) ”todo el desdén hacia la verdad y el menosprecio de las leyes morales elementales”, la “inaudita blasfemia de afirmar que el Dios Todopoderoso había ordenado expresamente a Moisés atacar a un pueblo indefenso y debido a sus distintas creencias aniquilar por completo a todos los seres vivos, asesinar a sangre fría a todos los niños y a los hombres desarmados, degollar a los prisioneros, despedazar a las mujeres casadas y respetar sólo a las muchachas jóvenes para comercio carnal y violación”.58

Mark Twain (1835-1910) no podía por menos de comentar cáusticamente: “El Antiguo Testamento se ocupa esencialmente de sangre y sensualidad; el Nuevo de la salvación, de la redención. La redención mediante el fuego”.59

También los teólogos han rechazado el Antiguo Testamento como fundamento de vida y de doctrina, entre ellos algunos tan renombrados como Schierlermacher o Harnack, que se opuso vivamente a que este libro “se conservara como documento canónico en el protestantismo [...].

Hay que hacer tabla rasa y honrar a la verdad en el culto y la enseñanza, este es el acto de valentía que se exige hoy ― ya casi demasiado tarde ― al protestantismo”. Pero de qué serviría: se seguiría engañando a las masas con el Nuevo Testamento y los dogmas.60

Pero el Wórterbuch christiicher Ethik católico de la Herderbücherei sigue encontrando en 1975 “las raíces del ethos del Antiguo Testamento” en “la decisiva atención personal” de Yahvé “al mundo y al hombre”, encuentra en el Antiguo Testamento “fundamentalmente ya la defensa de aquello que llamamos los derechos humanos. Detrás de su humanum está Yahvé con todo su peso divino” (Deissier).61

Los cinco libros de Moisés, que Moisés no ha escrito

El Antiguo Testamento es una selección bastante aleatoria y muy fragmentaria de lo que quedó de la transmisión. La propia Biblia cita los títulos de 19 obras que se han perdido, entre ellas El libro de los buenos, El libro de las guerras de Yahvé, el Escrito del profeta Iddo. Sin embargo, los investigadores creen que hubo muchos otros textos bíblicos de los que no nos ha quedado ni el título. ¿Han sido también santos, inspirados y divinos?62

En cualquier caso quedó suficiente, más que suficiente.

Sobre todo de los llamados cinco libros de Moisés, presuntamente los más antiguos y venerables, o sea, la Torá, el Pentateuco (griego pentáteuchos, el libro “que contiene cinco”, porque consta de cinco rollos), un calificativo aplicado alrededor del 200 d. C. por escritores gnósticos y cristianos. Hasta el siglo xvi se creía unánimemente que estos textos eran los más antiguos del Antiguo Testamento y que se contarían por tanto entre los primeros. Eso es algo que no puede ya ni plantearse. También el Génesis, el primer libro, se encuentra sin motivo a la cabeza de esta colección. Y aunque todavía en el siglo xix renombrados bibliólogos creían poder reconstruir un “arquetipo” de la Biblia, un auténtico texto original, se ha abandonado ya esa opinión. O todavía peor, “es muy probable que nunca haya existido tal texto original” (Comfeld/Botterweck).63

El Antiguo Testamento se transmitió (en su mayor parte) de manera anónima, pero el Pentateuco se atribuye a Moisés y las Iglesias cristianas proclamaron su autoría hasta el siglo xx. Mientras que los patriarcas Abraham, Isaac, Jacob, los primeros padres israelitas, debieron de vivir entre los siglos XXI y XV a. C., o entre 2000 y 1700, si es que vivieron, Moisés ― “todo un mariscal, pero en el fondo de su ser con una rica vida afectiva” (cardenal Faulhaber) ― debió de hacerlo en el siglo XIV o XII a. C., si es que también vivió.64

En cualquier caso, en ninguna parte fuera de la Biblia se “documenta” la existencia de estas venerables figuras (y otras más recientes). No hay ninguna prueba de su existencia. En ningún lugar han dejado huellas históricas; ni en piedra, bronce, rollos de papiro, ni tampoco en tablillas o cilindros de arcilla, y eso que son más recientes que, por ejemplo, muchos de los soberanos egipcios históricamente documentados en forma de las famosas sepulturas, los jeroglíficos o los textos cuneiformes, en suma, auténticas fes de vida. Por lo tanto, escribe Emest Garden, “o bien se ve uno tentado a negar la existencia de las grandes figuras de la Biblia o, en caso de desear admitir la historicidad, aun a falta de material demostrativo, supone que su vida y su tiempo transcurrieron del modo como lo describe la Biblia, cuya redacción última procede del material de cuentos y leyendas orientales que circularon durante muchas generaciones”.65

Para el judaísmo, Moisés es la figura más importante del Antiguo Testamento; le cita 750 veces como legislador, el Nuevo Testamento lo hace 80 veces. Sucedió que poco a poco fueron manejándose todas las leyes como si Moisés las hubiera recibido en el Sinaí. De este modo adquirió para Israel una “importancia trascendental” (Brockington). Cada vez se le glorificó más. Se le consideraba como el autor inspirado del Pentateuco. Se le atribuía a él, el asesino (de un egipcio porque éste había golpeado a un hebreo), incluso una preexistencia. Se le convirtió en el precursor del Mesías y al Mesías en un segundo Moisés. Surgieron multitud de leyendas acerca de él, en el siglo i a. C. una novela de Moisés y también multitud de representaciones artísticas. Pero no se conoce la tumba de Moisés. Los profetas del Antiguo Testamento le citan cinco veces. ¡Ezequiel no le menciona jamás! Y no obstante, estos profetas evocan la época de Moisés, pero no a él. En sus proclamas ético-religiosas nunca se apoyan en él. Tampoco el papiro Salí 124 “tiene testimonio de ningún Moisés” (Cornelius). Tampoco la arqueología da ninguna señal de Moisés. Las inscripciones sirio-palestinas le citan en tan escasa medida como los textos cuneiformes o los textos jeroglíficos y hieráticos. Herodoto (siglo V a. C.) no sabe nada de Moisés. En suma, no hay ninguna prueba no israelita sobre Moisés, nuestra única fuente sobre su existencia es ― como en el caso de Jesús ― la Biblia.66

Pero ya hubo algunos que en la Antigüedad y en la Edad Media dudaron de la unidad y la autoría de Moisés en el Pentateuco. Difícilmente se creía que el propio Moisés hubiera podido informar sobre su propia muerte, “una cuestión casi tan extraordinaria”, se mofa Shelley, “como describir la creación del mundo”. Se descubrieron también otros datos “postmosaicos” (I Mos. 12, 6, y 36, 31, entre otros). Con todo, una crítica profunda sólo procedía de los “herejes” cristianos. Sin embargo, ya la Iglesia primitiva no veía ninguna contradicción en el Antiguo Testamento ni a Jesús y los Apóstoles opuestos a él.67

En la época moderna A. (Bodenstein von Karistadt fue uno de los primeros en los que se despertaron ciertas dudas al leer la Biblia (1520); algunas más se le plantearon al holandés A. Masius, un jurista católico (1574). Pero si éstos, y poco después los jesuítas B. Pereira y J. Bonfrére, sólo declararon como postmosaicos algunas citas y continuaron considerando a Moisés como autor de la totalidad, el filósofo inglés Thomas Hobbes declaró mosaicos algunos párrafos del Pentateuco, pero postmosaica la totalidad de la obra (Leviatán, 1651). Más allá fue algo más tarde, en 1655, el escritor reformado francés I. de Peyrére. Y en 1670, en su Tractatus theologico-politicus, Spinoza lo negó para la totalidad.68

En el siglo XX, algunos estudiosos de la religión, entre ellos Eduard Meyer (“no es misión de la investigación histórica inventar novelas”) y la escuela del erudito pragués Danek, han puesto en duda la existencia histórica del propio Moisés, pero sus adversarios han rechazado tal hipótesis.

Es curioso que incluso las cabezas más preclaras, los mayores escépticos, científicos bajo cuya denodada intervención se van desgranando las fuentes de material, que van haciendo una tras otra sustracciones críticas de la Biblia de modo que apenas queda espacio para la figura de Moisés, ni en primer plano ni en el fondo ni entre medio, incluso estos incorruptibles vuelven a presentar después como por arte de prestidigitación a Moisés en toda su grandeza, como la figura dominante de toda la historia israelita. Aunque todo alrededor suyo sea demasiado colorista o demasiado oscuro, el propio héroe no puede ser ficticio. Por mucho que la crítica a las fuentes haya recortado el valor histórico de estos libros, lo haya reducido, casi anulado, “queda un amplio campo (!) de lo posible [...]” (Jaspers). ¡No es de extrañar, entonces, que entre los conservadores Moisés goce de mayor importancia que en la Biblia!69

En resumidas cuentas: después de Auschwitz, la teología cristiana vuelve a congraciarse con los judíos. “Hoy de nuevo es posible una idea más positiva del antiguo Israel y de su religión.” No obstante, Moisés sigue siendo “un problema” para los investigadores, “no hay ninguna luz que ilumine de pleno su figura” y las correspondientes tradiciones quedan “fuera de la capacidad de control histórico” (Bibl.-Hist. Handwórterbuch). Aunque estos eruditos se niegan con fuerza a “reducir a Moisés a una figura nebulosa, conocida sólo por las leyendas”, deben admitir al mismo tiempo que “el propio Moisés queda desvaído”. Escriben que “la unicidad del suceso del Sinaí no puede negarse” y añaden acto seguido “aunque la demostración histórica sea difícil”. Encuentran en los “relatos sobre Moisés un considerable fondo histórico”, y algunos párrafos más adelante afirman que este fondo “no puede demostrarse con hechos”, que “no se puede testimoniar mediante hechos históricos” (Cornfeld/Botterweck).70

Éste es el método que siguen los que no niegan sin más la evidencia misma, pero tampoco quieren que todo se desplome con estrépito. ¡Eso no!

