LA REFORMA DE CALVINO
Calvino (1509-1564), en medio del mundo reformista que se interroga, hacia 1540, sobre las finalidades del movimiento desatado veinte años antes, que desea una revisión más profunda de las tradiciones y que quiere, con un nuevo impulso, afirmar aún más claramente la trascendencia divina, ofrece una doctrina clara, lógica hasta sus últimas consecuencias, accesible a todos.
La aparición de Calvino
En marzo de 1536 aparece en Basilea una gran obra en latín: "Chrislianae Religionis Institutio", dedicada al rey de Francia. Su autor es un joven clérigo, ya conocido, que desea aclarar las posiciones de los reformistas y dar a los fieles una interpretación verdadera de las Escrituras.
a) La formación de Calvino recuerda más la de Zuinglio que la de Lutero. Nace en Noyon, donde su padre es secretario del obispo. Naturalmente, se piensa hacer de él un hombre de la Iglesia. A par tir de los 14 años se le concede un beneficio, y estudia en el colegio de la Marche y después en el de Montaigu, donde el recuerdo de Erasmo es rechazado por el director, Noel Bédier, adversario declarado de los luteranos y de los discípulos de Lefevbre d ’Etaples, a los que confunde en un rechazo global. Calvino continúa sus estudios de derecho en Orleans y Bourges. El joven se apasiona por el humanismo, y su primera obra, en 1532, es un comentario erasmiano de Séneca, buscando las correlaciones entre estoicismo y cristianismo. Entra en contacto, desde luego, con las obras de Lutero y las ideas de los evangelistas: uno de sus maestros, Wolmar, se había convertido a la Reforma. Instalado en París, asiduo del Colegio real, Calvino opta por la nueva fe a raíz de una «conversión súbita». Participa, indudablemente, en la redacción del discurso de aper tura de curso del rector Nicolás Cop, en el que se desarrolla claramente el tema de la justificación por la fe (1533). Escándalo e intervención del Parlamento. Huye de París, renuncia a sus beneficios eclesiásticos y después, a raíz del asunto de los Placards, que desata la persecución, se refugia en el extranjero: en Estrasburgo, donde conoce a Bucer; en Friburgo, donde encuentra a Erasmo, ya anciano, y en Basilea, donde frecuenta a los sacraméntanos. A lo largo de este periplo, adquiere los conocimientos teológicos y escritúrales que le faltaban, se inquieta por las divergencias entre los reformados y se indigna con las tentativas conciliadoras de Melanchton, dispuesto a sacrificar una par te del mensaje luterano para obtener la unión de la Iglesia. Entonces decide redactar una profesión de fe para reanimar las energías: la ¡nstitutio, en su primera versión latina.
b) El texto de la Institutio aparece en un momento favorable, si se examina la situación de la Reforma en Europa. Después de los rápidos progresos de las ideas evangélicas, acogidas favorablemente en los medios en que se manifestaba más fuertemente la exigencia religiosa, reinaba cierta confusión. En Alemania del Norte y en Escandinavia, el luteranismo, al transformarse en institución del Estado, había perdido su dinamismo. Por lo demás, los conflictos políticos entre los príncipes protestantes y los príncipes católicos entrañaban una lamentable confusión entre lo espiritual y lo temporal. Melanchton, portavoz de Lutero en las dietas y en los coloquios a los que el destierro de 1521 impedía al reformador aparecer en persona, llevado del deseo de reconciliar a los cristianos, aceptaba pasar en silencio los puntos de divergencia. La confesión de Augsburgo (1530) mencionaba la posibilidad de un compromiso. En Ratisbona, en 1541, Melanchton llega a un acuerdo con el legado Contarini sobre la justificación, aceptando el sinergismo (participación del cristiano en su salvación por medio de sus obras). Por su parte, los sacramentarios se dividían: algunos, entre ellos Bucer, aceptaban la doctrina luterana sobre la Eucaristía (compromiso de Wittemberg, 1536), y otros seguían fieles al simbolismo de Zuinglio.
Pero una gran cantidad de fieles encontraba esta religión intelectualizada, un poco abstracta, incapaz de satisfacer las necesidades espirituales. Un francés, Guillaume Farel (1489-1565), antiguo discípulo de Lefevbre d’Etaples, buscaba un nuevo camino, y predicaba, en Neuchâtel primero y en Ginebra después, una versión del luteranismo que concedía bastante importancia a la asamblea de fieles, en la definición de la fe común y en la elección de los pastores. Consiguió convencer a las autoridades de Ginebra, que decidieron, en mayo de 1536 «vivir según el Evangelio y la Palabra de Dios». El fue quien pidió a Calvino, en julio de 1536, que iba camino de Estrasburgo, que se detuviera en la ciudad y le ayudara a construir en ella la Iglesia.
c) De 1536 a 1541, a través de diversas experiencias, aumenta el renombre de Calvino. Farel y Calvino tropiezan en seguida con una fuerte oposición en el seno de la burguesía y del Magistrado ginebrino. En efecto, al desear la independencia entre lu temporal y lo espiritual. Calvino quiere que la autoridad se dedique a hacer t r iunfar el evangelio. La Confesión de Fe de noviembre de 1536 debe ser jurada por los ciudadanos, pues en Cinebra existían católicos, humanistas liberales y reformados deseosos de conservar el libre examen. El conflicto madura y estalla en 1538, cuando el Magistrado prohíbe la excomunión. El 23 de abril se exilan los dos jefes de la Reforma: Farel se instala en Neuchâtel y Calvino es llamado por Bucer a Estrasburgo, donde le confía la atención a los exilados de lengua francesa. La segunda estancia en Estrasburgo termina la formación doctrinal de Calvino: redacta la segunda edición, aumentada con nuevas reflexiones, de la Institutio (agosto de 1539) y sobre todo, la traducción en francés, aparecida en 1541, que proporciona su gran difusión a la obra; precisa su pensamiento, tanto en relación con los católicos erasmianos (Epístola al cardenal Sadolet) como con las otras ramas de la Reforma (participación en la Dieta de Ratisbona en febrero de 1541); elabora su eclesiología inspirándose en el modelo estraburgués. Cuando los ginebrinos le vuelven a llamar en 1541, ya ha adquirido una reputación sin igual. Al cabo de algunos años, Ginebra se convertirá en la Nueva Roma, cosa que Wittemberg no llegó a ser nunca. Pero el éxito del calvinismo hay que buscarlo en su propia solidez doctrinal.
