MERCADERES Y BANQUEROS DE LA EDAD MEDIA

La Revolución Comercial

La revolución comercial de la que fue teatro la Cristiandad medieval entre los siglos XI y XIII se halla estrechamente unida a algunos grandes fenómenos de la época, y no resulta fácil determinar si fue causa o  efecto de los mismos.
En primer lugar, cesan las invasiones. En cuanto dejan de penetrar  en el corazón de la Cristiandad o de arribar a sus costas germanos, escandinavos, nómadas de las estepas eurasiáticas y sarracenos, los intercambios pacíficos  nacidos, por otra parte, modestamente en el mismo seno de las luchas  suceden a los combates. Y aquellos mundos hostiles se revelan como grandes centros de producción o de consumo: se ofrecen los granos, las pieles y los esclavos del mundo nórdico y oriental a las grandes metrópolis del mundo musulmán de las que afluyen, en cambio, los metales preciosos de África y de Asia.
La paz  relativa  sucede a las incursiones y a los pillajes, creando una seguridad que permite renovar la economía y, sobre todo, al ser menos peligrosas las rutas de tierra y de mar, acelerar si no reanudar el comercio. Más aún; al disminuir la  mortalidad por accidente y mejorar las condiciones de alimentación y las posibilidades, de subsistencia, se produce un aumento demográfico que provee a la Cristiandad de consumidores y pro¬ductores de mano de obra y un stock humano del que tomará sus hombres el comercio. Y cuando el movimiento cambia de dirección, cuando Cristiandad ataca a su vez, el gran episodio militar de las cruzadas, no será más que la fachada épica a la sombra de la cual se intensificará el comercio pacífico.
Con estas convulsiones se halla vinculado el fenómeno capital del nacimiento o renacimiento de las ciudades. En todas ellas, ya sean de nueva creación o antiguos conglomerados, la característica más importante es ahora la primacía de la función económica. Etapas de rutas comerciales, nudos de vías de comunicación, puertos marítimos o fluviales, su centro vital se encuentra junto al viejo castum feudal, núcleo militar o religioso: es el nuevo barrio de los comercios, del mercado y del transito de mercancías. El desarrollo de las ciudades está vinculado a los progresos del comercio, y en el marco urbano debemos situar el auge del mercader medieval.
No todas las regiones de la Cristiandad conocen con igual intensidad estas manifestaciones primeras de la revolución comercial. Podemos individualizar tres grandes centros donde tiende a concentrarse la actividad comercial de Europa. Como el Mediterráneo y el Mar del Norte (dominio musulmán y dominio eslavo-escandinavo) son los dos polos del comercio internacional, en las avanzadas de la Cristiandad hacia esos dos centros de atracción aparecen dos franjas de poderosas ciudades comerciales: en Italia y, en menor grado, en Provenza y en España por una parte, y en Alemania del norte por otra. De ahí el predominio en la Europa medieval de los mercaderes, el italiano y el hanseático, con sus dominios geográficos, sus métodos y su personalidad propios. Mas, entre esos dos dominios hay una zona de contacto  cuya originalidad estriba en que, desde muy pronto, añade a su función de intercambio entre ambas zonas comerciales una función productora, industrial: la Europa del noroeste, o sea la Inglaterra del sudeste, Normandía, Flandes, Champaña y las regiones del Mosa y del bajo Rin. Esta Europa del noroeste es el gran centro de la fabricación de paños y – con la Italia del norte y del centro- la única región de Europa medieval que permite hablar de industria. Junto a las mercancías del norte y de Oriente, el hanseático y el italiano van a buscar a los mercados y ferias de Champaña y de Flandes estos productos de la industria textil europea. Porque en esta primera fase de nacimiento y expansión, el mercader medieval es, sobre todo un mercader errante.

El Mercader Errante

Los caminos: El mercader encuentra muchos obstáculos a lo largo de los caminos de tierra y de agua por donde transporta sus mercancías.