Para M. A. Beek, por ejemplo, no hay duda de que los patriarcas son ”figuras históricas”. Si bien sólo los ve “sobre un fondo semioscuro”, les considera “seres humanos de gran importancia”. Él mismo admite: “Hasta la fecha no se ha logrado demostrar documentalmente la figura de Josué en la literatura egipcia”. Añade que, fuera de la Biblia, no conoce “ni un único documento que contenga una referencia a Moisés clara e históricamente fiable”. Y continúa que, volviendo a prescindir de la Biblia, “no se conoce ninguna fuente sobre la expulsión de Egipto”. “La abundante literatura de los historiógrafos egipcios silencia con una preocupante obstinación sucesos que debieron impresionar profundamente a los egipcios, si el relato del Éxodo se basa en hechos.”

Beek se sorprende también de que el Antiguo Testamento rechace “curiosamente todo dato que haría posible una fijación cronológica de la partida de Egipto. No vemos el nombre del faraón que Josué conoció, ni el del que oprimió a Israel. Esto resulta tanto más asombroso por cuanto que la Biblia conserva muchos otros nombres egipcios de personas, lugares y cargos [...]. Todavía más sospechoso que la falta de puntos de referencia cronológicos en el AT es el hecho de que en ninguno de los textos egipcios conocidos se cita una catástrofe que afectara a un faraón y a su ejército mientras perseguían a los semitas en fuga. Puesto que los documentos históricos tienen abundantísimo material sobre la época en cuestión, sería de esperar al menos alguna alusión. No se puede despachar el silencio de los documentos egipcios con la observación de que los historiógrafos de la corte no suelen hablar de las derrotas, puesto que los sucesos descritos en la Biblia son demasiado decisivos como para que los historiadores egipcios hubieran podido pasarlos por alto”. “Es realmente curioso ― sigue diciendo este erudito ― que no se conozca ninguna tumba de Moisés.” Así, “la única prueba de la verdad histórica de Moisés” es para él (igual que para el Moisés de Elias Auerbach) “la mención de un biznieto en una época posterior”.

Pero mala suerte también con la única “prueba” pues la cita decisiva (Re 18, 30) es “insegura y poco clara, porque en lugar de Moisés se podría leer también Manasse”. Título “Moisés el Libertador”.71

“Y Moisés tenía ciento veinte años cuando murió”, relata la Biblia, aunque sus ojos “no se habían debilitado y sus fuerzas no habían disminuido” y el propio Dios le enterró y “nadie sabe hasta la fecha cuál es su tumba”.

Un fin bastante raro. Según Goethe, Moisés se suicidó y según Freud su propio pueblo le mató. Las disputas no eran raras, con todos, con unos concretos, con Aarón, con Miriam. Pero como siempre, el cierre del quinto y último libro recuerda significativamente “los actos de horror que Moisés cometió ante los ojos de todo Israel”.72

Todo personaje entra siempre en la historia gracias a las grandes hazañas terroríficas, y ello es así prescindiendo, incluso, de si vivió o no realmente.

Pero haya sido como sea en el caso de Moisés, acerca de su significado la investigación está dividida.

Lo único que hoy está claro, como ya lo vio Spinoza, es que los cinco libros de Moisés, que le atribuyen directamente la palabra infalible de Dios, no proceden de él; es el resultado coincidente de los investigadores. Naturalmente, sigue habiendo suficiente gente de la casta de Alois Stiefvater y suficientes trataditos del tipo de su SchIag-Wórter-Buch für katholische Christen, que siguen engañando (así lo pretenden) a la masa de creyentes haciéndoles creer sobre los cinco libros de Moisés, que “aunque no todos (!) han sido directamente (!) escritos por él, se deben a él”. (Cuántos y cuáles ha escrito directamente no se atreven a decirlo Stiefvater y sus cómplices.) Lo que sigue estando cierto es que las leyes que se consideraron como escritas por la propia mano de Moisés o incluso que se atribuían al “dedo de Dios”, son naturalmente igual de falsas. (Por otra parte, aunque el propio Dios escribe la ley en dos tablas de piedra ― ”preparadas por Dios y la escritura era la letra de Dios, grabada en las tablas”―. Moisés tuvo tan poco respeto de ellas que en su [santa] ira las destruyó contra el becerro de oro.)73

También está claro que a la escritura de estos cinco libros les precedió una transmisión oral de muchos siglos, con constantes cambios. Y después fueron los redactores, los autores, los recopiladores bíblicos quienes participaron a lo largo de muchas generaciones en la redacción de los escritos de “Moisés”, lo que se refleja en los distintos estilos. Parece así una recopilación de materiales distintos, como por ejemplo todo el libro cuarto. Surgió de este modo una colección sumamente difusa, falta de sistemática, rebosante de motivos de leyendas ampliamente difundidas, de mitos etiológicos y folclorísticos, de contradicciones y duplicaciones (que por sí solas ya excluyen la redacción por parte de un único autor). Se añaden a todo eso multitud de opiniones heterogéneas que han ido desarrollándose de un modo paulatino, incluso en las cuestiones más importantes. Así la idea de la resurrección surge muy poco a poco en el Antiguo Testamento, y en los libros Eclesiástico, Eclesiastés y Proverbios falta cualquier testimonio de unas creencias en la resurrección. Además, los escribas y recopiladores constantemente han modificado, corregido, falseado. Los textos adquirían cada vez nuevas ampliaciones secundarias. Y estos procesos se prolongaron durante épocas enteras.

El Decálogo (los diez mandamientos), que Lutero consideraba la encarnación suprema del Antiguo Testamento, procede en su forma más antigua quizá de comienzos de la época de los reyes. Muchas partes del Pentateuco que debió de redactar el hombre que vivió ― si es que vivió ― en los siglos XIV ó XIII a. C., no menos de 60 capítulos del segundo, del tercero y del cuarto libros, no las produjeron o recopilaron sacerdotes judíos hasta el siglo v. Así, la redacción final de los libros adjudicados a Moisés ― cito al jesuíta Norbert Lohfink ― “se produjo unos setecientos años después”. Y la composición de todos los libros del Antiguo Testamento ― cito al católico Otto Stegmüller ― se prolongó “por un período de aproximadamente 1,200 años”.74

La investigación sobre el Antiguo Testamento hace mucho que ha alcanzado unas dimensiones enormes y no podemos contemplar aquí ― ahorrando mucho al lector (y más a mí) ― el laberinto de métodos e hipótesis: las antiguas hipótesis documentales del siglo xviii, las hipótesis de los fragmentos, complementos, cristalización y, la más reciente, documental, la importante diferenciación de un primer elohista, un segundo elohista, un yahvista (H. Hupfeid, 1835), el método histórico formal (H. Gunkel, 1901), las diversas teorías sobre las fuentes, la teoría de dos, tres, cuatro fuentes, las fuentes escritas del “jahvista” (J), del “elohista” (E), del “escrito de los sacerdotes” (P), del “Deuteronomio” (D), del “escrito” combinado, no podemos perdernos en todas los hilos del relato, las tradiciones, la plétora de adiciones, complementos, inclusiones, anexos, proliferaciones, modificaciones en la redacción, en el problema de las variantes, las versiones paralelas, las duplicaciones, en suma, la ingente ampliación “secundaria”, la historia y la crítica de los textos. No podemos discutir los motivos para la ampliación del Pentateuco a un Hexateuco, Heptateuco o incluso Octateuco, o bien su limitación a un Tetrateuco, por muy interesante que esto sea dentro del contexto de nuestra temática.

Una simple visión somera de los comentarios críticos, como las explicaciones de Martín Noth a los libros mosaicos, mostrará al lector cómo casi desde todos lados se trata de editores, redactores, recopiladores, de adiciones, ampliaciones, aportes posteriores, combinaciones, de distintos estadios de la incorporación, modificación, etc., una pieza antigua, más antigua, una bastante reciente, como se llama a menudo de modo secundario, quizá secundario, probablemente secundario, seguramente secundario. La palabra secundario aparece aquí en todas las asociaciones imaginables, parece ser una palabra clave, e incluso yo quisiera afirmar aquí, sin haber realizado un análisis exacto de su frecuencia: probablemente no habrá ninguna otra palabra que aparezca con mayor asiduidad en todas estas investigaciones de Noth. Y su obra está ahí para muchos.

