HISTORIA DE LOS BORGIA
I. El Cardenal Borgia
El más interesante de los Papas de la época del Renacimiento nació en Játiva, España, el 1 de enero de 1431. Sus padres eran primos, ambos Borjas, una familia noble y de cierta influencia. Rodrigo recibió su educación en Játiva, Valencia y Bolonia. Cuando su tío fue ascendido a cardenal, más tarde convertido en el Papa Calixto III, una nueva y amplia vía se abrió para este joven ambicioso dentro de la carrera eclesiástica. Una vez en Italia tradujo su nombre Borja por uno de sonido más italiano: Borgia y fue convertido en cardenal con tan sólo veinticinco años; un año más tarde recibió el título de vicecanciller, convirtiéndose de tal forma, en cabeza de la Curia. Cumplió con sus obligaciones de forma efectiva, ganándose cierta reputación como buen administrador, manteniendo una vida austera y formando un importante grupo de amistades. Hasta los treinta y siete no se ordenó sacerdote.
Fue un hombre tan atractivo durante su juventud, elegante en sus maneras, persuasiva su elocuencia, y alegre de temperamento que a las mujeres les resultaba difícil resistírsele. Habiendo sido criado dentro de los parámetros morales más relajados de la Italia del siglo XV, se entregó sin reservas a los placeres de la carne, decidiendo disfrutar de todas las bendiciones que de Dios había recibido. Pío II le recriminó su asistencia a "un indecente baile"(1460) pero aún así el Papa supo disculpar al joven Rodrigo permitiéndole continuar como vicecanciller y consejero personal. En ese año, su primer hijo, Pedro Luis, nació, y probablemente también su hija Girolama quien se casó en 1482; las madres de ambos niños permanecen siendo desconocidas. Pedro vivió en España hasta que, en 1488 fue llamado a Roma por su padre muriendo poco tiempo después. En 1464 Rodrigo acompañó a Pío II en un viaje a Ancona, donde contrajo una enfermedad venérea "porque -como dijo su médico- no había dormido sólo".
Hacia 1466 formó una relación más estrecha con Vanozza de Catanei, una muchacha de veinticuatro años casada con Domenico d´Árignano, quién abandonó a su esposa en 1476. Vanozza concibió cuatro hijos de Rodrigo (se había ordenado sacerdote en 1468), el primero Giovanni (1478), Cesar en 1476, más tarde en 1480 nació la hermosa Lucrezia, y por último, en 1481 Giofe. Sobre la tumba de su madre el nombre de cada hijo fue escrito y por su padre siempre reconocidos. Semejante unión persistente y prácticamente monógama, en comparación con otros eclesiásticos, podría definirse de estabilidad y fidelidad, Roscoe decía: " Su unión a Vanozza parece ser sincera y uniforme, y aunque su relación necesariamente ha de ser desaprobada, él la trataba como a su esposa legítima. Fue un padre atento y benévolo; fue una pena que sus esfuerzos por hacer prosperar a sus hijos no siempre reportaran gloria a la Iglesia". Cuando Rodrigo ambicionó el trono papal se convirtió en un "marido" tolerante para Vanozza y le ayudó a acrecentar su fortuna. Enviudó dos veces, casada de nuevo, vivió en un modesto retiro disfrutando de los triunfos de sus hijos pero lamentando el verse separada de ellos, ganó cierta fama de piadosa y murió a los setentiséis años de edad dejando todas sus propiedades a la Iglesia. León X envió a su chambelán en representación papal el día de su funeral.
Lo cierto es que se debería olvidar una tradición histórica que se ha ocupado de envilecer el nombre de Alejandro VI para juzgar a este Papa con unos criterios más actuales y no dejarnos impresionar por el morboso juego que ha dado su bibliografía a numerosa literatura, incluso erótica. Sus pecados, considerados en su tiempo como canónicos y mortales, podrían ser calificados hoy en día como veniales y perdonables. Tendríamos que tener en cuenta que la opinión general en el tiempo que Rodrigo se convirtió en Papa era más indulgente con las libertades sexuales que se perpetraban contra el celibato eclesiástico. El mismo Pío II abogó y defendió la posibilidad de matrimonio para los sacerdotes; Sixto IV tuvo varios hijos; Inocencio VIII incluso metió a los suyos en el Vaticano. Muchos condenaron y reprobaban la moral de Rodrigo, pero de hecho nadie lo mencionó a la hora de elegir al sucesor de Inocencio en el cónclave. Cinco papas, también el virtuoso Nicolás V, le habían otorgado lucrativos beneficios durante todos estos años a sus servicios, le habían confiado complicadas tareas y dado puestos de responsabilidad sin, aparentemente, tener en cuenta su exuberante capacidad procreadora. Por el contrario, lo que de este hombre era realmente remarcable en 1492 era que había sido distinguido como vicecanciller durante treinta y cinco años y confirmado en este cargo por cinco Papas distintos, encargándose de administrar de forma laboriosa y competente.
Iacopo da Voltera le describía así: " un hombre dotado de un intelecto capaz de cualquier cosa y gran sentido común; ávido argumentador, de naturaleza astuta y con una maravillosa habilidad resolviendo diligencias".
Era popular en Roma, cuando se supo que Granada había sido conquistado por los Reyes Católicos celebró el acontecimiento deleitando a los romanos con una corrida de toros por todo lo alto.
Quizás los cardenales que se reunieron en el cónclave de agosto de 1492 estaban también interesados en su fortuna pues en tantos años se había convertido en el cardenal más rico- a excepción de d´Estouteville- que en Roma se pudiera recordar. Muchos confiaron en recibir cuantiosas dádivas en recompensa por votarle, y no les falló; Infessura describió este proceso como "la distribución evangélica de sus bienes entre los pobres" no se trataba de un método inusual, cada candidato lo había utilizado en muchos cónclaves pasados, hoy en día los políticos hacen lo mismo. El voto decisivo corrió a cuenta del cardenal Gherardo, de noventiséis años de edad, y prácticamente falto de la entera posesión de sus facultades. Finalmente se eligió a Rodrigo Borgia por mayoría absoluta (10 de agosto de1492). Cuando se le preguntó qué nombre respondería contestó: "por el de Alejandro Magno, el Invencible". Fue un pagano comienzo para un pontificado pagano.
II. Alejandro IV
La selección del cónclave coincidió con la opinión pública, nunca una coronación papal había supuesto tantas celebraciones populares. El pueblo se vio deleitado por una panorámica cabalgada de blancos caballos, figuras alegóricas, tapices y dibujos, caballeros y grandes, tropas de arqueros y jinetes turcos, setecientos sacerdotes, cardenales ataviados de sus ropajes más coloridos, y finalmente, Alejandro VI en persona, sesenta y un años pero de figura majestuosa, rebosante de salud, energía y orgullo, "de sereno semblante y sobresaliente dignidad" relataba un testigo "parecía un emperador incluso cuando bendecía a la multitud", sólo unas cuantas mentes sobrias, como por ejemplo Giuliano della Rovere y Giovanni de Medici, expresaron su aprehensión hacia el nuevo Papa, conocido como un padre protector, se sospechaba acertadamente que utilizaría todo su poder para engrandecer a su familia más que fortalecer a la Iglesia.
Comenzó bien. En los treinta y seis días que corrieron entre la muerte de Inocencio y la coronación de Alejandro VI se registraron en Roma 220 asesinatos, el Papa hizo del primer asesino capturado un ejemplo de escarmiento: el reo fue ahorcado junto a su hermano y su casa destruida. La ciudad aprobó estas severas medidas; el crimen bajó y el orden fue restaurado en Roma; toda Italia se congratulaba de que una la Iglesia estuviera bajo la autoridad de un hombre estricto.