Ante todo, obstáculos naturales. En tierra, hay que atravesar las montañas por caminos que, si bien no tan malos como se ha dicho a veces y más elásticos que los caminos empedrados y pavimentados de la Edad Antigua, son, sin embargo, muy rudimentarios. Si pensamos que las grandes rutas del comercio norte-sur han de cruzar los Pirineos y sobre todo los Alpes (más permeables al tráfico, pero de dificultades multiplicadas por el volumen muchos más considerable de las mercancías) nos damos cuenta en seguida de los esfuerzos y riesgos que representaba, el transporte de un cargamento desde Flandres a Italia. Y no debe olvidarse que, si bien en ciertos tramos se utiliza lo que pueda subsistir de las vías romanas, y en algunos itinerarios se encuentran carreteras de verdad, la mayoría de las veces los caminos medievales a través de campos y colinas no son otra cosa que “el lugar por donde se pasa”. A eso hay que añadir las insuficiencias del transporte.
Sin duda los progresos realizados en los medios de acarreo a partir del siglo X fueron una de las condiciones técnicas favorables, si no imprescindibles, para el desarrollo del comercio; pero, en los caminos sin pavimentar, los resultados de estos adelantos fueron muy limitados. Por eso, junto con los pesados carros de cuatro ruedas y las carretas más ligeras de dos ruedas, los animales de carga (mulas y caballos) con sus albardas y sus sacos fueron los agentes usuales de transporte.
Agreguemos a eso la inseguridad, los bandidos, los señores feudales o las ciudades ávidas de allegar recursos por medio del simple robo o por la confiscación más o menos legalizada de los cargamentos de los mercaderes. Agreguemos muy especialmente, quizás (por ser más frecuentes y más regulares) los impuestos y derechos, peajes de todas clases que los innumerables señores feudales, las ciudades o las comunidades cobraban por pasar un puente, un vado o por el simple tránsito a través de sus tierras, en tiempos de extremo parcelamiento territorial y político.
Cuando todavía estos tributos se recaudaban como pago de un efectivo mantenimiento del camino, el gasto podía parecer legítimo a los mercaderes; y a partir del S. XIII,  los señores feudales, los monasterios y los habitantes de los Burgos construyen puentes que facilitan y aumentan en tráfico del cual sacan beneficios apreciables. Pero a veces se construye a expensas de los usuarios, como fue el caso del puente colgante del Gotardo, el cual en 1237 abrió el camino más corto entre Alemania e Italia. Esos gastos sólo se atenuarán hacia fines de la Edad Media, con una política de trabajos públicos por parte de los príncipes y de los reyes, en el marco de la organización de los estados centralizados y mediante rescate sistemático de los peajes .Por lo tanto, a las fatigas y los riegos el mercader ha de añadir estos gastos ineludibles, lo que hace que el transporte terrestre resulte muy oneroso. Para los productos raros y caros (esclavos; paños de lujo; especias), el costo del transporte no representaba más del 20 al 25% del precio inicial. Pero para lo que Sapori ha llamado las “mercancías pobres”, pesadas y voluminosas y de un valor menor (granos; vinos; sal) estos gastos ascendían hasta un 100 y 150% de su valor original.
Las vías fluviales: Por eso el mercader medieval prefería las rutas navegables. Donde la navegabilidad de los ríos lo permite, se practica en gran escala el transporte de la madera por flotación y de las demás mercancías mediante barcas chatas. A este respecto, hay tres redes fluviales que por la importancia de su tráfico deben destacarse:
1) La de Italia del Norte que con el Po y sus afluentes constituía la mayor vía de navegación interior del mundo mediterráneo.
2) El Ródano, prolongado por el Mosela y el Mosa, que fue hasta el Siglo XIV el gran eje de comercio entre norte y sur.
3) El enrejado que forman los ríos flamencos, completado a partir del Siglo XII por toda una red artificial de canales y de pantanos-exclusas y que fueron para la revolución comercial del Siglo XIII lo que la red de canales ingleses fue para la revolución industrial del Siglo XVIII. Debemos añadir la vía Rin-Danubio, ligada al desarrollo económico de la Alemania central y meridional. Durante mucho tiempo fueron los mercaderes los que desempeñaron el papel preponderante en todo este trabajo de dotación.
Las vías marítimas: Pero es el transporte marítimo el medio por excelencia del comercio internacional medieval, el que hará la riqueza de estos grandes mercatores que son quienes nos interesan en particular. También en ese terreno los obstáculos siguen siendo grandes.