Recientemente Hans-Joachim Kraus ha escrito Geschichte der historísch-krítischen Erforschung des Alten Testaments. Innovador y adelantado para el siglo XIX fue en especial W. M. L. de Wette (fallecido en 1849) que percibió los múltiples relatos y tradiciones de estos libros y consideró a “David”, “Moisés”, “Salomón”, no como “autores” sino como símbolos nominales, como “nombres colectivos”.75

Debido al inmenso trabajo de eruditos en el curso del siglo XIX y de la resultante destrucción sistemática de la historia sagrada bíblica, el papa León XIII intentó entorpecer la libertad de la investigación mediante su encíclica Providentissimus Deus (1893). Se abrió una contraofensiva y bajo su sucesor Pío X, en un decreto. De mosaica authentia Pentateuchi, del 27 de junio de 1906, se consideró a Moisés como autor inspirado. Aunque el 16 de enero de 1948 el secretario de la comisión bíblica papal declaró en una respuesta oficial al cardenal Suhard, que las decisiones de la comisión “no se contradicen con un verdadero análisis científico posterior de estas cuestiones [...]”, en el catolicismo romano “verdadero” significa siempre: en el sentido del catolicismo romano. Ha de entenderse en la misma línea la exhortación final: “Por eso invitamos a los eruditos católicos a estudiar estos problemas desde un punto de vista imparcial, a la luz de una crítica sana [...]”. Y “desde un punto de vista imparcial” significa: desde un punto de vista parcial para los intereses del papado. Y con la “crítica sana” no se pretende decir otra cosa que una crítica a favor de Roma.76

El análisis histórico-científico de los escritos del Antiguo Testamento no proporcionó ciertamente un veredicto seguro sobre cuándo surgieron los textos, si bien en algunas partes, como por ejemplo en la literatura profética, la seguridad acerca de su antigüedad es mayor que en otras, como la lírica religiosa, o cuando se trata de la edad de las leyes, en las que existe una menor certeza. Pero la investigación histórico-religiosa con respecto al Tetrateuco (Moisés 1-4) y la obra histórica deuteronómica (Moisés 5, Josué, Jueces, libros de Samuel y de los Reyes) habla con toda razón de “obras épicas”, “relatos mitológicos”, “leyendas”, “mitos” (Nielsen).77

La confusión que reina lo demuestra, por aludir sólo a este aspecto, la abundancia de repeticiones: un doble relato de la creación, una doble genealogía de Adán, un doble diluvio universal (respecto al cual en una versión la crecida amaina después de 150 días, según otra, dura un año y diez días y según otra, después de llover cuarenta días a los que se suman otras tres semanas), en el que Noé ― contaba entonces 600 años―, según el Génesis 7, 2, se llevó en el Arca siete parejas de animales puros y una de impuros y según el Génesis 6, 19, y 7, 16, fueron una pareja de animales puros e impuros; pero nos ocuparía mucho contar todas las contradicciones, inexactitudes, desviaciones con respecto a un libro inspirado por Dios, en el que hay un total de 250,000 variantes de texto. Además, los cinco libros de Moisés conocen un doble Decálogo, una legislación que se repite sobre los esclavos, el Passah, el empréstito, una doble sobre el Sabbat, dos veces se relata la entrada de Noé en el Arca, dos veces la expulsión de Hagar por Abraham, dos veces el milagro del maná y de las codornices, la elección de Moisés; tres veces se trata de los pecados contra el cuerpo y la vida, cinco veces del catálogo de fiestas, hay al menos cinco legislaciones sobre los décimos, etc.78

Otras falsificaciones en el Antiguo Testamento (y en su entorno)

Sucede algo análogo a lo del Pentateuco con lo que las Sagradas Escrituras endosan a David y su hijo Salomón. Ambos debieron vivir, reinar y componer alrededor del año 1,000, pero sus presuntas obras son por lo general varios siglos más recientes.

La tradición judaica y cristiana de la Biblia atribuye al rey David todo el Salterio, el libro de los salmos, en total 150 salmos. Con toda probabilidad ni uno solo procede de él. Sin embargo, según la Biblia David los ha escrito.

Pero hay métodos para hacer la cuestión más comprensible. De este modo, una Sachkunde zur Biblischen Geschichte, y bajo el lema de “David como cantor”, describe de manera relativamente prolija al “tañedor de arpa” de aquel tiempo. Esto implica la autoría real en igual medida que la afirmación de M. A. Beek de que la tradición, que introduce a David en la historia como poeta de salmos, tiene “seguramente un fondo histórico”, sobre todo si consideramos la aseveración de Beek pocas líneas antes, de “que fuera de la Biblia no conocemos ningún texto que arroje luz sobre el reinado de David o sólo que cite su nombre”. ¡Lo que recuerda mucho al Moisés histórico de Beek! De David sabe: “David tocaba un instrumento de cuerda que podría denominarse más una, lira que un arpa. La ilustración de tal lira se encuentra en un recipiente fabricado alrededor del año 1000 a. C. [...]”.79

Pues bien, si alrededor del año 1000 había una lira, si hasta se la pudo representar, ¿por qué no pudo David tenerla, tocaría y ― entre sus incursiones, degollamientos y acciones relativas al corte de los prepucios y a la calcinación en hornos ― haber redactado el libro bíblico? ¡La conclusión parece casi obligada! Sobre todo porque David aparece realmente en el Antiguo Testamento como poeta y músico, en concreto en los dos libros de su contemporáneo, el profeta y juez Samuel, un testigo ocular y a al mismo tiempo auricular. De todos modos, como señala la investigación, los libros “de Samuel” aparecieron como muy pronto cien años, y como muy tarde cuatrocientos, después de la muerte de Samuel, lo mismo que muchos de los salmos de “David” no lo hicieron a menudo hasta a la época del segundo templo (después de 516 a. C.), más de medio milenio después de la muerte de David. Los salmos recopilados se fueron completando constantemente, redactando, falseando (todos los títulos, entre otros). La selección de recopilaciones puede haber durado hasta el siglo II a. C. No se excluye que todavía se hicieran incorporaciones en el siglo i después de Cristo.80

Se pretende en cambio que aquella interpretación, radicalmente distinta, de los acordes celestiales de la corte real en torno al año 1000, la que dan tres mil años después ― y no sin sólida base en el texto bíblico ― algunos poetas alemanes como Rilke, colegas, pues, de David, no es otra cosa sino puro sexismo. Pues uno de estos poetas afirma sin ambages que fue el “trasero” de David, más que su música, lo que “alivió” al rey Saúl.81

Lo mismo que de David, el “perro sanguinario”, se hizo el “amable salmista”, lo mismo de su hijo (engendrado por Betsabé, a cuyo marido hizo David matar) el “sabio rey Salomón”, por lo que se ha vuelto famoso: el creador de cantos religiosos. Pero si alguna vez Salomón desarrolló actividad literaria es algo totalmente indemostrable. Lo que es seguro, por el contrario, es que mediante un golpe de estado, aliado con su madre, con el sacerdote Sadok, el profeta Natán y el general Benaías se apoderó del trono, que a una parte de sus adversarios los ejecutó, a otros los desterró, que exigió a sus súbditos impuestos muy altos y prestación forzada de trabajos, lo que condujo a una insatisfacción creciente y una decadencia general mientras que, según la Biblia, debía satisfacer a 700 esposas principales y 300 concubinas (“y sus mujeres extraviaron su corazón”: I Reyes 2, 3), lo que en el mejor de los casos no permite deducir precisamente una gran producción literaria.82

Pero las Sagradas Escrituras le adjudican tres libros: las Predicaciones de Salomón, los Juicios de Salomón, la Sabiduría de Salomón. “Creo que en su mayor parte esto es un engaño premeditado y que también lo fue en su día” (S. B. Frost).83

El libro Predicaciones de Salomón o Eclesiastés (en hebreo Kohelet) afirma expresamente, repetir “las palabras del predicador, del hijo de David, del rey de Jerusalén”, y antes se consideró a Salomón en general como su autor. Sólo por eso, la obra tanto tiempo discutida entró a formar parte de la Biblia. Pero al auténtico autor no se le conoce, ni su nombre, ni cuándo vivió. Lo cierto es sólo que -como lo puso por primera vez en claro H. Grotius en 1644- Salomón no lo ha escrito, a quien lo pretende atribuir el primer verso. Por el lenguaje, el espíritu y las reticencias parece más bien una obra surgida en el siglo m a. C. de la filosofía estoica y epicúrea, de las influencias del entorno y la época helenista. Y no hay ningún otro libro de la Biblia que sea tan inconformista, tan fatalista, que evoque con tanta insistencia la vanidad de lo terreno: “vanidad de vanidades y todo es vanidad”, riqueza, sabiduría, todo “bajo el Sol”. Un libro que no cesa de lamentarse de la brevedad de la vida, sus desengaños, en el que el propio Dios se alza nebuloso en su trono en la lejanía.

