EL DIFÍCIL TRANCE DEL PARTO HUMANO


La explicación al uso sobre los obstáculos que plantea el alumbramiento podría andar errada.

A diferencia de otras especies de mamíferos, los bebés humanos no pueden incorporarse, comer ni caminar justo después de nacer. Pese a ello, el cerebro del neo nato es mucho más activo que el de los cachorros de perro, que nacen casi ciegos y sordos.

El ser humano es un mamífero peculiar: camina sobre dos pies y posee un cerebro desmesurado. Engendra bebés grandes, dotados de un cerebro activo y muy desarrollado, pero provistos de un cuerpo penosamente endeble. Y pese a que desde un punto de vista evolutivo resulte desfavorable, una de cada mil madres da a luz a un bebé con una cabeza demasiado voluminosa para transitar por el canal del parto y precisa una cesárea.

Casi todas las mujeres sufren dolor durante el parto, el cual se prolonga mucho más que en otros mamíferos. Un estudio dirigido en 1999 por Leah Albers, de la Universidad de Nuevo México, analizó 2500 nacimientos a término y demostró que en las madres primerizas el parto se extendía una media de nueve horas. En contraste, el alumbramiento de los monos y los simios antropoides apenas dura un par de horas. Ello explica que la ayuda a la parturienta sea un fenómeno casi universal en todas las culturas. La evolución debería favorecer los partos sencillos y de bajo riesgo, pero no sucede así en los humanos.

Para entender el porqué es preciso analizar las ventajas y los inconvenientes de los neonatos desarrollados, las caderas anchas de la madre y la carga metabólica que la gestación supone para la mujer.

El neonato humano resulta singular entre los mamíferos porque, a diferencia de otras especies uníparas, no puede ponerse en pie, caminar y alimentarse nada más nacer, como lo haría un potrilla. En cambio, su cerebro es mucho más activo que el de los cachorros de perro, que nacen ciegos y sordos. Así pues, en comparación con otros animales uníparos, los bebés humanos nacen en un estadio de desarrollo más precoz, antes de que su cuerpo pueda caminar.

Existe la creencia arraigada de que esta extraña mezcla de dos estrategias adaptativas básicas -un cerebro despierto en de poseer un cerebro inusualmente grande y una locomoción bípeda. Esta explicación se denomina el dilema obstétrico. En la especie humana, el tamaño de la cabeza del feto a término está muy ajustado a la luz del canal del parto. Según la hipótesis obstétrica, la pelvis ancha permite engendrar bebés con cerebros voluminosos pero dificulta la marcha y la carrera, actividades para las que es mejor una cadera estrecha. La solución para conciliar estas necesidades antagónicas consiste en prolongar la gestación lo máximo posible para facilitar el desarrollo del cerebro en el útero y, después, antes de que la cabeza alcance un tamaño excesivo para atravesar el canal del parto, parir antes que otros mamíferos, en términos relativos.

Pero el trabajo de la reproducción no acaba así. A lo largo del primer año de vida, el cerebro y el cuerpo del lactante siguen creciendo con el mismo ritmo acelerado que en el útero, una estrategia arriesgada que exige una gran inversión de recursos por parte de la madre. Después de haberlo acogido en el vientre durante nueve meses, esta debe seguir cuidándolo y protegiéndolo otros doce. A lo largo de todo ese tiempo nutrirá al bebé con su leche, si dejamos a un lado la reciente invención de la leche artificial y otros sucedáneos. Y, antes de que se convierta en un adulto, tendrá que dispensar múltiples cuidados y alimentos a su retoño. Por supuesto, los padres contribuyen a la procreación y pueden facilitar de forma notable la tarea de la madre si aportan el sustento o la protegen.

Tal y como Robert Martin bromea en su nuevo libro, How we do it («Cómo lo hacemos»), el cerebro nos viene dado por nuestra madre, pese a la aportación genética del padre. La progenitora satisface las enormes necesidades metabólicas del bebé y hace posible que el cerebro adquiera un tamaño notable antes y después de nacer.