La ortodoxia calvinista
a) Calvino parte de la necesidad de dar a la Reforma un cuerpo lógico de doctrina, sacando todas las conclusiones de las primeras afirmaciones fundamentales de Lutero: la impotencia del hombre, la gratuidad de la salvación y la primacía absoluta de la fe. Su obra, que integra las diferentes corrientes anteriores, asombra por su claridad didáctica, por el rigor del razonamiento, y por la solidez de las referencias a las Sagradas Escrituras. La base de todo el edificio es la oposición de la transcendencia divina y, la maldad humana. El Dios de Calvino es verdaderamente el Todopoderoso, el Incognoscible (en esto, Calvino sigue siendo occamista), cuya voluntad no se puede discutir. Es el Dios que exige el sacrificio de Isaac. En lo que se refiere al hombre, después de Adán, está completamente en desgracia. Para Lutero, la voluntad humana no puede más que hacer el mal, pero Calvino no quiere atribuirle toda la responsabilidad. También la razón humana está «pervertida» y es incapaz de «mantener el recto camino para buscar la Verdad». Al elevar así a Dios y rebajar la criatura, Calvino puede acentuar aún más el carácter gratuito y asombroso de la Gracia.
b) Dios nos habla mediante las Escrituras, que establecen así un vínculo. Como en el caso de todos los reformados, Calvino plantea la primacía de las Escrituras, que contienen todo lo que Dios nos quiere dar a conocer. Pero Calvino concede una atención muy especial al Antiguo Testamento. Cristo vino para completar la ley y no para aboliría: por consiguiente, hay que conservar completa la herencia de Moisés. Estas afirmaciünes están de acuerdo con el completo rechazo de todas las tradiciones humanas.
Dios nos justifica por su gracia.
Lo mismo para Calvino que para Lutero, la fe es un puro don de Dios y está fundada en el sacrificio perfecto de Cristo, cuya resurrección es testimonio de verdad. Así se coloca al creyente en una confianza total en la Palabra de Dios, y la fe le da la voluntad de someterse a la ley. Pero la salvación sigue siendo gratuita, pues nuestra naturaleza permanece ir remediablemente inclinada al pecado, incluso después de la infusión de la gracia. Nuestra voluntad es sierva, por lo que merecemos la muerte eterna. Pero Dios predestina a la salvación, sin que podamos tener ninguna certeza ni satisfacer ninguna curiosidad. El fiel debe confiar en Dios y someterse a su juicio: «Para cada uno, su fe es suficiente testimonio de la predestinación eterna de Dios: de modo que sería un horrible sacrilegio intentar inquirir más» (Calvino, comentario de Juan, VI, 40). La doctrina de la predestinación no es nueva. Se encuentra en San Agustín y en Lutero, pero Calvino la sitúa en el primer plano (Tratado sobre la predestinación, 1552), no con la intención de inducir al fiel a la desesperación, sino para incitarlo a una total confianza en Dios. Pues para Calvino, el mismo hecho de recibir su Palabra es ya un signo de su Misericordia.
Dios nos ayuda por su Iglesia.
La verdadera Iglesia, conocida solamente por Dios, es la de los redimidos, pero la Iglesia terrestre ha sido instituida para consolar al fiel. Las oraciones, el culto y los sacramentos son otros tantos medios de rendir homenaje, de adorar la omnipotencia divina, de manifestar nuestro confiado abandono, de vivir mejor la vida de la fe. Así pues, la forma de la Iglesia no es indiferente puesto que está quer ida por Dios. Y Calvino la precisa, tanto en la ¡nstitutio, como en las famosas Disposiciones Eclesiásticas, adoptadas en Ginebra a partir de noviembre de 1541.
c) Si bien no existe el sacerdocio, en el sentido católico del término, sí existen los ministerios, dones del Espíritu Santo. Calvino distingue cuatro de entre ellos, a imitación de la Reforma Estrasburguesa: ministerio de la Palabra y de los sacramentos (pastores elegidos por sus semejantes y aprobados por el Magistrado y la comunidad), ministerio doctrinal (doctores formados con este fin, cuya tarea es precisar la interpretación de las Escrituras), ministerio de la caridad (diáconos, que deben «recibir, dispensar y conservar el bien de los pobres, cuidar a los enfermos y administrar alimentos a los pobres»), y ministerio de la corrección (ancianos que, junto con los pastores, forman el Consistorio, que vela sobre la vida de los fieles, los amonesta y los castiga). Organización muy fuerte, que contrasta con la diversidad de las iglesias luteranas, con el congregacionalismo de Farel (donde la comunidad era directamente juez en la elección de sus ministros y respecto a su adecuación para el cargo que reintroduce una disciplina muy estricta en el seno de una ortodoxia doctrinal muy firme.
Los sacramentos son instituidos por Dios para dar al fiel la fuerza de perseverar en la fe y la confianza en su elección, manifestada ya por el don de aquélla. Son algo más que una simple conmemoración (Calvino,en este caso, se encuentra más próximo a Lutero que n Zuinglio), pero no actúan más que si la fe está presente en el corazón del fiel (a la inversa de la doctrina católica, en la que actúan por su propia fuerza, «ex opere opéralo»), Calvino no admite más que dos sacramentos: el bautismo, que «nos ha sido dado por Dios, en primer lugar para servir a nuestra fe hacia él, y en segundo lugar para servir a nuestra confesión en relación con los hombres», y la comunión, que nos es dada como alimento espiritual, lo mismo que el padre nos da los bienes materiales necesarios para el cuerpo.