No resulta por lo tanto extraño que varias veces se le haya falseado, se le haya modificado, que su canonicidad no quedara afianzada de modo definitivo hasta el 96 d. C. Una impresionante falsificación judía en todo caso, el Cantar de los cantares de los escépticos, que no conoce ninguna resurrección y en cuyos últimos versos siempre me siento (inútilmente) aludido: “Y sobre todo, hijo mío, cuidado, pues en el hacer libros no hay final y mucho estudiar agota el cuerpo”. Ergo: “Disfruta de la vida con tu mujer, a la que amas [...], pues con los muertos hacia los que vas no hay hacer ni pensar, ni conocimiento ni sabiduría”. (Que nadie diga que en la Biblia no hay nada que valga la pena leer.)84

Tras la redacción de los libros de los reyes. Salomón redactó también tres mil sentencias y mil cinco ― según otras fuentes cinco mil ― canciones: “[...] de los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que crece del muro. Escribió también de los animales de la tierra, de las aves, de los gusanos y de los peces”. Por eso, el libro de las Proverbios se le atribuyó durante mucho tiempo a Salomón. Los capítulos 1 a 9 se engloban hoy bajo el título de Sentencias de Salomón en la Biblia, y también los capítulos 25 a 29 se consideran “sentencias de Salomón”. Pero en realidad, la estructura del libro delata diversos autores que lo han redactado en épocas diferentes, los capítulos 1 a 9 después del siglo v. En total, la aparición de las sentencias se extiende durante toda la época del Antiguo Testamento, pudiéndose haber producido la recopilación definitiva alrededor del 200 a. C.85

También la Sabiduría de Salomón, no sólo admirada por los primeros cristianos, se consideró obra suya, sobre todo porque el autor se nombra expresamente Salomón y rey elegido del pueblo de Dios, y se consideró un libro profetice e inspirado. Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano, san Hipólito atestiguan su canonicidad, lo mismo que san Cipriano, que lo cita repetidas veces como Santa Escritura. La mayoría de los exégetas antiguos así lo creen. Y aunque un hombre como Jerónimo fue más crítico, siguió admitiendo la lectura oficial. A fin de cuentas, el libro sigue marcando la Biblia de la Iglesia papal.

Pero en realidad la Sabiduría de Salomón es (casi) un milenio más reciente que Salomón, la lengua original de la falsificación fue el griego clásico, el autor (muchos críticos admiten dos) vivió en Egipto, probablemente en la ciudad helenista de los sabios, Alejandría, y escribió su obra, que pone en labios de los (presuntamente) más sabios de los israelitas, en el siglo i antes o después de Cristo. La influencia de esta falsificación fue muy grande.86

A Salomón se le añaden dos «apócrifos» más recientes. Uno los Salmos de Salomón, redescubiertos en el siglo xvii. Aunque no se le menciona por su nombre en ninguno de los 18 salmos, se le atribuyen al famoso rey por cuestión de prestigio, para llamar la atención y conseguir la conservación de la obra, un punto de contacto con el salterio canónico atribuido a David, cuya forma también se imita (mal). Redactados por de pronto en hebreo, los salmos proceden de uno o varios judíos ortodoxos y con toda seguridad de mediados del siglo i a. C.

Las Odas de Salomón, una colección de 42 canciones, legadas en sirio (menos la oda 2), aunque escritas originalmente en griego, proceden de círculos cristianos del siglo u, sin que se haya averiguado el lugar donde se redactaron. Es evidente que para dar tintes de verosimilitud a su obra, el autor ha recurrido al parallelismus membrorum de la poesía hebrea. Curiosamente, esta falsificación es la colección de himnos cristianos más antigua que conocemos. “Las canciones, que finalizan siempre con “Aleluya”, sirven de exultante alabanza a Dios” (Nauck).87

Además de los libros del Antiguo Testamento injustamente atribuidos a Moisés, David y Salomón, otras partes anteriores ― Jueces, Reyes, Crónica, etc. ― son también productos de época muy posterior y anónimos y se les ha recopilado de modo definitivo mucho después de los sucesos que relatan.

Al libro de Josué, que el Talmud, muchos Padres de la Iglesia y autores más recientes adscriben al propio Josué, muchos investigadores de la Biblia le niegan cualquier verosimilitud histórica. Pero incluso para quienes lo contemplan con benevolencia «debe utilizarse sólo con prudencia [...]» como fuente histórica (Hentschke). Con evidencia excesiva se compone de multitud de leyendas, mitos y transmisiones locales que se completan en distintas épocas, se ligan arbitrariamente y se relacionan con Josué, del que ya Calvino dedujo que no podía haber escrito el libro. La redacción definitiva procede del siglo vi a. C., de la época del exilio en Babilonia (que según la Biblia duró unas veces 67, otras 73 y otras 49 años). De manera análoga, los libros de Salomón deben su aparición a una transmisión dispersa, a muy diversas tradiciones y círculos, a redactores o editores muy diversos, a épocas muy diversas.88

Incluso gran parte de la literatura profética aparece, de modo consciente o por azar, bajo seudónimo, aunque otras partes procedan de los profetas bajo cuyos nombres surgen y que las visiones y audiciones, subjetivamente verdaderas, podrían haber sido “auténticas” (prescindiendo de la posterior elaboración literaria). Esto no se puede demostrar ni discutir con certeza. Pero muchas cosas, incluso en los libros proféticos que llevan con justicia el nombre de su autor, resultan difícilmente delimitables, se han alterado en períodos posteriores, o sea, que se han añadido pasajes, se ha modificado, se ha sacado de contexto, mucho se ha falseado, sin que se sepa generalmente cuándo y a quién.

Esto es válido en especial para el libro de Isaías, uno de los libros más largos y conocidos de la Biblia, del que ya Lulero señaló que no lo había producido Isaías ben Amos. El llamado gran Apocalipsis de Isaías (capítulos 24-27), una colección de profecías, canciones, himnos, se añadió relativamente después (su última forma la recibió en el siglo ffl o comienzos del II a. C.), evidentemente intentando imitar el estilo de Isaías. Y precisamente el capítulo 53, el más conocido y de mayores consecuencias, no procede, como todo lo otro de los capítulos 40-55, de Isaías, al que durante mucho tiempo se consideró como autor (hasta Eichhorn, 1783). Es más probable que lo escribiera un autor desconocido dos siglos después, procedente de la época del exilio de Babilonia, un hombre que probablemente apareció en las fiestas de las lamentaciones de los judíos desterrados, entre 546 y 538, llamado generalmente Deuteroisaías (segundo Isaías) y que en muchos aspectos es más importante que el propio Isaías.

Pero precisamente este texto añadido ― en el que los cuestionadotes de la historicidad de Jesús (junto a la figura del “Justo” de la, igualmente falsificada Sabiduría de Salomón) ven ya embrionariamente todo el decorado de la figura del Jesús evangélico y del cristianismo ― fue de forma amplia y unívoca el ejemplo para la pasión de Jesús. El capítulo 53 relata cómo el siervo de Dios, el “Ebed-Yahveh”, fue despreciado y martirizado y que para el perdón de los pecados vertió su sangre. El Nuevo Testamento contiene más de ciento cincuenta alusiones e indicaciones al respecto. Y muchos escritores paleocristianos citan el capítulo 53 completo o en extractos. También Lulero interpretó todavía como referida a Jesús esta “profecía”, la pasión inmerecida del siervo de Dios en Isaías (¡pues realmente se había cumplido!). Y naturalmente, la comisión bíblica papal confirmó asimismo el 29 de junio de 1908 este punto de vista tradicional. Sin embargo, también (casi) todos los exégetas católicos admiten la datación babilónica. Y los últimos capítulos del Isaías (56 a 66) son de época mucho más reciente. Se habla de modo un tanto confuso (desde Duhn, 1892) de un Tritoisaías (tercer Isaías), que la investigación saluda con un irónico vivat sequens; es probable que estos capítulos procedan de varios autores posteriores al exilio. En cualquier caso, Is. 56, 2-8, y 66, 16-24, tampoco son de Tritoisaías, sino que se añadieron después. Hasta 180 a. C. no apareció el libro de Isaías “esencialmente en su forma actual” (Biblisch - Historisches Handwórterbuch)89

Al profeta Isaías se le han asignado también algunos “apócrifos”: el Martirio de Isaías, obra judía, probablemente del siglo i a. C. y retocado más tarde por los cristianos; la Ascensión de Isaías, probablemente del siglo ii a. C., una obra falsificada por el lado cristiano con empaque judío, donde “Isaías” relata cómo viaja al séptimo cielo y ve todo el drama de Jesús; finalmente, la Visión de Isaías, una falsificación cristiana adicional al Martirio de Isaías, la falsificación judía.90

No es muy diferente al libro de Isaías lo que sucede con el libro del profeta Zacarías, en el que se promulga en el año 521 “la voz del Señor”. Este escrito, recogido asimismo en el Antiguo Testamento, contiene 14 capítulos. Pero sólo los ocho primeros son suyos. Todo el resto, del capítulo 9 al 14, fue añadido, como se deduce por muchos motivos; según diversos estudiosos de la Biblia se hizo durante las campañas de Alejandro Magno (336-323 a. C.).91

Lo mismo que la obra de Isaías, el libro de Ezequiel, escrito casi todo en primera persona, une profecías de desgracias y bienaventuranzas, reprimendas y amenazas con himnos y augurios tentadores. Durante mucho tiempo se le consideró como escrito indiscutible del profeta judío más simbólico, del hombre que en el año 597 a. C. partió de Jerusalén con el rey Joaquín hacia el exilio en Babilonia. En efecto, hasta comienzos del siglo xx se veía en el libro de Ezequiel casi de manera general una obra del propio profeta y de verdadera autenticidad. Desde las investigaciones de crítica literaria de R. Kraetzschmars (1900) y más aún de J. Herrmann (1908, 1924), fue imponiéndose sin embargo la opinión de que este libro presuntamente unitario surgió por etapas y que una mano posterior lo reelaboró.