El Arte y la Literatura eran símbolos de su tiempo. Alejandro hizo posible la construcción de numerosos monumentos y edificios tanto dentro como fuera de Roma; financió un nuevo tejado para Santa María Maggiore con el oro americano que le habían regalado los Reyes Católicos; remodeló el Mausoleo de Adriano en el fortificado Castillo de Sant´ Angelo, redecorando su interior además de proporcionarle celdas para prisioneros. Mandó construir un corredor cubierto entre el castillo y el Vaticano, el mismo que le dio cobijo durante el ataque de Carlos VIII en 1494 y salvó a Clemente VII de la emboscada luterana acaecida durante el saqueo de Roma. Pinturicchio se comprometió a adornar el Appartamento Borgia en el Vaticano, cuatro de estos seis cuartos fueron restaurados y abiertos para el público bajo el papado de León XIII, una luneta en uno de estos cuartos representa un retrato de Alejandro VI- una sonriente imagen vestida majestuosamente.
En otro de los aposentos una Virgen enseñando al Niño a leer fue descrita por Vasari (Vasari II, Pinturicchio.) como el retrato de Guilia Farnese de la que se decía ser la amante del Papa. Vasari añade que el cuadro contenía "la cabeza del Papa Alejandro adorándola" pero no se encuentra visible en la pintura.
Reconstruyó la Universidad de Roma, empresa para la que mandó llamar a distinguidos maestros. Le gustaba el teatro, para su diversión y entretenimiento los estudiantes de la Academia Romana eran contratados para representar comedias y ballets para sus festivales familiares privados. Prefería la música ligera a la densa filosofía. En 1501 restableció la censura sobre publicaciones bajo edicto requiriendo que ningún libro sería publicado sin la autorización y aprobación del arzobispo local, sin embargo permitió una amplia libertad para la sátira y el debate, "Roma es una ciudad libre" dijo el Papa al embajador Ferrarese "una ciudad donde todo el mundo puede escribir y decir lo que le plazca; se me critica mucho, pero a mí no me importa"
Su oficina administrativa fue, en los primeros años de su pontificado, inusualmente eficaz, Inocencio VIII había dejador grandes deudas a cargo del tesoro de la Iglesia lo cual le supuso al nuevo Papa toda su habilidad financiera, tarea que le llevó cerca de dos años. El número de empleados del Vaticano fue reducido, gastos recortados y las cuentas estrictamente guardadas y anotadas. Alejandro representó el laborioso ritual de sus diligencias con fidelidad pero con la impaciencia propia de un hombre ocupado. Su maestro de ceremonias era un alemán, Joham Burchard, que contribuyó a perpetuar su fama e infamia anotando todo lo sucedido en un Diarium, incluyendo muchas de las cosas que el Papa hubiera preferido no mencionar.
A los cardenales que le apoyaron en el cónclave el Papa obsequió y recompensó generosamente. Unos años después de su elección creó doce nuevos cardenalicios, mucho de ellos fueron hombres que contaban con verdaderas habilidades, algunos fueron escogidos en virtud de intereses políticos necesarios de conciliar; dos eran escandalosamente jóvenes- Ipplito d´Este, de quince años y Cesar Borgia, que tan sólo tenía 18 años; uno de ellos, Alessandro Farnese debía su ascenso a su hermana Guilia, de quien se creía que era la amante del Papa, los romanos, de afiladas lenguas, apodaron a Farnesse il cardenale della gonnela, sin saber que el mismo Alessandro se convertiría años más tarde en Pablo III. El cardenal de más influencia entre aquellos más ancianos, Guiliano della Rovere, se exasperó al descubrir que, habiendo tenido gran poder sobre la voluntad de Inocencio VIII, tenía poco que hacer con Alejandro VI, quien hizo al Cardenal Sforza su principal consejero. Furioso Giuliano armó una guardia en Ostia y embarcó hacia Francia donde embelesó a Carlos VIII animándole a invadir Roma, reunir un concilio y deponer a Alejandro bajo la acusación de simonía.
Mientras tanto, Alejandro trataba de plantarle cara a los problemas propios de un pontificado que se regía bajo los diversos poderes que en ese momento reinaban en Italia. Los Estados Pontificios habían caído de nuevo en manos de los dictadores locales, quienes, llamándose a sí mismos vicarios de la Iglesia, habían aprovechado la oportunidad que les había proporcionado la debilidad de Inocencio VIII para restablecer prácticamente la independencia que habían perdido sus predecesores. Algunas de las ciudades pontificias eran controladas por consejos locales. La primera tarea de Alejandro consistió en unir todos los Estados Pontificios bajo una administración centralizada: la labor fue encomendada a Cesar Borgia, cumpliendo con su cometido con tal eficacia y rapidez que despertó la admiración del mismo Maquiavelo.
En el seno de Roma latía un problema más inmediato y alarmante, la turbulenta autonomía de los nobles, teóricamente subjetiva pero de hecho hostil y peligrosa. La fragilidad del papado desde Bonifacio VIII (1303) había permitido a estos barones mantener un feudo medieval con soberanía sobre los estados, creando sus propias leyes y jurisprudencia, organizando ejércitos privados, promoviendo conflictos internos que arruinaban el comercio. Para hacernos una idea de estos abusos baste con decir que poco después de la ascensión de Alejandro VI Franceschetto Cibó vendió, por la suma de 40,000 ducados los estados que su padre, Inocencio VIII le había dejado, a Virginio Orsini.
Orsini regía un alto puesto en el ejército napolitano, había recibido de Ferrante la mayoría del dinero que le permitió la compra, de hecho Nápoles había conseguido de esta guisa dos fuertes en territorio papal.
La respuesta de Alejandro no se hizo esperar, formó una alianza con Venecia, Milán, Ferrara y Siena, reuniendo un ejército y fortificando la barrera que separaba Sant´Angelo y el Vaticano. Fernando II de España, temiendo que un ataque combinado sobre Nápoles acabaría con el poder de Aragón sobre Italia persuadió al Papa para que negociara con Ferrante. Orsini entregó a Alejandro VI 40,000 ducados en concepto de pago para obtener el derecho de mantener su compra, al mismo tiempo que el Pontífice comprometía a su hijo Giofre, de trece años, con Sancia, la preciosa nieta del rey napolitano (1494).
En recompensa por su feliz mediación, el Papa concedió a Fernando el Católico las dos Américas. Colón había descubierto Las Indias dos meses después de la sucesión de Alejandro, Juan II de Portugal reivindicó el derecho a esas tierras en virtud de la Bula que el Papa Calixto III le había acreditado en 1479, la cual confirmaba su derecho sobre todas las tierras de la costa atlántica, además de esta, el pacto de Alçasovas que firmó España con Portugal reconociendo estos derechos, tenían confirmación en otras dos Bulas papales, la "Aeteris regis" de 1481 y la Bula "Romanus pontifex" de Nicolás V otorgada en 1455 que hacía alusión a estos mismos temas.
Alejandro VI concedió a los Reyes Católicos tres bulas paralelas a las que ya tenía Portugal: una de donación de tierras e islas descubiertas o por descubrir. Otra de concesión de privilegios en las tierras descubiertas referentes a su evangelización y una tercera de demarcación, que delimitase la navegación de castellanos y portugueses en el Atlántico.