La posición de Calvino en relación con el problema central de la Eucaristía, que había opuesto profundamente a los discípulos de Lutero y a los de Zuinglio, es original. Lo mismo que Zuinglio, rechaza la ubicuidad material del cuerpo de Cristo: ya que se halla sentado a la derecha de) Padre, no puede estar presente en el pan y en el vino. Pero, como Lutero, acepta como verdad la fórmula evangélica: «Este es mi cuerpo, ésta es mi sangre.» En la comunión «participamos de la propia sustancia del cuerpo y la sangre de Jesucristo», pero esta participación es puramente espiritual, y las especies del pan y el vino tienen como fin «signar y confirmar esta promesa por la que Jesucristo nos dice que su carne es verdadero al imento y su sangre bebida por las que alcanzaremos la vida eterna». Esta comunión, por el misterio del Espíritu Santo, permite al fiel recibir realmente, no el cuerpo en el sentido material, sino la naturaleza humana de Cristo, con su fuerza y sus dones sobrenaturales que sustituyen nuestra debilidad. Presencia espiritual, que, como se recordará, en el caso de los hombres del siglo XVI , es inf initamente más «real» que la materialidad de los accidentes. Calvino supera así la disputa entre Roma, los luteranos y los sacraméntanos, que se aferraban a los elementos materiales del sacramento para no preocuparse más que de la comunión establecida entre Cristo y el fiel por la recepción de la comunión. Calvino recomienda recibir a menudo este alimento del alma sin inquietarse por una indignidad que es la propia condición del hombre, con confianza y deseo de vivir mejor. Solamente la Iglesia puede decidir la prohibición del acceso al sacramento de los fieles escandalizadores hasta su enmienda.
d) Desde 1541 hasta su muerte, en 1564, Calvino se esfuerza en defender esta ortodoxia que le parecía establecida sobre la misma Palabra de Dios, contra todo lo que pudiera amenazarla. En la propia Ginebra, su autoridad moral (no recibió el derecho de burgués hasta 1559 y no ocupó ningún cargo oficial) fue a menudo puesta en cuestión. El Magistrado, apoyado por una parte de la burguesía que encontraba muy duro el control del Consistorio sobre la vida pr ivada de los ciudadanos, tendía a reforzar su influencia sobre la Iglesia y rehusaba a los pastores el derecho de excomulgar a los fieles sin su permiso. El aflujo de refugiados franceses desarrollaba los sentimientos de xenofobia. Al tener mayoría de partidarios en los consejos posteriores a 1554, Calvino pudo consagrarse completamente a la Iglesia. Con ayuda de profesores de la Academia de Lausana, entre los cuales se encontraba Teodoro de Béze (1519-1605), creó, en 1559, la Academia de Ginebra, que se convirtió rápidamente en seminario internacional del calvinismo.
Calvino hizo que se exiliasen sus contradictores: el humanista Castellion en 1544 y el pastor Bolsee, que rechazaba la predestinación, en 1551. En 1533 hizo condenar a Miguel Servet, que negaba el dogma de la Trinidad, por fidelidad al Antiguo Testamento y la preocupación de preservar la Unidad de lo Divino. En sus cartas y en sus tratados exhor taba a los reformados de todos los países a af irmar su fe, a rechazar los compromisos con el catolicismo mayoritario (Epístola a los Nicodemitas, 1544) y ayudaba a la construcción de Iglesias reformadas en Francia, en Escocia y en los Países Bajos. Cont inuaba polemizando con los representantes de las otras corrientes del protestantismo para defender sus concepciones. En lo referente al problema de la comunión, aceptó en 1549 un compromiso con la iglesia de Zurich y su guarnición Bullinger: el Consensus tígurinus. que mantenía el carácter simbólico de la comunión al mismo tiempo que subrayaba la realidad de la presencia espiritual de Cristo. Este texto tuvo como consecuencia unir más estrechamente entre ellas a las iglesias suizas, a costa de chocar con los luteranos. Calvino tuvo que defender sus fórmulas contra el pastor Westphal en 1555. Murió en plena actividad, convencido de haber respondido plenamente a lo que Dios quería de él, el 27 de mayo de 1564. En esta fecha, el calvinismo había llegado ya a numerosos países y conquistado numerosos fieles.
Primeras conquistas del calvinismo
El éxito del calvinismo fue producto de la universalidad de una doctrina lógica y armoniosa y del dinamismo de una eclesiología que respondía a las necesidades de orden y encuadramiento de la mayor parte de los fieles. Pero las comunidades así formadas se pueden distinguir por algunos matices.
a) En Francia y en los Países Bajos, la propagación del calvinismo fue precoz, y su éxito, rápido. En efecto, en estas dos regiones, hacia 1540, el evangelismo se encontraba desorientado. El carácter germánico y estatista del luteranismo, la adustez del sacramentarismo y los excesos de los anabapt istas f renaban los progresos de la Reforma. En todas partes, la mayoría católica obligaba al Estado a perseguir a los herejes, y se hacía sentir la ausencia de una Iglesia organizada. A todos los que eran cautivados por las nuevas ideas, Calvino les daba lo que deseaban. Desde Ginebra, por medio de sus cartas aconsejaba a las comunidades, y proporcionaba los cuadros necesarios mediante el envío de pastores bien formados. En 1542, el Breve sumario de la fe cristiana, impreso por Etienne Dolet, tiene un acento calvinista; a par tir de 1543, Pierre Brully, pastor de la iglesia francesa de Estrasburgo, predica en Tournai y en Valencienes. Y es a los franceses a quienes dirige la Carta a los Nicodemitas que exhorta a los fieles a abandonar francamente la iglesia romana. En 1556, Guy de Brés funda en Lille la primera «iglesia erigida», sobre el modelo ginebrino. En los años siguientes se organizan numerosas comunidades en el Flandes francés, en Amberes y, pronto, en Holanda y Zelanda. En Francia, los reformados de la capital eligen en 1555 un pastor y forman un consistorio. Cuatro años más tarde, hay 34 iglesias erigidas e innumerables comunidades pequeñas; en 1561 se cuentan más de 670 iglesias.