Algunos investigadores, incluso, atribuyen a Ezequiel únicamente las partes poéticas, asignando al recopilador los textos en prosa. Según ello, este último habría pergeñado, al menos por lo que a extensión se refiere, el grueso de la obra, nada menos que cinco sextas partes. Según W. A. Irwin, del total de 1,273 versos sólo 251 proceden de Ezequiel y según G. Holscher, 170. Aunque otros autores aceptan la autenticidad del escrito, admiten varias redacciones y redactores, que intercalaron pasajes falsificados entre los tenidos por auténticos y manipularon asimismo el resto a discreción. Es
significativo que la tradición judía no atribuya la obra al profeta Ezequiel, sino a los “hombres de la gran sinagoga”.92

De manera clara y completa se falsificó el libro de Daniel, lo que sorprendentemente ya afirma Porfirio, el gran adversario de los cristianos. Aunque sus propios quince libros Contra los cristianos cayeron víctima de las órdenes de aniquilación del primer emperador cristiano, algo se ha conservado en extractos y citas, entre ellas las siguientes frases de Jerónimo en el prólogo de sus comentarios sobre Daniel: “Porfirio ha destinado contra el profeta Daniel el libro XII (de su obra); no quiere admitir que el libro ha sido redactado por Daniel, cuyo nombre aparece en el título, sino por alguien que vivió en la época de Antiochos Epiphanes (es decir, unos cuatrocientos años después) en Judea y mantiene que Daniel no predijo nada futuro, sino que simplemente relató algo del pasado. Lo que ha dicho hasta la época de Antiochos es la verdad; pero cuando ha considerado lo que se sale de allí, ha proporcionado datos falsos puesto que desconocería el futuro”.93

El libro de Daniel procedería del profeta Daniel, que al parecer vivió en el siglo vi a. C. en la corte real de Babilonia y cuya autoría también ha puesto en tela de juicio en época moderna Thomas Hobbes. La investigación crítica hace ya mucho tiempo que ha dejado de considerarlo. Pero en 1931, el Lexikonfür Theologie und Kirche católico escribe: “El núcleo de los distintos episodios puede llegar a épocas muy antiguas, incluso a la de Daniel [...]. La mayor parte de los exégetas católicos consideran esencialmente a Daniel como el autor del libro”. En particular la forma en primera persona de las visiones de los capítulos 7-12 (y naturalmente su lugar en las Sagradas Escrituras) hizo creer durante mucho tiempo a la tradición cristiana en la autoría del libro de Daniel, sobre cuya vida y actos sólo saben por su propia obra. Es probable que fuera el último en llegar al canon del Antiguo Testamento y hay que defenderlo en consecuencia como auténtico. En realidad procede de las Revelaciones de la época del rey sirio Antioco IV Epifanio, probablemente del año de la revuelta de los Macabeos, el 164 a. C. Ergo el autor vivió mucho después de los acontecimientos que en la parte histórica de su libro describe en tercera persona (caps. 1-6). De este modo, el “profeta Daniel”, que cuatro siglos antes es servidor del rey Nabucodonosor en “Babel” y que entiende de “historias y sueños de todo tipo”, puede profetizar fácilmente; esto ya lo descubrió Porfirio. Por el contrario, en la época histórica del libro en la que presuntamente vivió y describe, el “profeta” mezcla de manera comprensible todo. Así, Baltasar, el organizador del famoso banquete, aunque era regente no fue “rey”. Baltasar no fue hijo de Nabucodonosor sino de Nabonides, el último rey babilónico (555-539). Artajerjes no vino antes de Jerjes sino después de él.

“Darío, el Meda” no es en absoluto una figura histórica. En resumen, “Daniel” sabía más de visiones que del tiempo en que vivió. Falsificaciones especiales en la falsificación, por así decirlo, son algunas piezas muy conocidas (que los católicos llaman deuterocanónicas y los protestantes apócrifas) de la Septuaginta, como la historia de los tres muchachos en el horno, la de Susana, los relatos de Bel y el dragón. Todas estas falsificaciones especiales aparecen hoy en la Biblia católica.94

El libro de Daniel es el Apocalipsis más antiguo y entre todos los restantes el único que llega al Antiguo Testamento y que, por consiguiente, se vuelve canónico. En la Biblia católica aparece otra falsificación, el libro “deuterocanónico” de Baruc, con lo cual ponemos nuestra atención en un género literario especial, formado por falsificaciones evidentes, que después pasa de modo orgánico e íntegro al cristianismo.

La apocalíptica judía

La apocalíptica (del griego apokálypsis) desempeña un papel importante, una especie de papel de transición entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, en especial en la época que va del siglo III a. C. hasta el ii d. C. En la apocalíptica se puede ver una especie de escatología judía, por así decirlo, una escatología no oficial, que se extiende a lo cósmico, al más allá, junto a la nacional oficial de los rabinos. A diferencia de ésta, la literatura apocalíptica era universalista; englobaba la Tierra, el cielo y el infierno. No obstante, sus seguidores llevaban más bien una existencia de conciliábulos (poco diferente a lo que sucede hoy con muchas sectas y sus relaciones con las Iglesias).

La investigación ve en estos escritos un “eslabón” entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y asigna la apocalíptica a un período intermedio entre ambos. Esto resulta tanto más lógico por cuanto que (precisamente) los apocalípticos ― judíos cuyo origen exacto (esenios, fariseos) es difícil de establecer ― son falsarios, gente que no escribe bajo su propio nombre sino con seudónimo; que atribuyen sus revelaciones de secretos divinos; de la época primigenia, de la última hora, del más allá, sus misteriosas manifestaciones del futuro, a sueños, estados de éxtasis (en ocasiones hasta el cielo como, entre otros, Enoc y también el apocalíptico cristiano Juan), a “visiones”, mientras que los profetas se basan generalmente en “audiciones”. Con frecuencia, los iluminados que han de iluminar vienen acompañados de un intermediario revelador, un ángel exégeta, un ángelus interpres, que les explica lo sucedido y, naturalmente, a nosotros.

Típico de las falsificaciones plagadas de oraciones es su concepto dualista del mundo, profundamente influenciada por ideas iraníes, su teoría de los dos eones, uno temporal y otro eterno. Típico es que los sucesos visionados del fin de los tiempos, los “dolores del Mesías”, se describen como inminentes. Todo esto va desde horribles catástrofes humanas y cósmicas (las mujeres dejan de dar a luz, la tierra se vuelve estéril, las estrellas chocan) hasta el Juicio Final y un esplendor mesiánico pintado lleno de fantasía; se incluyen por supuesto los sufrimientos de los impíos, lo que proporcionaba un fuerte consuelo, unido a imperiosas advertencias de penitencia y conversión. La expectativa de la proximidad del final es igual de típica que la esperanza en el más allá y el determinismo, pues “Dios lo tiene todo previsto” (4 Esra 6), el comienzo y el fin. “Este mundo lo ha creado el Altísimo para muchos, pero el futuro sólo para unos pocos” (4 Esra 8, 1), una nueva demostración de su Suma Misericordia. Es asimismo característico de estos testamentarios intermedios que introduzcan en su obra, que está llena de misteriosas figuras (animales, nubes, montañas) y un complicado simbolismo numérico, un corifeo religioso de tiempos anteriores, sugiriendo y dándoles forma de Adán, Enoc, Abraham, de Esra, Moisés, Isaías, Elías, Daniel; su escritura es oculta o conocida sólo por un grupo de elegidos, pero ahora Dios quiere que se propague.95

Los impostores representan a menudo sus visiones de la historia como profecías, en forma futura. Naturalmente, escribiendo por lo general muchos siglos después de haber vivido quizá los “grandes” y poniendo en labios de ellos sus presagios, vaticinan todo con gran precisión. Sus lectores quedan maravillados y creen, predispuestos, todo lo que aquellos profetizaban para un lejano futuro sobre los horrores del final y su magnificencia. Esta pía fraus, esta “representación de la historia como vaticinium ex evento” (Vielhauer), tiene lejanos paralelismos veterotestamentarios en el mismo Pentateuco (Gen 49, Núm 23 y ss., Deut. 33) pero su auténtico modelo está, quizá, en la literatura oracular sibilina de la época helenístico-romana.96

Además de la falsificación bíblica del libro de Daniel que ya hemos visto, está también el libro de Baruc, presuntamente escrito por Baruc ben Narija, el escriba, acompañante y amigo del profeta Jeremías. “Baruc”, que aparece como mensajero de Dios y experimenta multitud de visiones, pretende haber redactado su propio libro en Babilonia, después de la destrucción de Jerusalén. También él dice saber y quiere decir mucho más que los profetas; y todavía en 1931 el católico Lexikonfür Theologie und Kirche no “veía motivo alguno para dudar de la autoría de Baruc”. Hoy son muy pocos los que aseguran la autenticidad de esta obra del Antiguo Testamento (lo mismo que del “Daniel” falsificado) siendo como fue escrita medio milenio después de Baruc: la primera parte quizá en el siglo I a. C. (el momento más lejano), la segunda parte probablemente a mediados del siglo I d. C.97

Amén del libro de Baruc hay otros escritos suyos falsificados, como por ejemplo su apocalipsis sirio, que se cuenta entre los seudoepígrafes del Antiguo Testamento, más o menos del siglo ii d. C.; también un apocalipsis griego de Baruc válido para el más allá, conservado asimismo en versión eslava, que relata los viajes de Baruc por cinco (o dos) cielos ― una falsificación originalmente judía, pero que vuelve a ser falsificada por manos cristianas y que se debió escribir como muy pronto sobre el año 130 d. C.―, por no citar toda una serie de otros libros producidos bajo el nombre de Baruc.98