En primer lugar, tenemos el riesgo del naufragio y la piratería. Esta última actuó siempre en gran escala. Primero fue obra de marinos particulares que la practicaban alterándola con el comercio. Estos marinos, para el desarrollo de su actividad establecían verdaderos contratos que aseguraban su parte de beneficio a los honorables comerciantes que financiaban sus empresas. Obra también de las ciudades y del los Estados, en virtud del derecho de guerra o de un derecho de pecio ampliamente interpretado; y si bien este jus naufraggi pronto fue abolido en el Mediterráneo siguió existiendo durante mucho más tiempo en el dominio nórdico, practicado especialmente por ingleses y bretones a lo largo de una tradición ininterrumpida que conduciría a la guerra de corso de los tiempos modernos. Solamente las grandes ciudades marítimas pueden organizar convoyes regulares escoltados por naves de guerra.
Otro obstáculo es la poca capacidad de las naves. Desde luego, la revolución comercial y el crecimiento del tráfico hacen que aumente el tonelaje de las naves mercantes. Pero los pesados koggen hanseáticos adaptados al transporte de mercancías voluminosas y pesadísimas y las grandes galeras de comercio italianas, aunque alcanzan el millar de toneladas a fines de la Edad Media, no representan en conjunto más que un escaso tonelaje. La mayoría de las naves tenía menor capacidad: los koggen hanseáticos que transportaban lana inglesa y el vino francés o alemán por el mar del Norte y el Báltico, las carracas genovesas o españolas cargadas de especias y las naves rápidas venecianas que iban a buscar el algodón a los puertos de Siria y Chipre, raramente superaban las 500 tn.
Otro inconveniente es la escasa velocidad de esa navegación. A partir del S. XIII, la difusión de inventos como el timón de codaste, la vela latina, la brújula y los progresos en cartografía, permiten disminuir las trabas que significaron en la Edad Media el anclaje nocturno, el paro en invierno durante la época de vientos y el cabotaje a lo largo de las costas. Todavía a mediados del S. XV el ciclo completo de una operación de un mercader veneciano (llegada a Venecia de especias de Alejandría, reexpedición a Londres y regreso con estaño a Alejandría y nuevo cargamento de especias para Venecia) dura dos años enteros. El mercader precisa de paciencia y capitales. Por lo demás, el costo del transporte por mar es infinitamente más bajo que el transporte por tierra: el 2% del valor para la lana o la seda, el 15% para los granos y el 33% para el alumbre.

Las Ferias: Pero, en el Siglo XIII, la meta más importante del mercader errante son las ferias de Champaña.
Estas ferias tenían lugar en Lagny, en Bar-sur-Aube, en Provins y en Troyes y se sucedían a lo largo de todo el año: en enero-febrero en Lagny; en marzo-abril en Bar; las ferias de mayo-junio en Provins; la feria de San Juan en Julio-Agosto, en Troyes; la feria de San Ayoul en septiembre-noviembre, de nuevo en Provins; y la feria de San Remi en noviembre-diciembre, otra vez en Troves. Por lo tanto, había en Champaña un mercado casi permanente del mundo occidental, lo que es importantísimo. Así durante dos o cuatro meses al año reinaba en aquellas ciudades una extraordinaria animación, como la descrita en primavera por el trovador Bertrand de Bar-sur-Aube:
Para acudir a la feria, los mercaderes hicieron un viaje largo y difícil. Los italianos, que franquearon los pasos alpinos, estuvieron cinco semanas en camino. Una vez llegados precisaban alojarse. Al principio se levantaban barracas provisionales en las plazas y en las afueras de la ciudad. Luego, los habitantes alquilaron habitaciones o casas a los mercaderes. Y al final se les construyeron casas especiales, de piedra, para que resistieran los incendios y con grandes sótanos abovedados para servir de almacén a las mercaderías.
Mercaderes y habitantes gozaban de importantes privilegios y la persistencia y el auge de las ferias están íntimamente relacionados con el poder creciente de los condes de Champaña y la liberalidad de su política.
Esta liberalidad se manifiesta, en primer lugar, con los salvoconductos acordados para la extensión de las tierras condales. Y también, con la exención de todo impuesto servil sobre los terrenos donde se construyeran alojamientos y locales para los mercaderes. Los habitantes de los Burgos quedaron exentos de tributos y de toltes  a cambio de impuestos fijos rescatables. Las banálites (poyas) fueron abolidas o considerablemente limitadas.  Estos comerciantes no tenían que pagar derecho de represalias y de marca, ni derecho de albarranía y de precio. En especial, los condes aseguraban la policía de las ferias, controlaban la legalidad y la honestidad de las transacciones y garantizaban las operaciones comerciales y financieras. Para ello se crearon funcionarios especiales, los guardias de ferias; esta función pública a menudo fue confiada a burgueses, por lo menos hasta 1284, en que los reyes de Francia, dueños de la Champaña, nombraron para tales cargos en general a funcionarios reales. Además de las razones puramente económicas, el control de las operaciones financieras y el carácter semipúblico de los cambistas contribuyó a otorgar a esas ferias una de sus características más importante: el carácter de clearing en embrión, al extenderse la costumbre de pagar las deudas mediante compensación.