Estas iglesias nacionales poseen una confesión de fe y una disciplina. En el caso de Francia, en el pr imer sínodo nacional, que tuvo lugar en París clandestinamente del 26 al 28 de mayo de 1559, estaban representadas 72 iglesias y participaron en él los enviados de Calvino. La Confesión, en 40 artículos, recoge lo esencial del pensamiento del reformador de Ginebra. Pero se deja sitio también a los símbolos de Nicea y de Atanasio, mientras que Calvino no reconocía conformes a las Escrituras más que los de los Apóstoles. Las iglesias locales se organizan según el modelo ginebrino: los pastores son elegidos por los consistorios (ancianos y pastores). Los sínodos provinciales y nacionales aseguran la comunidad de la fe. Desde el coloquio de Poissy (septiembre-octubre de 1561), el calvinismo representa la Reforma francesa. En los Países Bajos, en 1561-62, la Iglesia valona y flamenca aceptan la Confessio bélgica. Ahí también se conserva estrictamente la ortodoxia calvinista. Por el contrario, la disciplina deja mayor iniciativa a los fieles, pues es su asamblea, y no el consistorio, quien elige ministros, diáconos y pastores.
Organizadas así y apoyadas desde el exterior, las Iglesias reformadas de Francia y de los Países Bajos, a pesar de las persecuciones, progresan rápidamente en los años sucesivos. Más adelante haremos referencia a su historia política.
b) El calvinismo estuvo también a punto de triunfar en las Islas Británicas después de la muerte de Enrique VIII en Inglaterra y bajo la regencia de María de Guisa en Escocia. Mientras el primer calvinista escocés, Georges Wishart, era ejecutado en 1546, el movimiento reformador, frenado por el rey en sus últimos años, recibía en Inglaterra el refuerzo de numerosos emigrados continentales: Pierre Martyr Vermigli y Bernard Ochino, humanistas italianos adheridos a la Reforma, que huían de la Inquisición; Bucer, obligado a abandonar Estrasburgo después de su rechazo a suscribir el Interim de Augsburgo y que enseñó en Cambridge hasta su muerte en 1551. Las ideas calvinistas influían sobre las posiciones del primado Cranmer y de Hugh Latimer e inspiraban algunos actos del Protector encargado de gobernar el reino, al no tener el nuevo soberano, Eduardo VI, más que nueve años. Somerset estableció así una nueva liturgia, totalmente en inglés (Book of Common Prayer, de 1549 y luego de 1552, más claramente alejada del oficio romano y subrayando bien el carácter no sacrificial del culto). Una comisión de teólogos prepara una confesión de fe, aprobada por el joven rey el 12 de junio de 1553. Al mantener una Iglesia de Estado, jerarquizada y sometida al poder temporal, adopta las principales tesis calvinistas.
Un escocés, John Knox (1505-1572), depor tado en 1547 por sus ideas religiosas e instalado en Inglaterra, había aconsejado a Somerset y a Eduardo VI. Expulsado de Inglaterra por el advenimiento de María Tudor, recorre Francia, pasa por Ginebra y organiza una iglesia en Frankfurt para los refugiados ingleses, en la que introduce un estricto calvinismo. La rebelión de los escoceses contra la regente María de Guisa le permite volver a su patria en 1559. Propone las medidas adoptadas por el Parlamento en agosto de 1560 (abolición de la jurisdicción romana, supresión de la misa) y redacta la Confesión de la Iglesia de Escocia, aprobada el mismo año por las iglesias del reino. En ella, la or todoxia calvinista es muy estricta, pero la organización de la iglesia es diferente. Para cada Iglesia local, el consistorio está formado por pastores y ancianos, y faltan los otros dos ministerios, doctores y diáconos. La elección de los pastores se remite a la congregación de fieles, sin influencia exterior. A escala nacional, una asamblea agrupa a los delegados de todas las eglesias locales. A ella compite definir la disciplina y hacerla respetar. Rápidamente, la «Kirk», aprovechándose de la debilidad y el descrédito de la joven feina María Estuardo, y de la minoría de edad de Jacobo VI, refuerza su Influencia en la vida del país. Imprime al protestantismo presbiteriano un marcado carácter de austeridad. Pero la Iglesia calvinista triunfa en Escocia cuando la Inglaterra de Isabel, olvidando la reacción del reino de María Tudor, opta por la vía media.
c) En Europa central y oriental, el calvinismo chocaba con las iglesias luteranas establecidas por los príncipes. Las fórmulas ginebrinas tentaron algunos espíritus — lo suficiente para que el pastor Westphal los criticase y atacase el Consensus tigurinus— , pero la única manera de fundar una iglesia calvinista era por medio de la conversión de los soberanos. Así, al adoptar el calvinismo, el Elector palatino Federico I II, en 1559, huce de su Estado renano un nuevo centro de difusión de la doctrina. El Catecismo de Heidelberg, preparado por dos teólogos (1563), se convierte, en la segunda mitad del siglo, en el texto de referencia del calvinismo europeo. Al integrar a la ortodoxia calvinista los valores reales negativa (predestinación a la condenación, que parecía escandalosa viniendo del Dios de Amor) y recoge, sobre la naturaleza de la comunión, el compromiso del Consensus de Zurich. A par tir de 1556 es adoptado por la iglesia de Holanda, luego por las iglesias suizas después de la muerte de Calvino y, finalmente, por los Estados alemanes, que se alinean, por voluntad de sus soberanos, junto al calvinismo (Nassau en 1578 y Bremen en 1580).
La influencia calvinista se manifiesta, igualmente y al mismo tiempo,contra el catolicismo y el luteranismo, en Hungría, en Bohemia y en Polonia. En este último país, Laski (m. 1560) intenta hacer la síntesis doctrinal de las diferentes corrientes reformadas, organizando la iglesia local sobre el modelo ginebrino. La diversidad de las posiciones era tal que el rey Segismundo Augusto II y la dieta, en 1556, proclamaron la tolerancia, al menos con respecto a los nobles y las ciudades, por la afirmación del principio «Cujus regio, ejus religio». Durante toda la segunda mitad del siglo reinó en el país una verdadera tolerancia, única en Europa. Ella permitió el desarrollo de corrientes heterodoxas como el anti-trinitarismo sociniano.
Traducción de Dolores Fonseca en "Historia Moderna" publicación de Ediciones Akal, Madrid, España, 1998, pp.118-126, Títulos originales: Le XVIe siécle. Autores: B. Bennassar, J. Jacquart, Le XVIIe siécle. Autor: F. Lebrun, Le XVIIIe siécle. Autores: M. Denis, N. Blayau, Librairie Armand Colin, Paris. Digitación, adaptación y ilustración de Leopoldo Costa.