Asimismo, bajo el nombre de Moisés se falsean textos extrabíblicos; el Apocalipsis de Moisés milenio y medio después de la presunta época en que vivió por un autor judío bien informado. Y en la Assumptío Moses, utilizado en las cartas de Judas en el Nuevo Testamento, el héroe del título brilla como profeta sin par, augurando el futuro de Israel hasta la muerte del rey Herodes, augurio, eso sí, facilitado asimismo por el falsificador judío de ese siglo I d. C.99

Otros apocalipsis judíos, sometidos a una fuerte manipulación cristiana, son: el apocalipsis de Elías, el de Sofonías, el libro apócrifo de Ezequiel, el testamento de Abraham, que relata su viaje de ida y vuelta al cielo, el apocalipsis de Abraham, en el que éste predice en visiones el futuro de su estirpe y de Israel (en realidad con el falsario mirando hacia atrás unos dos mil años después) y otros más.100

Las falsificaciones surgieron casi siempre como una necesidad interna a partir del género apocalíptico, ampliamente utilizado por los cristianos; se hizo típico de ellos. ¿Qué era más lógico, más sencillo que encontrar precisamente las “obras” de autoridades antiguas o antiquísimas, las de los hombres de un pasado “mejor”, las de los doce patriarcas así como las de Daniel y Enoc, cuya autenticidad ya ponía en tela de juicio Orígenes, las de Abraham, Moisés, Isaías y Esdras, en conjunto una lista de veinte nombres, ya que sus profecías, sus revelaciones, comenzaban a cumplirse?

Otras falsificaciones del judaísmo (diáspora)

No pocas de las falsificaciones literarias de los judíos se deben al esfuerzo de reincorporar una parte considerable de la filosofía griega al Pentateuco, que al parecer habían robado los griegos. Para demostrar esta atrevida imputación los judíos falsificaron por ejemplo himnos órficos; introdujeron en las obras de Hesíodo y de otros épicos paganos textos procedentes del Antiguo Testamento; ¡hicieron de Homero un estricto defensor de los preceptos del Sabbat! Abraham apareció como padre de la astronomía. Moisés se adelantó a Platón, y según Clemente Alejandrino incluso Milciades venció en la batalla de Maratón (490 a. C.) con estrategia cristiana: el arte militar de Moisés. San Justino, el principal apologista y gran enemigo de los judíos del siglo ii, alardeaba: “Por tanto no sólo enseñamos lo que los demás, sino que todos los otros dicen lo nuestro”, confesando con ello lo que combate, sólo que inviniendo la dependencia.101

¿Qué tenían que ofrecer culturalmente los judíos frente a los griegos? ¿Qué grandes filósofos, literatos? ¿El Antiguo Testamento? También el mundo pagano respetaba textos sagrados, pero estimaba poco los libros bíblicos. Lo esencial de ellos procedía de otras religiones, los augurios de los profetas eran ex eventu, las historias de milagros disparatadas, las ceremonias ridículas; se odiaba el nacionalismo judío.102

Es cierto que las escuelas de rabinos obligaban a la estricta exactitud en la transmisión. “Imputar a cualquier doctor de la ley una palabra que él no hubiera dicho sería sin más ni más un crimen” (Torm). Pero en la literatura judía de la misma época proliferó de forma considerable el fenómeno de los seudónimos, la misión judía muy expansiva en tiempos de Jesús disponía de una enorme literatura propagandista, con falsificaciones sin escrúpulos, hay un “florecimiento de la seudoepigrafía judía” (Syme).103

Precisamente durante la diáspora y a pesar del éxito de su proselitismo, los judíos debieron sentirse inferiores a los griegos, e intentaron subsanar esta carencia. Querían valorizar su judaísmo, su fe, la superioridad de su religión: demostrando su superioridad mediante escritos aparentemente antiguos, haciendo que los profetas judíos fueran mucho más antiguos que los filósofos paganos, como sus maestros. Sugiriendo ellos mismos mediante Aristóteles simpatías hacia el monoteísmo, mediante Sófocles y Eurípides, que atacaban el politeísmo. O atribuyendo a Hecateo de Abdera, un contemporáneo de Alejandro Magno, una obra glorificadora sobre Abraham. O haciendo pasar como del siglo i y del poeta Foclides de Mileto, que vivió en el siglo vi, un poema didáctico redactado en 230 hexámetros, una popular filosofía moral que une lo griego y lo judío, que une con la resurrección de la carne la continuación y deificación de las almas, esfuerzo de autoestima en un entorno superior, sutiles campañas propagandistas para el judaísmo helenista bajo máscara pagana. Y precisamente entre los cristianos estas falsificaciones tuvieron mucho más éxito que los apocalipsis seudoepigráficos y los libros de los patriarcas.104

Dentro de este contexto se encuentra la famosa carta judeoalejandrina de Aristeas, escrita para reconocimiento y enaltecimiento del Pentateuco de la Septuaginta, de la ley judía y del judaísmo; al parecer en el siglo iii a. C., aunque probablemente en el ii, si es que no en el i. El funcionario de la corte Aristeo informa en ella, entre otras cosas, de la traducción del Pentateuco judío al griego a cargo de 72 hombres judíos (6 de cada tribu) en la isla de Faros, en 72 días, para la biblioteca real de Alejandría. El número de traductores redondeado de 72 a 70 dio nombre a la traducción más antigua e importante del Antiguo Testamento al griego (la Versión de los Setenta). Según la leyenda piadosa, cada uno de los traductores trabajó por separado pero cada uno produjo, palabra por palabra, el mismo texto, lo que creyeron todos los Padres de la Iglesia, incluyendo a Agustín.105

Dentro de esta problemática se incluye el que los judíos se sirvieron de las sibilas paganas escribiendo, lo mismo que más tarde los cristianos, vaticinios, profecías, naturalmente bajo nombres no judíos y naturalmente vaticinia ex eventu, pura mentira.

Las sibilas (cuyos propios nombres eran sibilinos y no están explicados hasta la fecha) eran profetisas paganas, al parecer del siglo vii a. C. en el ámbito cultural griego, considerándose la más importante Eritrea; apenas menos conocida era la de Cumae, que alcanzaría una edad de mil años y que en los últimos tiempos deambulaba por la gruta volcánica, sede de su oráculo, suspendida en el aire y emitiendo susurros. En cualquier caso, la literatura sibilina griega, un conjunto de cantos en hexámetros y de contenido fatídico, enlaza con estas profetisas divinamente inspiradas. El judaísmo de la diáspora reanudó este género literario en el siglo ii a. C. y lo convirtió en un medio de misión, en su instrumento propagandístico. Se falsificaban en los textos paganos ataques al paganismo, sobre todo al politeísmo, y se enriquecía a sí mismo con augurios sobre Israel, sobre el pasado más reciente y el presente.106

Los “Oráculos sibilinos”, 14 libros de profecías de inspiración divina, cuyo origen se extiende desde el siglo ii a. C. (tercer libro) a los siglos III y IV d. C. (libros 14), se referían también a estas profetisas divinas de la Antigüedad, a su autoridad sacralizada. Mediante un estilo arcaizante, una fingida sencillez homérica, mediante utilización de los oráculos paganos o apoyándose en autores paganos, conseguían el aspecto de autenticidad, la credibilidad de profecías verdaderas. Debido a la similitud de los vaticinios conminatorios sibilinos con los del Antiguo Testamento, fascinaron al judaísmo y los antiguos cristianos los consideraron también sin excepción como auténticos ― aunque son en su totalidad falsificaciones en parte judías y en parte cristianas―, no un ardid literario, un recurso estilista, como en la cuarta égloga de Virgilio la transmisión de oráculos sibilinos a un niño romano o la profecía de Milton al final de El paraíso perdido.

Los libros 1 a 5 los falsificaron judíos helenistas, aunque es verdad que los cristianos los falsificaron aún más con sus numerosas introducciones. Los libros 6, 7 y 8 son puras falsificaciones cristianas de la segunda mitad del siglo ii, entre otras con una cantata a Cristo y la crucifixión, muy celebrada. En los libros 11 a 14 es verdaderamente difícil saber quién falsificó más, si los judíos o los cristianos. Muchos guías de estos últimos han considerado como autoridades estos embustes y los han aplicado en consecuencia: Hermas, Justino, Atenágoras, Teófilo, Tertuliano, Clemente Alejandrino, Eusebio, pero especialmente Lactancio (que cita 30 veces el octavo libro). Pero incluso un Padre de la Iglesia como Agustín fomentó el respeto hacia tales documentos falsos, en los que las sibilas, el príncipe persa Histapes, protector y primer seguidor de Zaratrusta, éste mismo, el fundador, intercesor y redentor religioso, Hermes Trismegisto y Orfeo, se convirtieron en heraldos de Cristo; de rechazo también de su nacimiento virginal y de la Virgen Teotokos. En ocasiones se combatió con ellos a los mismos paganos.