Su publicación proporcionaba el título de dominio y dotaban a España de exclusividad bajo pena de excomunión para aquellos que no las respetasen. La Bulas, extendidas en este contexto fueron las siguientes: "Inter Coetera"(3 mayo 1493) "Inter Coetera" (4 de mayo 1493) "Eximiae Devotionis (3 de mayo 1493), "Piis fidelium" (25 de junio 1493) y por último" "Dudum siquidem" (26 de septiembre de 1493). Conocidos estos principios, los Reyes de Castilla podían navegar, descubrir y apropiarse de las tierras concedidas al oeste del Atlántico, mientras que a los portugueses les correspondería las halladas al este.
Salvaguardados los derechos portugueses al Sur de las Canarias y hacia la India, nadie podía aferrarse a estas concesiones ya que se otorgaban de motu propio por la Santa Sede. No habiendo lesión de derechos, no hay que suponer intrigas y presiones en la concesión de las Bulas. Sin embargo las Bulas no obligaban a nada, concedían mucho y eran la expresión de la habilidad diplomática exterior de Fernando el Católico. En cualquier caso las Bulas se concedían bajo el supuesto de que las tierras descubiertas no estuvieran habitadas por cristianos, comprometiéndose los conquistadores en la labor de convertir a los nuevos súbditos a la fe verdadera. La "garantía papal" meramente confirmaba la conquista por la espada, pero preservó la paz entre los dos poderes peninsulares. Parece que a nadie le preocupó que los paganos nativos tuvieran ninguna clase de derechos. Este tema fue posteriormente desarrollado por el Padre Las Casas, Sepúlveda y el Padre Vitoria.
Mientras Alejandro VI se disponía a distribuir y repartir continentes no le resultaba, en cambio, tan fácil contener al propio Vaticano. Cuando muere Ferrante de Nápoles (1494), Carlos VIII decide invadir Italia y restablecer Nápoles bajo autoridad francesa. Temiendo el Papa su deposición, Alejandro VI se aventuró a solicitar ayuda al Sultán turco, en julio de 1494, envió un secretario papal, Giorgio Bocciardo para alertar a Bajazet II de la inminente invasión de Carlos VIII, este, tomaría Nápoles, depondría o controlaría al Sumo Pontífice y usaría a Djem como pretendiente al trono del Imperio Otomano en una cruzada contra Constantinopla. Alejandro proponía al Sultán hacer causa común frente a Francia, unido a Nápoles y Venecia. Bajazet recibió al emisario con toda la cortesía propia de oriente, y le mandó de regreso con los 40,000 ducados que supondrían la manutención de Djem y saludos a Alejandro. En la ciudad de Seniagallia Bocciardo fue apresado por Giovanni della Rovere, hermano del ofendido cardenal; los 40,000 ducados fueron confiscados junto a las cinco cartas del sultán para el Papa. Una de estas cartas proponía a Alejandro ordenar la muerte de Djem y enviar su cadáver a Constantinopla, además de prometerle la suma de 3000,000 ducados "con los que Su alteza podrá comprar dominios para sus hijos", el Cardenal della Rovere se apresuró en hacer copias de estas cartas y enviarlas al rey francés. Alejandro alegó una conspiración en su contra, diciendo que las cartas habían sido falsificadas y la historia inventada. La evidencia histórica mantiene la autenticidad de la misiva papal pero sostiene que las contestaciones fueron probablemente falsificadas. (Cambrige, Modern History, I) Venecia y Nápoles habían entrado en negociaciones similares con los turcos.
Carlos VIII marchó hacia Italia, avanzó por Milán y Florencia hasta que llegó hasta Roma en diciembre de 1494; una escuadra naval asedió el puesto de Ostia- el importante puerto romano en la boca de Tiber- amenazando con sabotear el envío de grano desde Sicilia. Mucho cardenales, incluso Ascanio Sforza, se declararon a favor del Rey; la mitad de los cardenales en Roma se aliaron con él en un intento para deponer al Papa. Alejandro se refugió en el Castillo de Sant´Angelo, enviando delegados para tratar con el conquistador. Carlos no pretendía deponer al Papa ya que esta acción supondría enemistarse con España, su meta era Nápoles. Pactó la paz con Alejandro VI bajo la condición de proporcionarle un salvoconducto para su ejército a través del Latium y el perdón para todos los cardenales que le hubieran apoyado. Alejandro retornó al Vaticano, disfrutó de las tres genuflexiones que Carlos VI hizo ante él mientras de él recibía obediencia formal y todos los planes para deponer al Papa fracasaron. El 25 de enero de 1494 Carlos se trasladó a Nápoles llevándose consigo a Djem quien murió un mes después de bronquitis, la leyenda negra cuenta que fue el mismo Alejandro quien envenenó al turco, pero hoy en día esta tesis está completamente rechazada.
Una vez los franceses hubieran marchado, Alejandro recuperó su valentía y se convenció de la necesidad de fortalecer los Estados Pontificios creando un importante ejército con un ejemplar general al mando que librara a los papas de dominación secular. Junto a Venecia, Alemania y España formó la Santa Liga (31 de marzo de 1495) para mutua defensa y protección frente a los turcos, y secretamente, con el fin de expulsar a los franceses de Italia. Carlos VIII sospechando las intenciones del Papa volvió a Roma a través de Pisa; Alejandro, para evitarle, permaneció refugiado en Orvieto y Perugia, una vez embarcó Carlos hacia Francia, volvió triunfante el Papa a Roma; demandó de Florencia su unión a la Santa Liga y silenció a Savonarola, fiel aliado del rey francés. Reorganizó el ejército papal, poniendo al frente a su hijo mayor Giovanni enviándole a reconquistar para su mayor gloria las insurrectas fortalezas de Orsini (1496). Pero no era Giovanni el hijo destinado a cumplir la labor de general: fue vencido en Soriano y retornó a Roma hundido en la desgracia muriendo poco después.
Alejandro recobró los dominios vendidos a Orsini además de capturar el puerto de Ostia arrebatándoselo a los franceses, fue entonces, triunfante y victorioso sobre todos los obstáculos, cuando mandó a Pinturicchio pintar sobre las paredes de los aposentos papales del Castillo de Sant´Ángelo los frescos que representaban el triunfo del Papa sobre el Rey.
III. El Pecador
Roma aplaudía su labor dentro de la administración interna además de su carrera diplomática, sin embargo le reprobaba sus escarceos amorosos, criticaba la forma en la que hacía a sus hijos prosperar y le escandalizaba que se hubiera rodeado de españoles despreciando a los italianos dentro de la curia. Un centenar de familiares españoles del Papa se había congregado en Roma, un observador comentaría: "Ni siquiera diez papados hubieran bastado para dar cobijo a tanto primo" El mismo Alejandro era a estas alturas de la Historia completamente italiano en su cultura, política y maneras, pero seguía amando España: hablaba en español constantemente con sus hijos Lucrezia y Cesar, elevó a diecinueve españoles a la categoría de cardenal y se rodeó de sirvientes catalanes. Los romanos, heridos en su orgullo, le apodaron "el Papa marrano" haciendo burla de su ascendencia judía conversa; Alejandro se excusaba explicando que muchos italianos, especialmente aquellos del Colegio Cardenalicio, le habían traicionado, cuando no, habían sido desleales, y que debía apoyarse sobre un núcleo de fieles colaboradores que le debieran lealtad.