La aparición de Calvino
En marzo de 1536 aparece en Basilea una gran obra en latín: "Chrislianae Religionis Institutio", dedicada al rey de Francia. Su autor es un joven clérigo, ya conocido, que desea aclarar las posiciones de los reformistas y dar a los fieles una interpretación verdadera de las Escrituras.
a) La formación de Calvino recuerda más la de Zuinglio que la de Lutero. Nace en Noyon, donde su padre es secretario del obispo. Naturalmente, se piensa hacer de él un hombre de la Iglesia. A par tir de los 14 años se le concede un beneficio, y estudia en el colegio de la Marche y después en el de Montaigu, donde el recuerdo de Erasmo es rechazado por el director, Noel Bédier, adversario declarado de los luteranos y de los discípulos de Lefevbre d ’Etaples, a los que confunde en un rechazo global. Calvino continúa sus estudios de derecho en Orleans y Bourges. El joven se apasiona por el humanismo, y su primera obra, en 1532, es un comentario erasmiano de Séneca, buscando las correlaciones entre estoicismo y cristianismo. Entra en contacto, desde luego, con las obras de Lutero y las ideas de los evangelistas: uno de sus maestros, Wolmar, se había convertido a la Reforma. Instalado en París, asiduo del Colegio real, Calvino opta por la nueva fe a raíz de una «conversión súbita». Participa, indudablemente, en la redacción del discurso de aper tura de curso del rector Nicolás Cop, en el que se desarrolla claramente el tema de la justificación por la fe (1533). Escándalo e intervención del Parlamento. Huye de París, renuncia a sus beneficios eclesiásticos y después, a raíz del asunto de los Placards, que desata la persecución, se refugia en el extranjero: en Estrasburgo, donde conoce a Bucer; en Friburgo, donde encuentra a Erasmo, ya anciano, y en Basilea, donde frecuenta a los sacraméntanos. A lo largo de este periplo, adquiere los conocimientos teológicos y escritúrales que le faltaban, se inquieta por las divergencias entre los reformados y se indigna con las tentativas conciliadoras de Melanchton, dispuesto a sacrificar una par te del mensaje luterano para obtener la unión de la Iglesia. Entonces decide redactar una profesión de fe para reanimar las energías: la ¡nstitutio, en su primera versión latina.
b) El texto de la Institutio aparece en un momento favorable, si se examina la situación de la Reforma en Europa. Después de los rápidos progresos de las ideas evangélicas, acogidas favorablemente en los medios en que se manifestaba más fuertemente la exigencia religiosa, reinaba cierta confusión. En Alemania del Norte y en Escandinavia, el luteranismo, al transformarse en institución del Estado, había perdido su dinamismo. Por lo demás, los conflictos políticos entre los príncipes protestantes y los príncipes católicos entrañaban una lamentable confusión entre lo espiritual y lo temporal. Melanchton, portavoz de Lutero en las dietas y en los coloquios a los que el destierro de 1521 impedía al reformador aparecer en persona, llevado del deseo de reconciliar a los cristianos, aceptaba pasar en silencio los puntos de divergencia. La confesión de Augsburgo (1530) mencionaba la posibilidad de un compromiso. En Ratisbona, en 1541, Melanchton llega a un acuerdo con el legado Contarini sobre la justificación, aceptando el sinergismo (participación del cristiano en su salvación por medio de sus obras). Por su parte, los sacramentarios se dividían: algunos, entre ellos Bucer, aceptaban la doctrina luterana sobre la Eucaristía (compromiso de Wittemberg, 1536), y otros seguían fieles al simbolismo de Zuinglio.
Pero una gran cantidad de fieles encontraba esta religión intelectualizada, un poco abstracta, incapaz de satisfacer las necesidades espirituales. Un francés, Guillaume Farel (1489-1565), antiguo discípulo de Lefevbre d’Etaples, buscaba un nuevo camino, y predicaba, en Neuchâtel primero y en Ginebra después, una versión del luteranismo que concedía bastante importancia a la asamblea de fieles, en la definición de la fe común y en la elección de los pastores. Consiguió convencer a las autoridades de Ginebra, que decidieron, en mayo de 1536 «vivir según el Evangelio y la Palabra de Dios». El fue quien pidió a Calvino, en julio de 1536, que iba camino de Estrasburgo, que se detuviera en la ciudad y le ayudara a construir en ella la Iglesia.
c) De 1536 a 1541, a través de diversas experiencias, aumenta el renombre de Calvino. Farel y Calvino tropiezan en seguida con una fuerte oposición en el seno de la burguesía y del Magistrado ginebrino. En efecto, al desear la independencia entre lu temporal y lo espiritual. Calvino quiere que la autoridad se dedique a hacer t r iunfar el evangelio. La Confesión de Fe de noviembre de 1536 debe ser jurada por los ciudadanos, pues en Cinebra existían católicos, humanistas liberales y reformados deseosos de conservar el libre examen. El conflicto madura y estalla en 1538, cuando el Magistrado prohíbe la excomunión. El 23 de abril se exilan los dos jefes de la Reforma: Farel se instala en Neuchâtel y Calvino es llamado por Bucer a Estrasburgo, donde le confía la atención a los exilados de lengua francesa. La segunda estancia en Estrasburgo termina la formación doctrinal de Calvino: redacta la segunda edición, aumentada con nuevas reflexiones, de la Institutio (agosto de 1539) y sobre todo, la traducción en francés, aparecida en 1541, que proporciona su gran difusión a la obra; precisa su pensamiento, tanto en relación con los católicos erasmianos (Epístola al cardenal Sadolet) como con las otras ramas de la Reforma (participación en la Dieta de Ratisbona en febrero de 1541); elabora su eclesiología inspirándose en el modelo estraburgués. Cuando los ginebrinos le vuelven a llamar en 1541, ya ha adquirido una reputación sin igual. Al cabo de algunos años, Ginebra se convertirá en la Nueva Roma, cosa que Wittemberg no llegó a ser nunca. Pero el éxito del calvinismo hay que buscarlo en su propia solidez doctrinal.