La influencia de esta sibilítica judeocristiana fue grande y llega desde la Antigüedad hasta Dante, Calderón, Giotto, Miguel Ángel.107

Desde el siglo II los apologistas cristianos adoptaron las sibilinas judías, sobre todo para luchar contra la Roma hostil a los cristianos. Y lo mismo que antaño los judíos se unieran a la sibilítica pagana, igual hicieron los cristianos con la judía. La asumieron, la elaboraron y la reinventaron.108

Cooperación” judeocristiana

Desde los siglos II a. C. al II d. C. se copiaron a menudo los libros canónicos del Antiguo Testamento o simplemente se les falsificó y se les dio el nombre de un autor bíblico, como por ejemplo el tercer libro apócrifo seudohistórico de Esdras (llamado también “Esra griego”), el Libro de Enoc, lleno de mitos griegos y de la antigua Persia y citado también en el Nuevo Testamento, que se liga a Enoc, hijo de Caín y padre de Irad en la lista de cainitas del 1 Mois. 4, 17, e hijo de Jared y padre de Matusalén en la lista de setitas de 1 Mois. 5. Y aunque por los testimonios de las tumbas de Palestina sabemos que la vida media en aquella época no superaba los 50 años, la Biblia afirma (en este caso todavía con modestia) que “la edad completa de Enoc era de 365 años. Y porque caminaba con Dios, Dios le tomó consigo y no se le volvió a ver”. La Escritura no dice dónde se le llevó. Por ese motivo lo mismo en círculos judíos que cristianos se le veneró como profeta celestial y santo y aparece en posteriores falsificaciones: en el Libro del Jubileo 4, 23 en el jardín del Edén, en la Ascensión de Isaías 9, 9, en el séptimo cielo y naturalmente en el Libro etiópico de Enoc (canonizado por la Iglesia etíope), así como en el Libro de Enoc eslavo, muy parecido, que se falsifica en los siglos I y II d. C. por el lado judío y después probablemente otra vez es “revisado en el espíritu cristiano” (A. van den Bom).109

Surgieron así continuamente en esos siglos “apócrifos” judíos, considerados auténticos por muchos Padres de la Iglesia e incluso a veces santos. Y los cristianos falsearon y ampliaron numerosos “apócrifos” judíos del Antiguo Testamento, como en el caso citado del Libro de Enoc. Algunas de estas falsificaciones incluso se incorporaron al canon. Tal es el caso del cuarto libro de Esdras, escrito en el siglo i d. C. bajo el nombre de Esdras. O el tercer libro de los Macabeos, que no tienen nada que ver con los macabeos sino que se parece más bien a la, asimismo falsa, Carta de Arísteo. O los 18 salmos de Salomón. No obstante, muchos cristianos “veían en la falsificación el medio eficaz [...] para rebatir a los enemigos externos de la nueva confesión” (Speyer).110

También el Testamento de los doce patriarcas es una de estas incontables mentiras y, además, un bonito ejemplo de una productiva “cooperación” judeocristiana a lo largo de siglos. Este Testamento, producido unos dos mil años después de la cuestionable vida de los patriarcas, pero como muy pronto a finales del siglo I d. C., consta, por así decirlo, como muy acertadamente señaló por primera vez F. Schnapp en 1884 en un profundo análisis crítico, en primer término de un texto
básico judío. Otro judío falsificó en la falsificación muchas partes añadidas. Y esta doble falsificación la enriqueció un cristiano mediante las correspondientes introducciones cristianas. Es más, incluso cristianos postnicénicos le aportaron sus falsificaciones.111

El Testamento de los Doce Patriarcas consta de doce despedidas de los hijos de Jacob a sus descendientes, así como de vaticinios que dos mil años después pudieron predecirse bien. Pero del propio patriarca Jacob, que el primer libro de Moisés 27 llama “un hombre decente”, se lee en I, 36, que con razón se llama Jacob, el pérfido, “pues me ha engañado dos veces. Se ha llevado a mi primogénito y, mira, ahora se lleva también mi bendición”. Si un hombre tal, preferido por lo demás ya por Yahvé en el seno materno, compra por un plato de lentejas el derecho del primogénito y consigue de su padre ciego la bendición como tal, si por lo tanto el fundador de Israel ya en el primer libro de la Sagrada Escritura aparece como un hábil “embustero”, ¿por qué no se podría seguir engañando en él, por ejemplo mediante falsificaciones literarias?112

Cuando el novelista católico Stefan Andrés recontó con gran competencia la Historia bíblica, finalizó su epílogo, escrito en Roma en 1965, con la observación de que le gustaría que los lectores de su libro “leyeran las Santas Escrituras allí contenidas como una novela emocionante, o quizá incluso: un román fleuve con muchos autores [...]”. Y con muchos falsarios, como veremos a continuación para el Nuevo Testamento.113