Según Creighton: " en las precarias condiciones en las que se encontraba la política italiana los aliados no eran dignos de confianza a no ser que su fidelidad estuviera fundamentada en motivos interesados; de tal forma, Alejandro VI utilizó el matrimonio de sus hijos como método para asegurarse la lealtad de un partido político a su alrededor que fuera fuerte e influyente. En realidad él no confiaba en nadie salvo en sus hijos a quienes veía como instrumentos políticos para llevar a cabo sus planes" (M. Creighton, History of the Papacy During the period of the Reformation )
Durante un tiempo mantuvo la esperanza de que su hijo Giovanni le ayudara a defender y proteger los Estados Pontificios, pero Giovanni había heredado el gusto de su padre por las mujeres, no su capacidad de mando, percibiendo que de sus hijos el único competente para participar en el juego de la política italiana en aquella época tan violenta era Cesar, Alejandro le concedió todo lo necesario para financiar el creciente poder de su hijo.
También fue la dulce Lucrezia instrumento de sus fines. El cariño que el padre procesaba por la hija le llevó a tales demostraciones de ternura que las lenguas viperinas le acusaron de incesto e imaginaron una mórbida historia que le situaban como un competidor más, que junto a los hermanos de Lucrezia, luchaban por su amor. En dos ocasiones el Papa tuvo que ausentarse de Roma dejando a su hija encargada de sus aposentos en el Vaticano, con autoridad para abrir su correspondencia y atender todo el trabajo rutinario, semejante delegación de poder a una mujer era frecuente en las casas reinantes- tales como Ferrara, Urbino, Mantua- pero en Roma era motivo de shock y escándalo.
La ciudad le había perdonado su relación amorosa con Vanozza, incluso se maravillaba con Guilia; la Farnese nació con el don de la belleza, causaba admiración y fascinación allí por donde pasaba, pero aún más su cabellera dorada que, cuando la dejaba suelta, llegándole hasta los pies, contaban que hacía hervir la sangre de cualquier hombre. Sus amigos la llamaban "La Bella". Sanudo hablaba de ella como "la favorita del Papa, una joven de extraordinaria belleza, comprensiva, graciosa y gentil"; en 1493 Infessura la describió como la concubina del Papa en el relato que hizo sobre el banquete nupcial que se celebró en el Vaticano con motivo de la boda de Lucrezia; el Historiador Matarazzo utilizó el mismo término para Giulia y un ingenioso florentino la tildó sposa di Cristo, un adjetivo normalmente reservado para la Iglesia. Guilia dio luz a una hija, Laura, registrada oficialmente como concebida por el marido de esta, Orsino Orsini, pero reconocida por el cardenal Alessandro Farnese como la hija de Alejandro VI. No existe ninguna duda sobre la sensualidad del Papa español, un síntoma incompatible con el celibato. Él era un hombre y como tal se sentía; parece ser que creía, junto a muchos eclesiásticos de su época, que el celibato clerical era un error, y que deberían tener permitido gozar de la compañía de una mujer.
En el otro lado, la devoción que sentía por sus hijos, muchas veces olvidándose de sus deberes para con la Iglesia, podría bien utilizarse como argumento para defender la sabiduría con la que el canon del celibato fue escrito.
¿Fue su fe pretendida? Probablemente no; en sus cartas, incluso aquellas que mandaba a Giulia, están llenas de frases piadosas que no son indispensables en la correspondencia privada. Él era un hombre de acción, había absorbido la moral laxa y relajada de la época, sólo esporádicamente notaba cierta contradicción entre la ética cristiana y su vida. Parece que él sentía que, en sus circunstancias, la Iglesia necesitaba un estadista y no un santo; él admiraba la santidad pero creía que pertenecía más al mundo monacal y la vida privada que al hombre que cada día debía atender a diplomáticos sin escrúpulos y déspotas expansionistas. Acabó utilizando sus mismas armas.
Necesitaba financiación para su gobierno y sus guerras: vendió cargos eclesiásticos, se apoderó de los dominios de los cardenales difuntos y explotó el año jubileo de 1500 al máximo. Dispensaciones y divorcios eran concedidos como la parte lucrativa de un negocio político: si Enrique VIII de Inglaterra hubiera tenido que tratar sobre su anulación con Alejandro probablemente la Iglesia Anglicana como tal no existiría hoy en día.
Aparte de alargar el jubileo asegurando indulgencia plenaria a todos los cristianos que a Roma peregrinaran, para enriquecer sus arcas nombró doce nuevos cardenales cuya asignación no se debía a sus méritos sino más bien hasta cuanto ascendía la suma que podían ofrecer, pagando en total 120,000 ducados al Papa.
En contra de la opinión general que alegaba el envenenamiento de aquellos cardenales o enemigos que se tomaban demasiado tiempo para fallecer de muerte natural, por orden tanto de Alejandro como de Cesar Borgia, podemos aceptar provisionalmente la conclusión a la que ha llegado las más recientes investigaciones- "no hay evidencia de que Alejandro VI envenenara a nadie", esta teoría no le libra enteramente de culpa pues sigue bajo sospecha; en realidad estas sospechas nacieron de las sátiras, panfletos y demás que se utilizaban como armas arrojadizas entre familias enfrentadas: Infessura servía a los Colonna con su pluma, Mancione valía tanto como un regimiento para los Savelli. Alejandro, como parte de la campaña contra los nobles, publicó en 1501 una bula detallando todos los vicios y pecados de los Savelli y los Colonna. Como podemos observar estos "documentos" bien valieron para crear la leyenda negra que persigue al Papa Borgia dibujándole como un monstruo de perversión y crueldad. Alejandro ganó la batalla armada, pero sus nobles enemigos encabezados por el Papa Julio II ganaron la batalla de la palabra, convirtiendo de esta forma la leyenda en Historia.
Pero Alejandro tenía debilidades y la mayor de ellas era su hijo Giovanni a quien quería incluso más que a Lucrezia, el Duque de Gandía era guapo, simpático, y un buen hijo. Cuando Alejandro conoció la noticia de su muerte se sintió tan lleno de dolor que se encerró y dejó de alimentarse, se decía que sus lamentos se podían oír en las calles. Ordenó la busca y captura de sus asesinos pero pronto se dio por vencido y dejó que el crimen permaneciera en el misterio. Cuando el Papa recobró el autocontrol reunió a los cardenales (19 de junio de 1497), recibió las condolencias y les dijo: "He querido al Duque de Gandía más que a nada en este mundo" atribuyó la pena como la carga más pesada que hubiera podido recibir del cielo y posteriormente anunció: "Nos, estamos dispuestos a resolver y enmendar nuestra vida, y reformar la Iglesia...en lo sucesivo los beneficios se otorgarán sólo a aquellos que los merecen y de acuerdo con los votos de los cardenales. Renunciaremos a todo nepotismo. Comenzaremos por reformarnos a nosotros mismos y procederemos después con cada parte de la Iglesia hasta que nuestra labor sea completada"
Un comité de seis cardenales fue elegido para crear un programa de reforma. Esta labor fue tan clarividente y la bula de reforma presentada a Alejandro tan excelente que, sus previsiones puestas en práctica hubieran, probablemente, salvado a la Iglesia tanto de la Reforma como de la Contrarreforma. Sin embargo, la necesidad de financiar el ambicioso proyecto político de Alejandro no permitió llevar a cabo este programa.
IV. Cesar Borgia
Alejandro tenía sobrados motivos para estar orgulloso de su hijo: Cesar era un atractivo hombre de cabellos rubios, alto, fuerte y valiente. Pensar que este personaje era más bien un monstruo es no profundizar en la evidencia. Uno de sus contemporáneos le describía como: "un joven de gran inteligencia y excelente disposición, alegre y siempre de buen humor" otro escribía que era: "incluso más guapo que su hermano el Duque de Gandía"
La gente no podía dejar de apreciar su garbo, destreza en el mando y una actitud superior que tiene todo aquel que cree haber heredado el mundo, las mujeres le admiraban pero encontraban difícil enamorarse de él puesto que, al contrario que su padre y sus hermanos, no era el sexo femenino lo principal en su escala de prioridades. Estudió derecho en la Universidad de Perrugia y, aunque no dedicaba demasiado tiempo a los libros considerados "culturizantes", escribía versos de vez en cuando y tenía buen gusto para el arte: cuando el Cardenal Raffaello Riario desdeñó el cuadro de un cupido, obra de un joven y desconocido artista florentino llamado Miguel Ángel Buonarroti, fue Cesar quien pagó una buena suma por obtener la obra.