La ortodoxia calvinista
a) Calvino parte de la necesidad de dar a la Reforma un cuerpo lógico de doctrina, sacando todas las conclusiones de las primeras afirmaciones fundamentales de Lutero: la impotencia del hombre, la gratuidad de la salvación y la primacía absoluta de la fe. Su obra, que integra las diferentes corrientes anteriores, asombra por su claridad didáctica, por el rigor del razonamiento, y por la solidez de las referencias a las Sagradas Escrituras. La base de todo el edificio es la oposición de la transcendencia divina y, la maldad humana. El Dios de Calvino es verdaderamente el Todopoderoso, el Incognoscible (en esto, Calvino sigue siendo occamista), cuya voluntad no se puede discutir. Es el Dios que exige el sacrificio de Isaac. En lo que se refiere al hombre, después de Adán, está completamente en desgracia. Para Lutero, la voluntad humana no puede más que hacer el mal, pero Calvino no quiere atribuirle toda la responsabilidad. También la razón humana está «pervertida» y es incapaz de «mantener el recto camino para buscar la Verdad». Al elevar así a Dios y rebajar la criatura, Calvino puede acentuar aún más el carácter gratuito y asombroso de la Gracia.
b) Dios nos habla mediante las Escrituras, que establecen así un vínculo. Como en el caso de todos los reformados, Calvino plantea la primacía de las Escrituras, que contienen todo lo que Dios nos quiere dar a conocer. Pero Calvino concede una atención muy especial al Antiguo Testamento. Cristo vino para completar la ley y no para aboliría: por consiguiente, hay que conservar completa la herencia de Moisés. Estas afirmaciünes están de acuerdo con el completo rechazo de todas las tradiciones humanas.
Dios nos justifica por su gracia.
Lo mismo para Calvino que para Lutero, la fe es un puro don de Dios y está fundada en el sacrificio perfecto de Cristo, cuya resurrección es testimonio de verdad. Así se coloca al creyente en una confianza total en la Palabra de Dios, y la fe le da la voluntad de someterse a la ley. Pero la salvación sigue siendo gratuita, pues nuestra naturaleza permanece ir remediablemente inclinada al pecado, incluso después de la infusión de la gracia. Nuestra voluntad es sierva, por lo que merecemos la muerte eterna. Pero Dios predestina a la salvación, sin que podamos tener ninguna certeza ni satisfacer ninguna curiosidad. El fiel debe confiar en Dios y someterse a su juicio: «Para cada uno, su fe es suficiente testimonio de la predestinación eterna de Dios: de modo que sería un horrible sacrilegio intentar inquirir más» (Calvino, comentario de Juan, VI, 40). La doctrina de la predestinación no es nueva. Se encuentra en San Agustín y en Lutero, pero Calvino la sitúa en el primer plano (Tratado sobre la predestinación, 1552), no con la intención de inducir al fiel a la desesperación, sino para incitarlo a una total confianza en Dios. Pues para Calvino, el mismo hecho de recibir su Palabra es ya un signo de su Misericordia.
Dios nos ayuda por su Iglesia.
La verdadera Iglesia, conocida solamente por Dios, es la de los redimidos, pero la Iglesia terrestre ha sido instituida para consolar al fiel. Las oraciones, el culto y los sacramentos son otros tantos medios de rendir homenaje, de adorar la omnipotencia divina, de manifestar nuestro confiado abandono, de vivir mejor la vida de la fe. Así pues, la forma de la Iglesia no es indiferente puesto que está quer ida por Dios. Y Calvino la precisa, tanto en la ¡nstitutio, como en las famosas Disposiciones Eclesiásticas, adoptadas en Ginebra a partir de noviembre de 1541.
c) Si bien no existe el sacerdocio, en el sentido católico del término, sí existen los ministerios, dones del Espíritu Santo. Calvino distingue cuatro de entre ellos, a imitación de la Reforma Estrasburguesa: ministerio de la Palabra y de los sacramentos (pastores elegidos por sus semejantes y aprobados por el Magistrado y la comunidad), ministerio doctrinal (doctores formados con este fin, cuya tarea es precisar la interpretación de las Escrituras), ministerio de la caridad (diáconos, que deben «recibir, dispensar y conservar el bien de los pobres, cuidar a los enfermos y administrar alimentos a los pobres»), y ministerio de la corrección (ancianos que, junto con los pastores, forman el Consistorio, que vela sobre la vida de los fieles, los amonesta y los castiga). Organización muy fuerte, que contrasta con la diversidad de las iglesias luteranas, con el congregacionalismo de Farel (donde la comunidad era directamente juez en la elección de sus ministros y respecto a su adecuación para el cargo que reintroduce una disciplina muy estricta en el seno de una ortodoxia doctrinal muy firme.
Los sacramentos son instituidos por Dios para dar al fiel la fuerza de perseverar en la fe y la confianza en su elección, manifestada ya por el don de aquélla. Son algo más que una simple conmemoración (Calvino,en este caso, se encuentra más próximo a Lutero que n Zuinglio), pero no actúan más que si la fe está presente en el corazón del fiel (a la inversa de la doctrina católica, en la que actúan por su propia fuerza, «ex opere opéralo»), Calvino no admite más que dos sacramentos: el bautismo, que «nos ha sido dado por Dios, en primer lugar para servir a nuestra fe hacia él, y en segundo lugar para servir a nuestra confesión en relación con los hombres», y la comunión, que nos es dada como alimento espiritual, lo mismo que el padre nos da los bienes materiales necesarios para el cuerpo.