La dilatada lactancia constituye el período de mayor demanda energética en la vida de una mujer. La madre puede llegar a consumir parte de su cerebro, casi un 4 por ciento de su volumen, para satisfacer las necesidades energéticas del cerebro del bebé. (Por suerte, la fracción perdida se recupera en el plazo de seis meses.) Se ha especulado que el motivo del menor tamaño corporal de las hembras de los mamíferos, en comparación con el de los machos, se debe al enorme dispendio de energía que la gestación y la lactancia suponen para ellas; de tal modo, que las necesidades energéticas de ambos sexos a lo largo de la vida quedarían igualadas.

UN PARADIGMA EN ENTREDICHO

La hipótesis obstétrica postula que los requisitos del inusual sistema locomotor humano aumentan el riesgo y el coste de la reproducción. De ser cierto, la evolución favorecería el nacimiento en etapas más tempranas del desarrollo que en los otros primates cuadrúpedos, y las madres con caderas más anchas serían menos eficientes desde el punto de vista motriz.

La idea resulta ingeniosa y fácil de entender, lo que explica su amplia aceptación, pero nuevos datos arrojan sombras de duda sobre ella. Un reciente artículo firmado por Holly Dunsworth, de la Universidad de Rhode Island, y otros colaboradores reexamina las predicciones y las pruebas que sustentan la hipótesis obstétrica y plantea una explicación alternativa. Suele afirmarse que la gestación humana es breve en comparación con la de otros primates, si se considera que el cerebro del neonalo debe crecer mucho más para alcanzar el tamaño del adulto. A primera vista, esa brevedad apoyaría una de las predicciones de la hipótesis obstétrica, esto es, que el nacimiento de los homínidos tiende a adelantarse para que la cabeza del bebé pueda atravesar el canal del parto. Pero en realidad la gestación humana se prolonga más, en términos absolutos (de 38 a 40 semanas), que la del chimpancé, el gorila y el orangután (32 semanas en el primero, y 37 o 38 semanas en los dos últimos).

Cuando Dunsworth y sus colaboradores tuvieron en cuenta el tamaño del cuerpo materno. que en los primates exhibe una correlación positiva con la duración de la gestación. comprobaron que el embarazo humano dura más, en términos relativos, que el de los grandes simios. No es de estrañar que el tercer trimestre se haga Lan largo para las futuras madres.

Otro argumento muy esgrimido en defensa de la hipótesis. obstétrica plantea que el cerebro del recién nacido es el menos desarrollado de todos los primates. Representa solo el 30 por ciento del órgano adulto, frente al 40 por ciento en los o chimpancés. Esta diferencia en el tamaño inicial del cerebro induce a pensar que los bebés nacen menos desarrollados que los demás primates.

El quid de la cuestión estriba en que el tamaño del cerebro humano adulto supera por mucho el de los otros primates por motivos totalmente ajenos al nacimiento. Por esta razón, el empleo de este parámetro como base para comparar la duración de la geslación o el tamaño cerebral del recién nacido con respecto a otros primates subestima el desarrollo humano. Pero según apunta Peter Ellison (colaborador de Dunsworth en la Universidad Harvard) en su libro Fertile Ground (2001), la pregunta pertinente es: dado el tamaño corporal materno, ¿qué tamaño cerebral puede permitirse su hijo? Se trata de un tema de oferta y demanda. El parto sobreviene cuando la madre ya no puede seguir cubriendo las necesidades nutricionales y metabólicas del bebé.

Ellison expone que el nacimiento tiene lugar cuando el feto comienza a «desfallecer de hambre». Desde esta perspectiva, el cerebro de un recién nacido no es pequeño para ser un primate, sino todo lo contrario. Los neonatos humanos presentan también un tamaño corporalgrande respecto al de otros primates, si se tienen en cuenta las dimensiones del cuerpo materno. Ambos hechos apuntan a que la gestación puede llevar al límite el metabolismo de la madre. La hipótesis obstét rica, en cambio, sugiere que el factor limitante del tamaño al nacer es la locomoción, no el metabolismo. Plantea el concepto fundamental de que las mujeres de caderas anchas (que pueden dar a luz a neonatos más grandes) verán perjudicada la locomoción.