Claramente su carrera eclesiástica no era vocacional, Alejandro le hizo arzobispo de Valencia en 1492 y cardenal un año después, en realidad Cesar nunca se ordenó sacerdote. Desde que una ley canónica prohibía ordenar cardenales a hijos bastardos, Alejandro en una Bula publicada el 19 de Septiembre de 1482 lo declaró hijo legítimo de Vanozza y d´Arignano. En 1497, poco después de la muerte de Giovanni, Cesar fue a Nápoles como delegado papal en la coronación del Rey de Nápoles; quizás le impresionara este acto porque a la vuelta le pidió insistentemente a su padre que le dejara renunciar sus votos y a su carrera eclesiástica. No había forma de escapar a este destino a no ser que Alejandro admitiera públicamente que Cesar era su hijo ilegítimo, cosa que hizo consiguiendo que inmediatamente la ordenación de cardenal fuera invalidada (17 agosto de 1498). Restaurada su ilegitimidad, Cesar retornó al juego político.
El matrimonio de Cesar se solucionó cuando Louis XII pidió al Papa la anulación de su matrimonio, al que había sido forzado, y que según él, nunca había sido consumado. En octubre de1498, Alejandro envió a Cesar partir hacia Francia con el decreto de divorcio para el Rey. Encantado con el divorcio y más feliz aún ante la posibilidad de casarse con Anne de Bretaña, viuda de Carlos VIII, Louis ofreció a Cesar la mano de Charlotte d´Albret, hermana del Rey de Navarra; además hizo del hijo del Papa duque de Valentinois y Diois, dos territorios franceses sobre los que el papado tenía ciertos derechos.
El matrimonio selló una alianza entre el Pontífice y un Rey que planeaba abiertamente invadir Italia para tomar bajo su poder Milán y Nápoles. Este pacto rompió la alianza de la Santa Liga que Alejandro había ayudado a formar en 1495, preparando de este modo el escenario propicio para las guerras de Julio II.
Alejandro por fin había encontrado al general que tanto ansiaba para que llevara a las fuerzas armadas de la Iglesia hacia la reconquista de los Estados Pontificios.
Louis XII contribuyó a la causa con ejército bien equipado, aunque pequeño para luchar contra una docena de déspotas, pero Cesar estaba ansioso por partir hacia la victoria. Para añadir un arma espiritual, el Papa proclamó una solemne Bula declarando que: Caterina Sforza y su hijo Octavio dominaban Imola y Forlí-- Pandolfo Malatesta dominaba Rimini-- Giulio Varano dominaba Camerino—Astorre Manfredi dominaba Faenza—Guidobaldo dominaba Urbino—Giovanni Sforza dominaba Pesaro—sólo porque habían usurpado todas estas tierras, propiedades y derechos a la Iglesia, perpetrando la justicia y la ley; eran tiranos que habían explotado a sus súbditos y abusado de sus poderes, y como tales debían ser expulsados, si no por su propia resignación, por la fuerza de la espada.
Posiblemente lo que Alejandro pretendía era unificar un reinado para dejárselo en herencia a su hijo. El mismo Cesar soñaba con esta posibilidad; Maquiavelo así lo hubiera deseado, enorgulleciéndose ante la visión de una Italia unida y bajo el poder de un hombre fuerte e inteligente que echara a todos los invasores. Al final de su vida, Cesar, lamentaría no tener otra meta que recuperar los estados de la Iglesia para la Iglesia, y que se contentaría con que el gobernador de la Romagna fuera vasallo del Papa.
En enero de 1500, Cesar y su ejército marchó a través de los Apeninos hacia Forlí e Imola donde ganó el pulso del asedio a Caterina Sforza. La reconquista pasó por ofrecer una convincente suma de dinero a Paolo Orsini para que se uniera a las fuerzas papales con su ejército; Paolo le apoyó junto a otras familias nobles que siguieron su ejemplo, de la misma forma reclutó los soldados de Baglioni, señor de Perugia, y comprometió a Vitelli para liderar la artillería. Louis XII le envió un pequeño regimiento pero Cesar no necesitaba ya de la ayudada francesa. En septiembre de 1500 atacó los castillos ocupados por los hostiles Colonna y Savelli en el Latium. Uno tras otro fueron entregándose. A lo largo del siguiente año Cesar guió sus tropas con valentía, coraje y audacia, demostrando tener grandes dotes de mando y estrategia militar, utilizó la astucia para seducir al enemigo, ganarse aliados, persuadió a los más reticentes para que le apoyaran, trató con cortesía a los vencidos y se ganó una merecida fama de brillante militar. El 20 de julio se rindió el último enemigo del Papa, Camerino, y por fin todos los Estados Pontificios volvieron a ser Pontificios. Entusiasmado Maquiavelo escribió sobre él: "Es un Señor espléndido y magnífico y tan audaz que cualquier empresa por difícil que sea la maneja como si fuera sencilla . Par ganar gloria y dominios se roba a sí mismo su reposo, y no conoce ni el peligro ni la fatiga. Llega antes que sus propósitos hayan sido comprendidos. Se hace querer entre sus soldados, eligiendo para ello a los mejores de toda Italia. Estas cosas son las que le han hecho victoriosos y formidable, junto a la ayuda perpetua de la buenasuerte".
Por el otro lado Italia estaba plagado de personas que deseaban su desgracia. Venecia, aunque le había convertido en ciudadano honorífico (gentiluomo di Venezia) le molestaba ver cómo los Estados Pontificios eran de nuevo fuertes y controlaban la costa Adriática. Pisa y Florencia le temían, los Colonna y Savielli, y en menor grado Orsini, habían sido arruinados por sus conquistas, creando una coalición en su contra. Incluso sus propios hombres que habían liderado brillantemente sus tropas, no estaban tan seguros de que no fueran sus dominios los próximos en ser atacados. Vitelli reunió a todos estos hombres y familias resentidas y amenazadas para crear una organización cuyo fin era volver las tropas en contra de su general, capturarle y asesinarle, terminando con su dominio sobre la Romagana y los marquesados, restaurando a sus antiguos señores.
La conspiración comenzó con brillantes victorias, sin embargo Cesar actuó con rapidez apropiándose de la herencia que había dejado el Cardenal Ferrari, financiando un nuevo ejército de 6000 hombres. Mientras tanto Alejandro negoció individualmente con los conspiradores, haciéndoles solemnes promesas, y ganándo de muchos de ellos su obediencia. A finales de octubre la conjura había fracasado y todos sellaron la paz con Cesar.
En cuanto a la vida marital del general esta fue prácticamente nula, Cesar veía su matrimonio como una cuestión de estado y por lo tanto no se sentía obligado a mostrar ningún amor por su esposa. La había dejado con su familia en Francia a donde ocasionalmente escribía y le mandaba regalos, esta le había dado una hija durante las guerras pero no volvió a verla. La Duquesa de Valentinois vivió una modesta y retirada vida en Bourges, esperando que su marido la mandara llamar, cuando Cesar, al final de su vida, se encontró arruinado y desertado ella intentó llegar hasta él y a su muerte vistió la casa de luto donde permaneció encerrada hasta su muerte.