La posición de Calvino en relación con el problema central de la Eucaristía, que había opuesto profundamente a los discípulos de Lutero y a los de Zuinglio, es original. Lo mismo que Zuinglio, rechaza la ubicuidad material del cuerpo de Cristo: ya que se halla sentado a la derecha de) Padre, no puede estar presente en el pan y en el vino. Pero, como Lutero, acepta como verdad la fórmula evangélica: «Este es mi cuerpo, ésta es mi sangre.» En la comunión «participamos de la propia sustancia del cuerpo y la sangre de Jesucristo», pero esta participación es puramente espiritual, y las especies del pan y el vino tienen como fin «signar y confirmar esta promesa por la que Jesucristo nos dice que su carne es verdadero al imento y su sangre bebida por las que alcanzaremos la vida eterna». Esta comunión, por el misterio del Espíritu Santo, permite al fiel recibir realmente, no el cuerpo en el sentido material, sino la naturaleza humana de Cristo, con su fuerza y sus dones sobrenaturales que sustituyen nuestra debilidad. Presencia espiritual, que, como se recordará, en el caso de los hombres del siglo XVI , es inf initamente más «real» que la materialidad de los accidentes. Calvino supera así la disputa entre Roma, los luteranos y los sacraméntanos, que se aferraban a los elementos materiales del sacramento para no preocuparse más que de la comunión establecida entre Cristo y el fiel por la recepción de la comunión. Calvino recomienda recibir a menudo este alimento del alma sin inquietarse por una indignidad que es la propia condición del hombre, con confianza y deseo de vivir mejor. Solamente la Iglesia puede decidir la prohibición del acceso al sacramento de los fieles escandalizadores hasta su enmienda.
d) Desde 1541 hasta su muerte, en 1564, Calvino se esfuerza en defender esta ortodoxia que le parecía establecida sobre la misma Palabra de Dios, contra todo lo que pudiera amenazarla. En la propia Ginebra, su autoridad moral (no recibió el derecho de burgués hasta 1559 y no ocupó ningún cargo oficial) fue a menudo puesta en cuestión. El Magistrado, apoyado por una parte de la burguesía que encontraba muy duro el control del Consistorio sobre la vida pr ivada de los ciudadanos, tendía a reforzar su influencia sobre la Iglesia y rehusaba a los pastores el derecho de excomulgar a los fieles sin su permiso. El aflujo de refugiados franceses desarrollaba los sentimientos de xenofobia. Al tener mayoría de partidarios en los consejos posteriores a 1554, Calvino pudo consagrarse completamente a la Iglesia. Con ayuda de profesores de la Academia de Lausana, entre los cuales se encontraba Teodoro de Béze (1519-1605), creó, en 1559, la Academia de Ginebra, que se convirtió rápidamente en seminario internacional del calvinismo.
Calvino hizo que se exiliasen sus contradictores: el humanista Castellion en 1544 y el pastor Bolsee, que rechazaba la predestinación, en 1551. En 1533 hizo condenar a Miguel Servet, que negaba el dogma de la Trinidad, por fidelidad al Antiguo Testamento y la preocupación de preservar la Unidad de lo Divino. En sus cartas y en sus tratados exhor taba a los reformados de todos los países a af irmar su fe, a rechazar los compromisos con el catolicismo mayoritario (Epístola a los Nicodemitas, 1544) y ayudaba a la construcción de Iglesias reformadas en Francia, en Escocia y en los Países Bajos. Cont inuaba polemizando con los representantes de las otras corrientes del protestantismo para defender sus concepciones. En lo referente al problema de la comunión, aceptó en 1549 un compromiso con la iglesia de Zurich y su guarnición Bullinger: el Consensus tígurinus. que mantenía el carácter simbólico de la comunión al mismo tiempo que subrayaba la realidad de la presencia espiritual de Cristo. Este texto tuvo como consecuencia unir más estrechamente entre ellas a las iglesias suizas, a costa de chocar con los luteranos. Calvino tuvo que defender sus fórmulas contra el pastor Westphal en 1555. Murió en plena actividad, convencido de haber respondido plenamente a lo que Dios quería de él, el 27 de mayo de 1564. En esta fecha, el calvinismo había llegado ya a numerosos países y conquistado numerosos fieles.
Primeras conquistas del calvinismo
El éxito del calvinismo fue producto de la universalidad de una doctrina lógica y armoniosa y del dinamismo de una eclesiología que respondía a las necesidades de orden y encuadramiento de la mayor parte de los fieles. Pero las comunidades así formadas se pueden distinguir por algunos matices.
a) En Francia y en los Países Bajos, la propagación del calvinismo fue precoz, y su éxito, rápido. En efecto, en estas dos regiones, hacia 1540, el evangelismo se encontraba desorientado. El carácter germánico y estatista del luteranismo, la adustez del sacramentarismo y los excesos de los anabapt istas f renaban los progresos de la Reforma. En todas partes, la mayoría católica obligaba al Estado a perseguir a los herejes, y se hacía sentir la ausencia de una Iglesia organizada. A todos los que eran cautivados por las nuevas ideas, Calvino les daba lo que deseaban. Desde Ginebra, por medio de sus cartas aconsejaba a las comunidades, y proporcionaba los cuadros necesarios mediante el envío de pastores bien formados. En 1542, el Breve sumario de la fe cristiana, impreso por Etienne Dolet, tiene un acento calvinista; a par tir de 1543, Pierre Brully, pastor de la iglesia francesa de Estrasburgo, predica en Tournai y en Valencienes. Y es a los franceses a quienes dirige la Carta a los Nicodemitas que exhorta a los fieles a abandonar francamente la iglesia romana. En 1556, Guy de Brés funda en Lille la primera «iglesia erigida», sobre el modelo ginebrino. En los años siguientes se organizan numerosas comunidades en el Flandes francés, en Amberes y, pronto, en Holanda y Zelanda. En Francia, los reformados de la capital eligen en 1555 un pastor y forman un consistorio. Cuatro años más tarde, hay 34 iglesias erigidas e innumerables comunidades pequeñas; en 1561 se cuentan más de 670 iglesias.