Notas

45 Reicke/Rost 240 s. Kindermann/Dietrich 361. v, Wilpert 11624. O. Stegmüller 151.
46 Leipoldt/Morenz 11 s, 19 ss, 29' s, 38 ss. Lanczkowski 11 ss, 109 ss. v. Glasenapp, Der Pfadpassim, especial. 7 ss. Ringgren/Stróm 262 ss. Heiler, Erscheinungsformen 342 ss con multitud de referencias bibliográficas. Schneider, Geistesgescgichte I 315 ss.
47 Nielen 10. Stiefváter 16. Las restantes citas de Carden 88.
48 Reicke/Rost 66 ss. Haag 916 s. O. Stegmüller 152. Smend, Die Entstehung 3. A. 13 ss.
49 LThK 1.a ed. V 774 ss. Reicke/Rost 66 ss. Haag 915 ss. Cornfeld/Botterweck ü 310 ss, 419 ss. Lutero citado según Grisar, Luther II710, III 442. Stegmüller 152 s: Conc. Trid. Sess. 4 de script. can. Conc. Vat. I sess. 3.
50 Reicke/Rost 1773 s. Haag 918 ss, 1577 ss. SimmeVStáhlin 25 s. Stegmüller 153.
51 Ri. 5, 24 ss, 5, 27 ss. 4. Mos. 21, 1. Cf. al respecto Faulhaber, Charakterbilder 3, A. 1916, 6. A. 1935, 72. ídem. Judentum 44, 49.
52 Faulhaber, Charakterbilder 84 ss, especial. 87 s.
53 Ibíd. 72 ss, 84, 88 s. Eppeisheimer 1263 ss, II 86 ss. Ahiheim, Hebbel 300 ss, especial. 305.Wetzer/WeIte III 51, V 477 (aquí la gastada apología habitual).
54 Faulhaber, Charakterbilder 74. Para LThK 1.a ed. III 171 la canción de Débora es “una de las producciones más bellas de la poesía hebrea”. Sobre María como diosa de la sangre y de la guerra, más extensamente en: Deschner, Das Kreuz 396 ss.
55 Altaner/Stuiber 106 s. Harnack, Marcion 68, 189 ss, 106 s, 242 ss. Knox 19 ss, 39 ss, 158 ss. Werner, Die Entstehung 130, Notas 91, 144 ss, especial. 160 Notas 58 ídem. Der Frühkatholizismus 353 s. Goodspeed, A History 153. Knopf, Einführung 160. Jirku 5 s. Lanczkowski 20 s. Nigg, Ketzer 70. Heiler, Urkirche 98. Exten-samente sobre Marcion: Deschner,
74 2.  Mos.  31,  18;  32,  19.  Cf.  2.  Mos.  34,  27  s  con  2.  Mos.  24,12;  31,18;  32,15  s;  34,  1  etc. Cornfeld/Botterweck 1164 ss, espec. 167, II 428 ss, 475 ss, 514 ss, espec. 523 ss. Haag 460, 915. Reicke/Rost 1241. Bertholet 322. Delitzsch I 52 s. Holscher 86, 129. Meinhold 15. Menes 47 ss. GreBmann, Mose 7 ss. Jeremías, Das Alte Testament 400 ss. EiBfeId, Die Génesis 26 ss. OBwaId 132 ss, 479, 482 ss. Kuhl 53 ss. Mensching, Leben und Legende 24 s. Noth, Das zweite Buch Mose 4 ss, 15 s. ídem. Gesammelte Studien 13 s, 23 ss, 53 ss. Lohfink 37. Gelin 44 s. Hempel 128. O. H. Kühner 76 s. Speyer, Religiüse Pseudepigraphie 228 ss. H.-J. Kraus, Geschichte 61 s, 536 ss. Meyer, Pseudepigraphie 100. Smend, Die Entstehung 38 s. Nielsen 126 s. Cf. también Deschner, Hahn 31 s.
75 Haag 711,1237 s, 1345 ss. Reicke/Rost 1413 ss. Kraus, Geschichte 174 ss. Cf. también el extenso artículo de crítica bíblica en Cornfeld/Botterweck II 314 ss. Smend, Das Mosebiid 1 ss, espec. 7 ss. Noth, Das zweite Buch Mose 4 ss. ídem. Das dritte Buch Mose 2 ss. ídem. Das vierte Buch Mose 7 ss.
76 Haag 1349 ss. Kraus, Geschichte 293 s.
77 Nielsen 64, 69 ss. Noth, Das dritte Buch Mose 6.
78 Sin embargo, sobre la legislación de Moisés, incluso para M. A. Beek toda teoría es mera especulación, toda vez que las tablas de la ley (Ex. 32, 15; Deut. 10, 4) “no se han encontrado, algo que no resulta desde luego imposible”. En cualquier caso esto suena casi como una amenaza para los que son conscientes de las falsificaciones y de las grandes posibilidades de falsificación de los tiempos modernos. Pues incluso si prescindo de obra tan radical (aunque notable en muchos aspectos) Die Faischung der Geschichte des Urchristentums de Wilheim Kammeier (al parecer) muerto de hambre en 1959 en la RDA, tengo también en mente las grandes dudas de dos eruditos teólogos y cristianos, Hermann Raschke y Cari Schneider, un escepticismo entonces para mí incomprensible a la vista del sensacionalista mundo científico de los “hallazgos” tan electrizantes del mar Muerto en 1947 y en los años siguientes. Kammeier (revisión del texto por R. Bohiinger). V. p. ej. también Garden 28 ss, 43 ss.- Beek 29. Haag 1346 s con muchas referencias bibliográficas, lo mismo que Cornfeld/Botterweck 1282 ss.
79 Gamm 75 s. Beek 59.
80 Cornfeld/Botterweck II 351 s, 414 s, V 1169 ss. Haag 1421 ss (a menudo sumamente optimista). Eppeisheimer I 39. Brockington 189. Kraus, Geschichte 546 ss. Wanke 108. Nielsen 93 s.
81 Cf. al respecto Deschner, An Kónig David, 80 ss.
82 Cornfeld/Botterweck II 416 ss, V 1303. Haag 1507 ss,
83 Frost, Oíd Testament Apocalyptic 167. Cita según Brockington 190 Notas 3.
84 Pred. 1, 1; 1, 12; 9, 9 s; 12, 12. 1 Kón. 5, 12 s.
84. Pred. 1,1;1, 12; 2, 4 ss; 2, 15; 2, 21; 2, 24; 3, 12; 5, 17; 8,15; 9,9 s; 12,8; 12, 12.1. Kün. 5,12 s. Comfeld/Botterweck V 1155 ss, 1301 ss. Reicke/Rost 1483 s. Haag 1401 ss. Meyer, Pseudepigraphie 100 ss. Brock 97 ss. Brox, Faische Verfasserangaben 42. Bardy 164. Rienecker 1090. Forman, The Pessimism 336 ss. ídem. Kohelefs Use of Génesis 256 ss. Rainey 148 ss. Smend, Die Entstehung 218 s.
85 I. Kón 5, 13. Comfeld/Botterweck V 1301 ss. Haag 1625 ss. Skehan, The Seven Columnns 190 ss. ídem. A single Editor 115 ss. Smend, Die Entstehung 209 ss; aquí hay más bibliografía. Beek 68.
86 Reicke/Rost 2156 s. Haag 1881 s. Cornfeld/Botterweck VI 1453 s. LThK 1.a ed. X 792 s. Candiish 14 ss con muchas referencias bibliográficas. Reese 391 ss. A. G. Wright 524 ss. Lietzmann, Geschichte 95 s.
87 W. Nauck en: Reicke/Rost 1328 s. Cf. 1520 s, 1523 ss. Haag 1509. LThK 1.a ed. I 543 s, VII 673 ss, VIII 544. Cornfeld/Botterweck II 422 ss. EiBfeldt, Einleitung 826 ss. Adam, Salomo-Oden 141 ss. 0'Dell 241 ss.
88 Jer. 29, 10. Zac. 1, 1; 1, 17. Haag 887 s con numerosas notas bibliográficas. R. Hentschke en: Reicke/Rost 895 s. Comfeld/Botterweck 11 470, U 813, V 1254 ss. Brockington 185. Noth, Das Buch Josua 7 ss. Alt, Josua 13 ss. Kraus, Geschichte 17, 455 ss. Rudolph, Der «Eiohist» 164 ss.
89 Sobre las alusiones al siervo de Dios doliente y muerto ef. las numerosas alusiones de los sinópticos y Pablo; también por ej. Jh. 1, 29; 1, 36; 12, 38.1. Petr. 2, 21 ss. Barn. 5, 2.1. Clem. 16. Just. apol. 1, 50 s. Tryph. 13. Cornfeld/Botterweck III 751 ss. Haag 779 ss. Reicke/Rost 851 ss. LThK 1.a ed. V 616 ss. espec. 618 ss. Drews, Die Christusmythe 247 ss. Caspari 126. Wolff, Jesaja 53 passim. North 111 ss. Fohrer, Entstehung 113 ss. ídem. Jesaja 1148 ss. ídem. Zum Aufbau 170 ss. Broc- kington 185 ss con Notas 1. Smend, Die Entstehung 143 ss. Vielhauer, Einleitung 409 s.
90 Cornfeld/Botterweck II 423 s. Haag 780 s. Reicke/Rost 857. Altaner/Stuiberll9.
91 Sacharia 1,1: “El octavo mes del segundo año del rey David” =521 a. C.Cornfeld/Botterweck V 1236 ss. Brockington 187.
92 Haag 465. Cornfeld/Botterweck II 479 ss. Hertmann, Ezechielstudien. Torrey 291 ss. Irwin 54 ss. Rowley, The Book of Ezekiel 146 ss. Eichrodt 37 ss. Fohrer, Die Glossen 33 ss. Smend, Die Entstehung 164 ss.
93 Comentario de Jerónimo en Daniel, cita según HalbfaB, Porphyrios I 28.
94 Dan. 1, 17; Cornfeld/Botterweck I 87, II 405 ss. Haag 308 ss, 311 ss con muchas notas bibliográficas. LThK 1.a ed. III 144 ss. Th. Hobbes, Leviathan c. 33. Baumgartner 59 ss, 125 ss. Meyer, Pseudepigraphie 101. Noth, Gesammelte Studien 250 ss. Rowley, The Composition 272 ss. ídem. The Meaning 387 ss. Lohse, Die Offenbarung 2. Smend, Die Entstehung 222 ss. Kraus, Geschichte 63.
95 Reicke/Rost 105 ss, espec. 107 s. Haag 8"3 s. Cornfeld/Botterweck I 85 ss. Lohse, Die Offenbarung 1 s. Vielhauer, Einleitung 407 ss.
96 Vielhaueribid.410s.
97 Haag 170, 325. Reicke/Rost 201 ss. Comfeld/Botterweck I 269. LThK 1.a ed. II 9. Vielhauer, Einleitung 418.
98 Cornfeld/Botterweck I 90 s. Reicke/Rost 202 s. ,
99 Haag 1178. LThK 1.a ed. 1537 s.
100 Cornfeld/Botterweck 191. Haag 14 s. LThK 1.a ed. 1537 ss.
101 Just. apol. 1, 60. Clem. Al. strom. 1,162,1 s. Orig. c. Cels. 5,54. RAC artículo Esra VI 599 ss. Bardy 164. Meyer, Pseudepigraphie 101 s. Brockington 188 ss. Bultmann, Ist die Apokalyptik die Mutter der christiichen Theologie? 476 ss, Gudeman 59 s. Syme 301. Torm 116 s. Brox, Faische Verfasserangaben 42 s.
102 RAC I 1950, 354 s.,
103 Torm 118 s, 123. Syme 301.
104 Pauly II 980 ss, IV 806 s. Bardy 165. Meyer, Pseudepigraphie 102. Speyer, Religióse Pseudepigraphie 102. ídem. Faischung, literarische 270.
105 Pauly 1555 s. dtv-Lexikon, Philosophie 1172. Haag 105 s. Comfeld/Botterweck II 422. Trede 114 con relación a August. civ. dei 18, 42; 15, 23. Lietzmann,mGeschichte I 94 s. Meecham 5 ss. Charlesworth 78 s. con una gran cantidad de otras notas bibliográficas. Howard, The Letter ofAristeas 337 ss. Murray 337 ss. Lewis 53 ss.
106 Plut. de Pyth. or. 6, 397 A. Speyer, Religióse Pseudepigraphie 216. Vielhauer, Einleitung 422. Kurfess, Christiiche Sibyllinen 498 ss.
107 Pauly II 1075, 1297, V 158 ss. dtv-Lexikon, Philosophie IV 189 s. LThK 1.a ed. IX 525 ss. Altaner/Stuiber 119 ss. Candiish 17 s, 23, 32 ss. Speyer, Fálschung, literarische 258 s.
108 Vielhauer, Einleitung 422. Kurfess, Christiiche Sibylinen 500 s.
109 Haag 711. Cornfeld/Botterweck I 88 ss, II 421 ss, V 1109. Altaner 46. Altaner/Stuiber 117 ss. Reicke/Rost 692 s. LThK 1.a ed. III 797 s, IV 961 s. A. van den Born en: Haag 711. Cf. también Deschner, Hahn 19 f.
110 Reicke/Rost 1529 s. Haag 436 s. Altaner 46. Altaner/Stuiber 117 ss. McColléy 21 ss. Lohse, Die Offenbarung 2. Vielhauer, Einleitung, 411. Baars 82 ss. Speyer, Literarische Fálschung 285. Charlesworth, The Oíd Testament Pseudoepigrapha 94 ss. Conclusions: 102.
111 . LThK 1.a ed. 1539. Haag 1733 s. Charlesworth, The Oíd Testament Pseudoepigrapha 94 ss. Conclusions: 102. ídem. The pseudoepigrapha 211 ss. de Jong, Recent Studies 77 ss. ídem. Die Textüberlieferung 27 ss. ídem. Studies on the Testaments passim. J. Becker, Die Testamente passim. Vielhauer, Einleitung 411. Cf. también la nota anterior.
112 Cf.LThK 1.a ed. I 539, V 251 s.
113 Andrés 367


Texto de Karlheinz Deschner publicado en "Historia Criminal del Cristianismo",Tomo IV: La Iglesia Antigua; Falsificaciones y Engaños pp. 20-48. Adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.

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