Parece que el único afecto real que Cesar sentía era por su hermana Lucrezia , a quien amaba tanto como se puede amar a una esposa. A pesar de los peligros que para él representaba el ir a visitarla a Ferrara donde ella se encontraba enferma, Cesar se desvió de su camino hasta llegar a su casa donde en sus brazos la sostuvo mientras los médicos la sangraban y no se apartó de su lecho hasta que Lucrezia mejoró considerablemente. Cesar no estaba hecho para el matrimonio; tuvo muchas amantes pero ninguna le duró excesivo tiempo, estaba demasiado consumido por el ansia de poder que no podía permitir que ninguna mujer le apartara de su camino.
En Roma vivía retiradamente, trabajando de noche y asistiendo a pocos actos diurnos. Trabajaba muy duro en los asuntos pertinentes a los Estados de la Iglesia y siempre encontraba tiempo para asistir las necesidades de sus dominios. Aquellos que le conocían le admiraban y respetaban, era popular entre sus soldados a pesar de su severidad y la disciplina que les imponía.
Su vida apartada le hacía blanco de sospechas y sátiras, sobre todo de feos rumores que embajadores hostiles y aristócratas enemigos inventaban o extendían. Muchos de estos rumores acusaban a los Borgia de envenenar a ricos cardenales para heredar sus fortunas, uno de estos asesinatos fue confesado por un sirviente bajo tortura, quien contó que había asesinado al cardenal Micheli por orden de Alejandro y Cesar. Un historiador del siglo veinte no daría ningún tipo de credibilidad a las confesiones arrancadas bajo tortura.
La estadística prueba que la mortalidad entre cardenales fue tan elevada durante el papado de Alejandro como en el de sus predecesores y sucesores, pero no hay duda de que en aquella época era peligroso ser cardenal y rico. Isabella d´Este escribió a su marido previniéndole contra Cesar de quien no creía tuviera ningún escrúpulo incluso con su propia familia, parece ser que la cuñada creyó la historia que acusaba a Cesar de haber asesinado a su hermano, el Duque de Gandía. Los cotilleos en Roma hablaban de cierto veneno, con base de arsénico, que vertido sobre la bebida o la comida, actuaba lentamente sin posibilidad de ser detectado en una autopsia. Los historiadores han rechazado comúnmente la teoría de los famosos venenos del Renacimiento como parte de una leyenda, pero creen que efectivamente existieron algunos casos de envenenamiento por orden del Papa a pesar de la falta de evidencia.
Algunas historias aún peores se contaban sobre Cesar: para divertir a Lucrezia y a su padre, éste organizaba una fila de reos de muerte a los que atravesaba con sus flechas en un acto de destreza. A estas leyendas podríamos añadir múltiples orgías con cortesanas desnudas correteando por los aposentos de Cesar, además de la acusación de incesto, puesto que se creía que el amor que Lucrezia y Cesar sentía el uno por el otro era algo menos casto que puramente filial
V. Lucrezia Borgia
Alejandro admiraba y hasta temía a su hijo, pero adoraba a su hija con todo la intensidad con la que era capaz. Parece ser que se deleitaba con su moderada belleza, su precioso y largo cabello color sol (tan pesado que incluso le daba dolores de cabeza) y en la devoción que la hija sentía por su padre. No era particularmente bella, pero fue descrita en su juventud como dolce ciera (dulce rostro) una expresión que permanecería hasta su muerte a pesar de los horrores que tuvo que vivir: divorcios, asesinatos, intrigas...
Como todas las italianas de su tiempo que lo podían permitir fue a un convento para recibir una completa educación. Auna edad que desconocemos se trasladó de la casa de su madre a la casa de una prima de su padre, Donna Adriana Mila, donde conoció a la nuera de su tía, Guilia Farnese, con quien entabló una sincera amistad que duraría hasta el resto de sus días. Favorecida por la buena fortuna, Lucrecia vivió una infancia feliz y acomodada.
Esta sensación de felicidad duraría hasta su primer matrimonio. Probablemente no se sintió ofendida cuando su padre le escogió un marido; este era el procedimiento normal para todas las mujeres de su clase. Alejandro, como cualquier otro soberano, pensaba que los matrimonios de sus hijos debían avanzar al mismo son con el que los intereses de su estado. Nápoles era por entonces hostil a Roma y Milán era enemiga de Nápoles; de tal forma que su primer matrimonio, a la edad de trece años, fue con Giovanni Sforza, de veintiséis, Señor de Pesaro y sobrino de Ludovico, regente de Milán (1493) Alejandro preparó la casa de los recién casados en un lugar cerca del Vaticano para poder tener a su hija próxima a él. Pero Sforza debía vivir en Pesaro buena parte del año llevándose con él a su joven esposa. Ella languidecía en tan lejanas costas, tan remotas de su padre y más aún de la vida bulliciosa y cosmopolita que Roma le ofrecía; después de unos meses volvió de nuevo a la capital donde se reencontraría con su marido más tarde. El 14 de julio de 1497 Alejandro pidió a Sforza que consintiera en la anulación de su unión matrimonial a causa de su impotencia—la única causa reconocida por la ley canónica para la anulación de un matrimonio legítimo. Lucrezia, quizás por pena, quizás por vergüenza se retiró a un convento. Unos días más tarde el Duque de Gandía era asesinado, las malas lenguas sugirieron que el crimen había sido cometido bajo las órdenes de Sforza, quien celoso se vengaba de Giovanni Borgia por haber intentado seducir a su esposa. El marido negó su impotencia y acusó a Alejandro de tener relaciones incestuosas con su hija. El Papa congregó un comité de investigación, liderado por dos cardenales, para averiguar si el matrimonio había sido consumado. Lucrezia con todo el aplomo del que fue capaz se sometió a las pruebas, y se le aseguró a Alejandro que Lucrezia era todavía virgen. Ludovico propuso a su sobrino demostrar que no era impotente delante de una delegación papal en Milán, Giovanni declinó la oferta pero firmó una admisión formal en la que declaraba que el matrimonio nunca había sido consumado, le devolvió a Lucrezia su dote de 31,000 ducados y en diciembre de 1497 el enlace era anulado.
Es posible que Alejandro hubiera roto el matrimonio con la intención de hacer mejores alianzas políticas, pero es más probable que Lucrezia contara la verdad acerca de la consumación. En cualquiera de los casos el Papa no iba a dejar a su hija soltera. Con la intención de acercarse a su enemigo, Alejandro, propuso al Rey Federico la unión de Lucrezia con Don Alfonso, Duque de Bisceglie. El Rey accedió y un documento oficial fue firmado en junio de 1498, en agosto la boda era celebrada en el Vaticano.
Lucrezia facilitó enormemente las cosas enamorándose de su marido. Ella tenía entonces dieciocho años y él diecisiete, pero las cosas empeorarían por culpa de la mala fortuna y la política. Cesar Borgia rechazado en Nápoles, buscó novia en Francia (octubre de 1498); Alejandro entraba de esta forma en una alianza con Louis XII, el declarado enemigo de Nápoles. El joven Duque de Bisceglie enfermaba viendo como la Roma en donde vivía se llenaba de agentes franceses: marchó hacia Nápoles. A Lucrezia se le rompió el corazón, para entretenerla Alejandro la hizo regente de Spoleto (agosto 1499); Alfonso se reunió allí con ella; Alejandro les fue a visitar a Nepi y se los llevó con él a Roma donde Lucrezia tuvo su primer hijo, al que llamaron Rodrigo en honor de su padre.