Estas iglesias nacionales poseen una confesión de fe y una disciplina. En el caso de Francia, en el pr imer sínodo nacional, que tuvo lugar en París clandestinamente del 26 al 28 de mayo de 1559, estaban representadas 72 iglesias y participaron en él los enviados de Calvino. La Confesión, en 40 artículos, recoge lo esencial del pensamiento del reformador de Ginebra. Pero se deja sitio también a los símbolos de Nicea y de Atanasio, mientras que Calvino no reconocía conformes a las Escrituras más que los de los Apóstoles. Las iglesias locales se organizan según el modelo ginebrino: los pastores son elegidos por los consistorios (ancianos y pastores). Los sínodos provinciales y nacionales aseguran la comunidad de la fe. Desde el coloquio de Poissy (septiembre-octubre de 1561), el calvinismo representa la Reforma francesa. En los Países Bajos, en 1561-62, la Iglesia valona y flamenca aceptan la Confessio bélgica. Ahí también se conserva estrictamente la ortodoxia calvinista. Por el contrario, la disciplina deja mayor iniciativa a los fieles, pues es su asamblea, y no el consistorio, quien elige ministros, diáconos y pastores.
Organizadas así y apoyadas desde el exterior, las Iglesias reformadas de Francia y de los Países Bajos, a pesar de las persecuciones, progresan rápidamente en los años sucesivos. Más adelante haremos referencia a su historia política.
b) El calvinismo estuvo también a punto de triunfar en las Islas Británicas después de la muerte de Enrique VIII en Inglaterra y bajo la regencia de María de Guisa en Escocia. Mientras el primer calvinista escocés, Georges Wishart, era ejecutado en 1546, el movimiento reformador, frenado por el rey en sus últimos años, recibía en Inglaterra el refuerzo de numerosos emigrados continentales: Pierre Martyr Vermigli y Bernard Ochino, humanistas italianos adheridos a la Reforma, que huían de la Inquisición; Bucer, obligado a abandonar Estrasburgo después de su rechazo a suscribir el Interim de Augsburgo y que enseñó en Cambridge hasta su muerte en 1551. Las ideas calvinistas influían sobre las posiciones del primado Cranmer y de Hugh Latimer e inspiraban algunos actos del Protector encargado de gobernar el reino, al no tener el nuevo soberano, Eduardo VI, más que nueve años. Somerset estableció así una nueva liturgia, totalmente en inglés (Book of Common Prayer, de 1549 y luego de 1552, más claramente alejada del oficio romano y subrayando bien el carácter no sacrificial del culto). Una comisión de teólogos prepara una confesión de fe, aprobada por el joven rey el 12 de junio de 1553. Al mantener una Iglesia de Estado, jerarquizada y sometida al poder temporal, adopta las principales tesis calvinistas.
Un escocés, John Knox (1505-1572), depor tado en 1547 por sus ideas religiosas e instalado en Inglaterra, había aconsejado a Somerset y a Eduardo VI. Expulsado de Inglaterra por el advenimiento de María Tudor, recorre Francia, pasa por Ginebra y organiza una iglesia en Frankfurt para los refugiados ingleses, en la que introduce un estricto calvinismo. La rebelión de los escoceses contra la regente María de Guisa le permite volver a su patria en 1559. Propone las medidas adoptadas por el Parlamento en agosto de 1560 (abolición de la jurisdicción romana, supresión de la misa) y redacta la Confesión de la Iglesia de Escocia, aprobada el mismo año por las iglesias del reino. En ella, la or todoxia calvinista es muy estricta, pero la organización de la iglesia es diferente. Para cada Iglesia local, el consistorio está formado por pastores y ancianos, y faltan los otros dos ministerios, doctores y diáconos. La elección de los pastores se remite a la congregación de fieles, sin influencia exterior. A escala nacional, una asamblea agrupa a los delegados de todas las eglesias locales. A ella compite definir la disciplina y hacerla respetar. Rápidamente, la «Kirk», aprovechándose de la debilidad y el descrédito de la joven feina María Estuardo, y de la minoría de edad de Jacobo VI, refuerza su Influencia en la vida del país. Imprime al protestantismo presbiteriano un marcado carácter de austeridad. Pero la Iglesia calvinista triunfa en Escocia cuando la Inglaterra de Isabel, olvidando la reacción del reino de María Tudor, opta por la vía media.
c) En Europa central y oriental, el calvinismo chocaba con las iglesias luteranas establecidas por los príncipes. Las fórmulas ginebrinas tentaron algunos espíritus — lo suficiente para que el pastor Westphal los criticase y atacase el Consensus tigurinus— , pero la única manera de fundar una iglesia calvinista era por medio de la conversión de los soberanos. Así, al adoptar el calvinismo, el Elector palatino Federico I II, en 1559, huce de su Estado renano un nuevo centro de difusión de la doctrina. El Catecismo de Heidelberg, preparado por dos teólogos (1563), se convierte, en la segunda mitad del siglo, en el texto de referencia del calvinismo europeo. Al integrar a la ortodoxia calvinista los valores reales negativa (predestinación a la condenación, que parecía escandalosa viniendo del Dios de Amor) y recoge, sobre la naturaleza de la comunión, el compromiso del Consensus de Zurich. A par tir de 1556 es adoptado por la iglesia de Holanda, luego por las iglesias suizas después de la muerte de Calvino y, finalmente, por los Estados alemanes, que se alinean, por voluntad de sus soberanos, junto al calvinismo (Nassau en 1578 y Bremen en 1580).
La influencia calvinista se manifiesta, igualmente y al mismo tiempo,contra el catolicismo y el luteranismo, en Hungría, en Bohemia y en Polonia. En este último país, Laski (m. 1560) intenta hacer la síntesis doctrinal de las diferentes corrientes reformadas, organizando la iglesia local sobre el modelo ginebrino. La diversidad de las posiciones era tal que el rey Segismundo Augusto II y la dieta, en 1556, proclamaron la tolerancia, al menos con respecto a los nobles y las ciudades, por la afirmación del principio «Cujus regio, ejus religio». Durante toda la segunda mitad del siglo reinó en el país una verdadera tolerancia, única en Europa. Ella permitió el desarrollo de corrientes heterodoxas como el anti-trinitarismo sociniano.
Traducción de Dolores Fonseca en "Historia Moderna" publicación de Ediciones Akal, Madrid, España, 1998, pp.118-126, Títulos originales: Le XVIe siécle. Autores: B. Bennassar, J. Jacquart, Le XVIIe siécle. Autor: F. Lebrun, Le XVIIIe siécle. Autores: M. Denis, N. Blayau, Librairie Armand Colin, Paris. Digitación, adaptación y ilustración de Leopoldo Costa.
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