Pero estas ferias declinan a principios del  S. XIV. Amuchas causas se ha atribuido esta decadencia: a la inseguridad reinante en Francia en el S. XIV con motivo de la guerra de los Cien Años; al desarrollo de la industria textil italiana que originó una decadencia de la industria textil flamenca, principal proveedora de las ferias. Fenómenos ambos que conducen al abandono de la Strata francigena, la ruta francesa, gran eje de unión entre el mundo económico del Norte y el dominio mediterráneo, en beneficio de dos rutas marítimas que partiendo de Génova y de Venecia llega a Brujas y a Londres a través  del Atlántico, la Mancha y el Mar del Norte; y una ruta terrestre renana a lo largo de la cual, en los S. XIV y XV, se desarrollan las ferias de Francfort y Ginebra. Pero la decadencia de las ferias de Champaña se halla unida, sobre todo, a una transformación profunda de las estructuras comerciales, que da lugar a la aparición de un nuevo tipo de comerciante: el mercader sedentario en lugar del mercader errante. Este último era un “tragaleguas” siempre en camino; desde entonces y gracias a técnicas cada vez evolucionadas y a una organización cada vez más compleja, el mercader sedentario dirige, desde la sede central de sus negocios, toda una red de asociados o empleados que hace inútil sus viajes.

El Mercader Sedentario

Es cierto que la organización y los métodos utilizados por el mercader sedentario comenzaron a desarrollarse desde el mismo nacimiento de la revolución comercial. Pero es en los S. XIV y XV cuando alcanza su apogeo y se generalizan de tal modo que nos obliga ahora a tratar aquí a esa nueva clase de mercaderes sedentarios, verdadero centro de la tela de araña formada por sus negocios. Desde muy temprano (con fuerza cada vez más irresistible a medida que se van ampliando y diversificando los negocios) el mercader ha de buscar capitales al margen de sus propios recursos.
El problema de los créditos, que como veremos más adelante fue singularmente complicado en la Cristiandad medieval a causa de dificultades religiosas y morales, se resolvió de muy diferentes formas, de las cuales aquí sólo podemos esbozar las principales.
Existió en primer lugar, el préstamo en sus formas múltiples. Una forma importante fue la letra de cambio, que más adelante veremos cuánto representó como operación de crédito. Pero, junto al simple préstamo, debemos hacer mención especial del préstamo marítimo. Su originalidad procede del hecho de que el reembolso del préstamo estuviera supeditado al regreso del navío sano y salvo con su cargamento, salva aunte navi. Tales préstamos casi siempre tenían por límite un viaje o, más exactamente, un viaje de ida y vuelta, unidad de operación comercial por mar durante la Edad Media.
Contratos y asociaciones: Fueron especialmente diversos tipos de asociación, los que permitieron al mercader salir de su aislamiento y extender la red de sus negocios.
Una forma fundamental de asociación fue el contrato de commenda también llamado societas maris en Génova y collegantia en Venecia. En ella los contratantes se presentaban como asociados, en la medida en que había reparto de riesgos y beneficios; pero en lo demás, sus relaciones eran las de prestamistas y deudor.
En el contrato de commenda pura y simple, un comanditario anticipa a un mercader errante el capital necesario para un viaje de negocios. Si hay pérdida, el prestamista corre con todo el peso financiero y el deudor no pierde otra cosa que su negocio. Si hay ganancias, el prestamista, sin moverse de su domicilio, recobra su capital y recibe una parte de los beneficios, en general las ¾ de éstos.
En la commenda llamada específicamente societas o collegantia, el comandatario que no viaja anticipa los 2/3 del capital, en tanto que el deudor contribuye con el otro tercio y su trabajo. Si hay pérdidas, se reparten éstas proporcionalmente al capital invertido. Si hay ganancias, se dividen a medias.