Pero el mayor problema de la joven pareja residía el odio acérrimo que se procesaban los dos cuñados. , quizás por el carácter temperamental de Alfonso o tal vez porque Cesar representaba la alianza con los franceses. En la noche del 15 de julio de 1500 unos bandidos atacaron a Alfonso cuando volvía de la catedral de San Pedro, fue herido de gravedad pero se las arregló para llegar hasta la casa del Cardenal de Santa María en Portico. Lucrezia se desmayó al ver las condiciones en las que se hallaba su joven marido, le atendió día y noche junto a su hermana Sancia. Alejandro envió una guardia de dieciséis hombres para protegerle de posibles nuevos ataques. Cierto día mientras Cesar paseaba por un jardín cercano, Alfonso convencido de que aquel era el hombre que había contratado a la banda que le había intentado asesinar, tomó arco y flecha disparando a Cesar en el corazón. La flecha falló su propósito por muy poco y Cesar no estaba dispuesto a darle una segunda oportunidad a su enemigo: mandó sus guardias al cuarto de Alfonso, teóricamente a darle una lección, pero le ahogaron con una almohada hasta que murió. Alejandro aceptó la muerte de Alfonso según la versión que le dio Cesar, encargó para Alfonso un pequeño funeral, e hizo lo imposible por animar a la inconsolable Lucrezia.
Se retiró a Nepi, donde escribió cartas firmándolas como la infelicissima principessa, ordenando misas para el descanso del alma de su difunto marido. Aunque parezca extraño, Cesar la fue a visitar a Nepi solamente dos meses y medio después del asesinato de Alfonso. Lucrezia era influenciable y paciente; parece ser que ella entendía la muerte de Alfonso como la defensa que su hermano tenía que hacer frente al que había atentado contra su vida. No parece que ella creyera que hubiera sido Cesar el hombre que contratara a los infructuosos bandidos que intentaron matar a su marido, aunque esta la posible explicación de otro de los misterios del Renacimiento. Durante el resto de su vida dio muestras más que suficientes de que quería a su hermano, quizás porque, como su padre, él también la adoraba con intensidad. Pudiera ser que por estos motivos tanto en Roma como en la rencorosa Nápoles la siguieron acusando de incesto; un de las plumas de la época la llamó: "La hija del Papa, esposa y nuera" Estas perfidias se las tomó también con cierta resignación. Todos los estudiosos de la época actualmente coinciden en que todos estos cargos fueron crueles calumnias, pero semejantes acusaciones tan escabrosas han perdurado a través de los tiempos. (Cambrige, Modern History)
Que Cesar matara a Alfonso con la intención de confirmar una nueva alianza política es improbable. Tras un periodo de luto Lucrezia fue ofrecida en noviembre de 1500 al Duque Ercole de Ferrara para casarla con su hijo Alfonso, y no fue hasta septiembre de 1501 que sonaron las campanas de boda. Como ni Ercole ni su hijo habían visto a Lucrecia, siguieron los trámites diplomáticos acostumbrados de la época, pidiendo a Ferrarese, embajador en Roma, que enviara un informe sobre su persona, morales y virtudes. El embajador contestó con lo siguiente:
Ilustrísimo Señor: Hoy durante la cena, Don Gerardo Saraceni y yo, hemos ido a ver a la Ilustre Madonna Lucrezia para presentarle nuestros respetos en el nombre de su Excelencia y Su Majestad Don Alfonso. Hemos tenido una larga conversación sobre distintos aspectos. Es una mujer de lo más amable e inteligente además de estar dotada de todas las bendiciones. Su Excelencia y el Ilustre Don Alfonso—según nuestra más humilde opinión—estará encantado con ella. Aparte de ser extremamente bondadosa en todos los aspectos, es modesta, tierna y decorosa. Además es una piadosa y devota cristiana, temerosa de Dios. Mañana irá a confesar y en Navidades recibirá la comunión. Es una mujer realmente hermosa, pero su encanto es aún más cautivador. Resumiendo, su carácter es tal que es imposible sospechar que exista algo "siniestro" en ella.
Don Alfonso fue convencido y envió un magnífico cortejo de caballeros para escoltar a la novia de Roma a Ferrara. Cesar Borgia equipó doscientos cavaliers para acompañarla, además de músicos y bufones para entretenerla durante el arduo camino. Alejandro, orgulloso y feliz, le procuró un cortejo de 180 personas incluyendo a cinco obispos. Vehículos especialmente diseñados para la ocasión, y 150 mulas, trasladaban su ajuar. El 6 de enero de 1502, Lucrezia comenzó su viaje por Italia para reunirse con su prometido Roma jamás había presenciado semejante espectáculo y probablemente tampoco Ferrara. Después de veintisiete días de viaje, Lucrezia fue recibida a las afueras de la ciudad por el Duque Ercole y Don Alfonso con una soberbia cabalgada de nobles, profesores, setenticinco arqueros montados, ochenta trompeteros y catorce carros llevando a las mujeres de la alta aristocracia elegantemente vestidas. Cuando la procesión llegó hasta la catedral, dos trovadores cantaron la belleza de su nueva señora. Al pasar por el palacio ducal todos los prisioneros fueron liberados, la gente se regocijaba por la llegada de la futura duquesa; y Alfonso se sentía radiante ante su encantadora prometida.
VI. El fin del poder Borgia
Los últimos años de la vida de Alejandro se desarrollaron en relativa calma y prosperidad.
Su hija estaba casada felizmente con un duque y era respetada por todos sus súbditos; su hijo había cumplido brillantemente con la misión de reunificar y administrar los Estados Pontificios que además florecían bajo excelente gobierno. El embajador veneciano describe al Papa, en esos últimos años, alegre y activo, con la conciencia tranquila y sin preocupaciones. En aquel momento contaba con setenta años de edad, pero en enero de 1501, el embajador decía de él que cada día parece rejuvenecer.
La tarde del 5 de agosto de 1503, Alejandro, Cesar, acompañados por algunas personas cenaron en los jardines de la villa del Cardenal Adriano da Corneto, no lejos del Vaticano. Todos permanecieron en los jardines hasta medianoche pues el calor era insoportable dentro de las casas. Seis días más tarde el Cardenal cayó enfermo con náuseas, vómitos y fiebre hasta que pereció tres días más tarde, inmediatamente después, tanto Alejandro como su hijo, tuvieron que guardar cama sufriendo los mismo síntomas que el malogrado Cardenal. Roma, como le era ya costumbre, habló de veneno; Cesar, decían las habladurías, había querido envenenar al Cardenal para asegurarse su fortuna, pero por error casi toda la comida había sido envenenada y tomada por prácticamente todos los invitados Los historiadores coinciden con los médicos que en su día trataron al Papa, quienes diagnosticaron malaria, debida a la exposición prolongada a la brisa nocturna. En el mismo mes la malaria atacó a la mitad de los sirvientes papales, probándose muchos casos como fatales, en Roma hubo cientos de muertes debidos a la misma infección durante aquella estación.
Alejandro deliró trece días batiéndose entre la vida y la muerte, de vez en cuando recobraba el sentido hasta el punto que era capaz de recitar de memoria los discursos diplomáticos; el 13 de agosto estaba jugando a las cartas. Los médicos le sangraron en repetidas ocasiones, tanto que el hombre perdió todas sus fuerzas muriendo el 18 de agosto. La leyenda cuenta que se pudo ver cómo el diablo se llevaba su alma hasta los abismos infernales.