Pero estudios minuciosos sobre el coste energético de la marcha y la carrera, entre ellos un nuevo trabajo de dos colaboradores de Dunsworth (Anna G. Warrener, de la Universidad Harvard, y Herman Pontzer, del Colegio Hunter), no respaldan tal idea. Hombres y mujeres apenas muestran diferencias en el coste y en la eficiencia de la locomoción, sin que la anchura de la cadera parezca influir. El canal del parto solo debería ampliarse tres centímetros en su parte más estrecha para facilitar el paso de un bebé cuyo cerebro representase el 40 por ciento del tamaño adulto, como sucede en los chimpancés.

Tal incremento no entorpecería notablemente la locomoción, puesto que muchas mujeres ya poseen caderas anchas. El conflicto entre los bebés con cerebros voluminosos y el bipedismo podría ser más teórico que real.

¿QUÉ CUESTA FORMAR UN BEBÉ?

La demostración de que los bebés no son más precoces que otros primates reviste interés, pero no ha permitido identificar los factores que limitan su tamaño cerebral. Dunsworth y sus colaboradores proponen que las restricciones met abólicas que debe soportar la madre condicionan la duración del embarazo y el crecimiento del feto. Han bautizado esta idea como «hipótesis energética de la gestación y el crecimiento».

A medida que el cerebro y el cuerpo crecen, la demanda energética del feto aumenta de forma exponencial. Llega un momento en que la madre ya no puede colmar las necesidades del feto y se desencadena el parto. El recién nacido sigue dependiendo de la madre, que, solícita, lo alimenta y lo cuida mientras su cerebro se desarrolla al mismo ritmo que antes de nacer. En el útero, el feto forma parte de la madre, pero al nacer el bebé se sitúa en un nivel t ráfico por encima de ella; se alimenta de ella como un parásito y le impone una mayor demanda metabólica. No obst ante, las necesidades del bebé cambian y este asimila más ácidos grasos de cadena larga, esenciales para el crecimiento cerebral. Como la leche mat erna representa un vehículo mucho mejor para él que la placenta, el nacimiento no supone problema alguno.

La hipótesis obstétrica no ha quedado caduca; tan solo se halla en entredicho. Pero convencer a los que han crecido intelectualmente con ese paradigma de que reconsideren otra hipótesis puede resultar difícil. Cuando Dunsworth imparte una charla sobre la hipótesis energética, resume una conversación que ejemplifica ese desafío:

«A menudo me preguntan: "¿Por qué entonces la pelvis no se ensancha para facilitar el parto?" A lo que siempre contesto: "Porque ya posee suficiente amplitud. Lo demuestran los 7000 millones de personas que pueblan el planeta". Pero tal respuesta no convence a la mayoría de los que la plantean. Y cuando aducen que el estrecho margen de espacio al nacer es demasiada casualidad para pasarlo por alto, yo les pregunto:

"¿No es solo mera coincidencia que mi dedo encaje perfectamente en el agujero de mi nariz?" Dunsworth tiene razón. La adaptación evolutiva no tiene por qué ser perfecta, solo suficiente. Talvez la pelvis femenina se haya adaptado al tamaño cerebral del feto, en lugar de haberlo limitado. Aun así, no contamos con ninguna razón clara que explique por qué el bebé encaja tan justo en el canal del parto. El tamaño de la pelvis podría verse limitado por un factor que no se ha tenido en cuenta todavía en los estudios de locomoción, como la velocidad, el equilibrio o el riesgo de lesiones. O, talvez, una simple cuestión de economía determina ese estrecho margen de espacio entre la pelvis y el cerebro del recién nacido. Una tercera posibilidad es que el nacimiento humano no siempre haya entrañado dificultad; solo se habría convertido en un problema a raíz del aumento de la talla del neonato, propiciado por la mejora en la alimentación. La hipótesis obstétrica y la energética no son mutuamente excluyentes.

El conflicto evolutivo que convierte el parto humano en un: t rance difícil podría no est ribar en la disyuntiva entre andar o correr y parir, sino entre las necesidades metabólicas del feto y la capacidad de la madre para cubrirlas. Quizás el problema no solo sea dar a luz a un bebé con un cerebro de gran tamaño. Talvez la auténtica dificultad consista en engendrarlo.

Texto de Pat Shipman en "Investigación y Ciencia", (edición española de Scientific American), n.452, mayo 2014. pp. 36-40. Digitalizacion, adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.

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