En general, este tipo de contrato se firmaba por viaje. Podía especificar la naturaleza y el destino de la empresa a la vez de ciertas condiciones (Ej.: en que moneda se pagarían los beneficios), o bien dejar amplia libertad al deudor quien, con el tiempo, fue ganando independencia.
La diversidad de contratos de sociedad era mayor que el comercio terrestre, pero todos ellos pueden resumirse en dos fundamentales: la compagnia y la societas térrea. Los primeros ejemplos que se han conservado de ese tipo de contratos son venecianos y llevan el nombre especial de fraterna compagnia; pero quienes más lo utilizaron fueron los mercaderes de la ciudad del interior.
En la compagnia, los contratantes están íntimamente unidos entre sí y se reparten los riesgos, las esperanzas, las pérdidas y los beneficios. La societas térrea recuerda a la commenda. El prestamista corre con todos los riesgos de pérdida y las ganancias en general se reparten a medias. Pero hay más elasticidad en la mayoría de las cláusulas: la porción de capital invertido puede variar muchísimo; en general, la duración de la organización no se limita a un negocio o a un viaje, sino que se define por medio de un período de tiempo, casi siempre uno, dos, tres o cuatro años. Finalmente, entre estos tipos fundamentales de la compagnia y la societas, existen numerosos tipos intermedios que combinan diversos aspectos de ambos. Lamentablemente, la complejidad de tales contratos se expresa en documentos demasiados extensos para que podamos dar aquí algunos ejemplos.
Alrededor de ciertos mercaderes, ciertas familias y ciertos grupos de desarrollaron organismos complejos y poderosos a los que tradicionalmente se ha dado el nombre de compañías en el sentido moderno de la palabra. La más célebre y mejor conocidas fueron dirigidas por ilustres familias florentinas: los Peruzzi, los Bardi, los Médicis. Mas, según los historiadores que han estudiado (Sapori en primer término), es preciso señalar que pueden observarse profundas modificaciones de estructura entre las del S. XIII y XIV y las del XV, por lo menos en el dominio italiano.
Estas sociedades están basadas en contratos que sólo unen a los contratantes por una operación comercial o por una duración limitada. Mas, a pesar del carácter efímero de las operaciones particulares y de los contratos que las definen, ciertos hechos, como la renovación habitual de algunos de estos contratos y la presencia en una vasta superficie económica de los mismos nombres que aportan a empresas de primerísima importancia y por lo regular seguidas de capitales considerables, convierten a las cabezas rectoras de esas redes de negocios en jefes de organizaciones estables.
Pero en los S. XIII y XIV estas verdaderas casas comerciales están fuertemente centralizadas y tienen a la abeza a uno o varios mercaderes, que poseen una serie de sucursales y están representados por empleados asalariados fuera de la sede principal donde ellos residen o los dirigentes.
En este nivel de grandes sociedades y poderosos personajes fue donde pudieron desarrollarse verdaderos monopolios y lo que podríamos ya llamar carteles. En efecto, se ha sostenido que todas las corporaciones medievales fueron carteles que reunían comerciantes o artesanos deseosos de suprimir la competencia mutua en el mercado urbano y establecer monopolio. Pero esta opinión no sólo está probada en lo que concierne a la economía corporativa urbana, sino que además, tiende a introducir en un marco inadecuado conceptos que en realidad sólo pueden aplicarse al comercio internacional. Estas sociedades monopolistas a menudo se beneficiaron de la política colonial de ciertas ciudades o estados medievales, especialmente en Génova y Venecia.
Los  carteles más célebres son los que originó el comercio del alumbre, uno de los productos más importantes y solicitados por el mercader medieval porque constituía una de las materias primas indispensables a la industria textil, donde era empleado como corrosivo. La mayor parte del alumbre que se utilizaba se producía en las islas o en las costas del mar Egeo y en especial en Fócea, en Asia Menor. En el S. XIII su comercio pasó a ser monopolio genovés y después de Benedetto Sacaría, comerciante genovés pionero en esta empresa, una poderosa sociedad genovesa, la anaona de Quío, dominó el mercado del Alumbre en el S. XIV y comienzos del XV.