Los romanos se alegraron de que por fin el Papa español les hubiera dejado, comenzaron las revueltas, y los "catalanes" fueron perseguidos, incluso asesinados; la ciudad perdió el control de tal forma que fue necesario que entraran las tropas armadas de Colonna y Orsini el 22 de agosto acudiendo ante las protestas del colegio cardenalicio.
Guicciardini, el florentino narraba:
"Toda la ciudad de Roma corrió con presteza hasta llegar hasta la iglesia de San Pedro donde la muchedumbre rodeó el cuerpo, no eran capaces de satisfacer su vista regocijándose ante el cadáver de quien, en su inmoderada ambición y detestable perfidia, con manifiestas actuaciones de horrible crueldad y monstruosa lujuria, vendiendo sin distinción tanto lo profano como lo sagrado, había intoxicado el mundo entero."
Maquiavelo de acuerdo con Guicciardini decía:
"Nada hizo sino decepcionar, y en nada pensó más durante toda su vida; nunca hubo hombre alguno que tanto prometiera y nada cumplió. No obstante, en todo triunfó, pues estaba bien informado sobre su parte del mundo."
Estas condenas estaban basadas en dos suposiciones: que las historias contadas en Roma sobre Alejandro eran verdad, y que los métodos utilizados por el Papa para recuperar los Estados de la Iglesia deslegitimizaban su conquista. Los historiadores católicos, aún defendiendo el derecho de Alejandro para restaurar su poder temporal, condenan sus métodos y moral, decía Pastor:
"Fue universalmente descrito como un monstruo, además de ser acusado de cualquier tipo de crimen. La investigación crítica moderna le ha juzgado con más justicia y ha rechazado gran parte de las acusaciones que se hicieron en su contra"
Los historiadores protestantes han demostrado generosa indulgencia con Alejandro VI. William Roscoe, en su ya clásica obra: "Vida y Pontificado de León X" (1827), fue de los primeros que tuvo palabras amables para definir al Papa Borgia:
"Cualesquiera fueran sus crímenes, no hay que dudar por un momento que todos fueron, sin duda, exagerados. El que fuera devoto a engrandecer su familia, y que empleara la autoridad de su elevada posición para establecer un dominio permanente sobre Italia en la persona de su hijo, es innegable; pero cuando prácticamente la totalidad de los soberanos europeos utilizaban básicamente los mismos métodos criminales para gratificar sus ambiciones, resulta injusto atribuir a Alejandro la extraordinaria infamia que le ha perseguido durante toda la Historia. Mientras que Louis de Francia y Fernando de España conspiraban conjuntamente para repartirse el reino de Nápoles, Alejandro seguramente se sentía justificado para derrocar a los turbulentos Barones, quienes, durante años, habían arrendado las tierras eclesiásticas y usado de campo de batalla para sus guerras intestinas, subyugando a sus súbditos de la Romagna, sobre quienes Alejandro tenía supremacía.
Con respecto a las acusaciones tan generalmente creídas, sobre relaciones incestuosas entre Alejandro y su propia hija... no debería ser muy difícil probar su improbabilidad. En segundo lugar, los vicios de Alejandro fueron acompañados, cuando no compensados, por sus muchas virtudes."
Aquellos que pueden comprender la sensibilidad de Alejandro hacia los encantos femeninos no pueden arrojar piedras para sepultar sus pecados amorosos. Sus desviaciones no fueron más escandalosas que aquellas de Aeneas Sylvius, quien tan buena reputación tuvo con los historiadores, o las de Julio II, al que el tiempo perdonó. No se escribió tanto sobre el apoyo que prestaron ambos papas a sus familias, pero sin duda lo hicieron. Lo cierto es que la Historia hubiera sido pintada de otro color si la Italia renacentista hubiera permitido el matrimonio de sus sacerdotes como sí lo hizo más adelante la Alemania protestante y la Inglaterra anglicana, sus pecados no fueron contra la naturaleza humana sino contra el voto de castidad, el celibato rechazado por la mitad de la Cristiandad.
Para juzgar el papel desempeñado por Alejandro en cuestiones políticas debemos distinguir entre sus propósitos y sus métodos. La meta era completamente legítima—recobrar el "Patrimonio de Pedro", que comprendía esencialmente el antiguo Latium, de los Barones feudales, tomando de los déspotas usurpadores aquello que tradicionalmente había sido los Estados de la Iglesia. Los métodos utilizados por Alejandro y su hijo Cesar eran usados por todos los estados conocidos—guerra, diplomacia, violación de tratados, deserción de aliados, traiciones etc. Cualquiera que fuera el peligro que corrió la Iglesia Católica al ser dominada por fuerzas temporales, ganó en compensación aquellos territorios de desde largo tiempo le pertenecían. Quizás nuestras mentes actuales piensen que la Iglesia debería volver a sus principios y estar en las manos pescadores galileos sin más voto que el de la pobreza y obediencia a Dios, pero en el mundo de intrigas en el que se movía la Iglesia tenía necesidad de un hombre fuerte y dominante: ganó un reino, perdió a la mitad de sus creyentes. La Reforma identificó los pecados de una Iglesia arruinada moralmente con la necesidad de cambiar aquello que más la alejaba de Dios, el Ser Supremo al que sirve.
Quizás fuera este el legado que dejara Alejandro VI, sin embargo no fue este Papa el único que contribuyó a la pobreza de principios de la Iglesia.
Csar Borgia se recuperó lentamente de la enfermedad que había matado a su padre. Mientras los médicos le sangraban las tropas de los Colonna y Orsini rápidamente recuperaban castillos y fortalezas perdidas y los señores depuestos de la Romagna, animados por Venecia, reclamaron sus antiguas tierras.
Pío III fue elegido para suceder al difunto Borgia el 22 de septiembre de 1503, un hombre íntegro, sobrino de Aeneas Sylvius, padre de una gran familia y de sesenta y cuatro años de edad. Su amistad con Cesar permitió a este regresar a Roma, sin embargo, el 18 de octubre Pío II murió.
Cesar no pudo evitar que su máximo enemigo, el Cardenal della Rovere, fuera escogido Papa el 31 de octubre de 1503 y coronado el 26 de noviembre. El fin del general estaba próximo, traicionado por Gonzalo de Córdoba, bajo órdenes de Fernando el Católico, Cesar fue enviado a España donde fue confinado en una prisión. Julio II temía una guerra civil en Italia, y apoyado por el rey español, se ocupo de aquel que podía acaudillar el fin del nuevo Papa no regresara a Italia. Recuperó su libertad en la Corte de Navarra, donde murió el 12 de marzo de 1507 luchado fieramente, sólo y desertado.
Lucrezia pudo descansar por fin en Ferrara, lejos de las habladurías y las falsas acusaciones, respetada y admirada. En Ferrara intentó olvidar todos los horrores y tribulaciones del pasado. Ariosto, Tebaldeo, Bembo, Tito y Ercole Stonzzi la alabaron a través de sus versos. Brindó a su tercer marido cuatro niños y una niña y continuó su educación aprendiendo varios idiomas. Su marido la dejaba a cargo como regente en su ausencia, cumpliendo con sus obligaciones con tan buen juicio que sus súbditos se inclinaron a perdonar a Alejandro por haberla dejado en alguna ocasión encargada del Vaticano. En los últimos años de su vida se dedicó a educar a sus hijos y atender a su respetado marido, pero también encontró tiempo para la solidaridad, empleándose en trabajos caritativos.
El 24 de junio de 1519, a los treinta y nueve años de edad, moría Lucrezia como consecuencia de su séptimo parto
By Belén Suárez de Lezo in http://www.monografias.com/trabajos5/borgia/borgia.shtml edited to be posted by LC.
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