Después de la conquista turca, el alumbre oriental desapareció casi totalmente del mercado. Entonces, en 1461, se descubrieron importantes yacimientos en territorio pontificio, en Tolfa, cerca de Civitavecchia. El gobierno pontificio confió en seguida la explotación y venta a la firma de las Médicis. Así nació uno de los más extraordinarios intentos de monopolio internacional de la Edad Media. La Santa Sede destinó su parte de beneficios en la empresa a la financiación de la Cruzada contra los turcos… que no tuvo lugar. Al mismo tiempo, castigaba con la excomunión a todos los príncipes, ciudades y particulares que compraran alumbre que no fuera de Tolfa, concedía derecho a enarbolar el pabellón pontificio a las naves utilizadas por los Médicis para este comercio y  prestaba todo su apoyo a éstos para que, mediante presiones que llegaron hasta la expedición militar, obtuvieran el cierre de otras minas de alumbre existentes en la Cristiandad o bien la entrada en el cartel de sus propietarios: los reyes de Nápoles, por ejemplo, poseedores de minas en la isla de Ischia. Fue una de las mayores empresas de los Médicis.
Mercaderes y poderes políticos: Estos ejemplos nos muestran los vínculos que se crearon entre gobiernos y grandes mercaderes, sobre todo a fines de la Edad Media cuando aumentaron las necesidades de los príncipes; de ellos hablaremos al tratar del poder político de los mercaderes. Aquí nos contentaremos con decir que, en los S. XIV y XV, los préstamos a soberanos y ciudades, el arriendo de impuestos, la participación en las deudas del Estado, como por ejemplo, en Venecia y Génova, donde se estableció un fondo de deuda pública con la participación de los grandes mercaderes de aquellas dos ciudades (que se lanzaron a la especulación con esos verdaderos valores) constituyó una parte cada vez mayor de los negocios de los grandes negocios.
La prosperidad de ciertos grandes comerciantes italianos tiene su origen, en gran medida, en las operaciones financieras y comerciales que realizaba a cuenta del papado, una de las grandes potencias en dinero de la Edad Media (sobre todo en el S. XV, cuando el papado de Aviñón, al engrosar el fisco pontificio, drenó una parte de los recursos de la cristiandad hacia la caja de la curia y de la compañías italianas, sobre todo florentinas) que le servían de banqueros. Además de los beneficios propiamente financieros y comerciales de estas operaciones, los grandes mercaderes obtenían privilegios (exención de impuestos, participación en el gobierno), que tenían profundas repercusiones en su posición económica,
Era también ésa la época en que la legislación comercial se iba precisando en un sentido que, al asegurar más estabilidad y seguridad a los negocios, beneficiaba, ante todo a los mercaderes. Desde los comienzos de la revolución comercial se vio a los señores y a los soberanos y especialmente a los Papas mediante cánones conciliares, acordar su protección a los mercaderes errantes, conceder salvoconductos (uso que se remonta a la más alta Edad Media, en la que ya las inmunidades acordadas a los eclesiásticos los convertían en “comerciantes privilegiados”), hacer construir edificios especiales para albergar a los mercaderes y a sus mercancías. Ya hemos visto como el éxito de la ferias fue muy facilitado por la protección acordada a sus participantes por la autoridad temporal del lugar donde se celebraban. Iba desarrollándose una legislación comercial, al principio obra de los mismos mercaderes, como la que se realizó en el famoso Tribunal de la Mercancía de Florencia que iba a constituir una de las bases del poderío político de los grandes mercaderes florentinos; y luego se desarrollaría en escala internacional hasta insinuarse en la legislación pública.
En el dominio mediterráneo los contratos y los litigios comerciales dieron realce e hicieron proliferar una multitud de notarios, personajes éstos que fueron los auxiliares de los mercaderes a quienes deben en gran parte la fortuna que conoció su profesión y cuya función histórica se ha continuado hasta nuestros días, porque sus archivos son una de las fuentes más ricas en documentos sobre el mercader y el comercio medievales. El notario sigue al mercader donde quiera que éste vaya: se los encuentra en Armenia y en Crimea;  también a bordo de las naves y vemos a uno de ellos dar testimonio, el 16/11/1823 a la vista de las costas de Creta, a petición de unos comerciantes genoveses en ruta hacia Chipre y Armenia con sus mercancías, furiosos porque el capitán del navío hace virar hacia Bizancio.
En el dominio hanseático la función de los notarios fue desempañada por las autoridades públicas y hoy debemos recurrir a menudo a los documentos oficiales para seguir las operaciones del mercader medieval en el mundo nórdico.
Por lo demás en la Edad Media la intervención de las autoridades públicas fue en general beneficiosa para los mercaderes quienes se beneficiaron de una verdadera política económica por parte de ciertos príncipes como Luis XI “rey de los mercaderes”. Fue también a fines del S. XV cuando se definió con más precisión la legislación sobre la propiedad del subsuelo y la delimitación de las aguas territoriales.
Indudablemente, a fines de la Edad Media los vínculos cada vez más estrechos entre príncipes y mercaderes hacen correr también a los últimos riesgos mayores. La insolvencia de los soberanos tiene mucho que ver en las estrepitosas quiebras de banqueros italianos en los S. XIV y XV. Pero no sólo han intervenido otras causas en estas bancarrotas: imprudente extensión del crédito y de los negocios, función de coyuntura económica y monetaria; sino que desde muy temprano la legislación de las quiebras atenuó los efectos más duros. No sólo fueron absolutamente excepcionales las penas más extremas, condenas a muerte o sólo a prisión, sino que con mucha frecuencia se evitó hasta la venta de los bienes del que había quebrado, en pública subasta para indemnizar a los acreedores. Se extendió la costumbre de conceder al que había quebrado y se hallaba en fuga, un salvoconducto por un período durante el cual él procuraba un arreglo amistoso con sus acreedores.

Progreso de los métodos en los Siglos XIV y XV

Si bien la extensión de los negocios a partir del S. XIII llevó a algunos mercaderes a cometer imprudencias y creó ciertos riesgos, en conjunto la evolución produjo en progreso en los métodos y las técnicas que permitió vencer a reducir muchas dificultades y peligros.
El comercio marítimo recibió gran empuje gracias a la práctica de la división de los navíos en partes iguales, verdaderas acciones de las cuales una misma persona podía poseer varias. De esta forma se dividen y reparten los riesgos. Estas “partes” son una mercancía que se puede vender, hipotecar, dar en commenda y hacer entrar en el capital de una asociación.
Los seguros: Más importante todavía es el desarrollo de los métodos de seguro. Su evolución es oscura. El término securitas que designaba primitivamente un salvoconducto, parece referirse hacia fines del S. XII a una especie de contrato de seguro por el cual los mercaderes confían mercancías a alguien que, a cambio de cierta suma pagada a título se securitas, se compromete ha entregar la mercancía en determinado lugar. Hasta los S. XIV y XV no se extienden verdaderos contratos de seguro en los cuales no cabe duda que los aseguradores son distintos de los propietarios del barco.
La letra de cambio: Otros progresos de la técnica a la vez que proporcionan nuevas posibilidades al mercader, extienden y complican sus negocios.
El primero y más importante es el uso de la letra de cambio. Si bien se discute su nacimiento, sus características y su función son hoy bien conocidas gracias a los magníficos trabajos de R. de Roover. El auge de la letra de cambio debemos situarlo dentro de la evolución monetaria.
Durante la Alta Edad Media, la tendencia a la economía cerrada y la poca amplitud de los intercambios internacionales habían reducido la función de la moneda. En el comercio internacional desempeñaron papel preponderante las monedas no europeas: el nomisma bizantino, y los dinares árabes. A partir de la época carolingia en la Europa cristiana el patrón monetario era la plata, representada ante todo en el denario, también ocupó un lugar de primer orden el dirbem musulmán.
Con el auge de la revolución comercial, todo cambia en el S. XIII. Occidente vuelve a acuñar oro. A partir de 1252, Génova acuña regularmente denarios de oro y Florencia los famosos florines; a partir de 1266, Francia posee los primeros escudos de oro; a partir de 1284, Venecia tiene sus ducados; en la primera mitad del S. XIV, Flandes, Castilla, Bohemia e Inglaterra siguen el movimiento.
En adelante, en los pagos comerciales pasa a primer plano el problema del cambio. A ese respecto, además de la diversidad de moneda debe tenerse en cuenta:
a) La existencia de dos patrones paralelos: oro y plata.
b) El precios de los metales preciosos, que sufrió un alza en los S. XIV y XV. Alza que afecta en forma desigual al oro y la plata pero que, frente a las necesidades crecientes del comercio y a la imposibilidad de aumentar al mismo ritmo el numerario en circulación, a causa del estancamiento o decadencia de las minas europeas y la disminución del suministro de metales preciosos provenientes de África, delata ese fenómeno del “hambre monetaria” en la que debe situarse la actividad de los mercaderes de finales de la Edad Media. Hambre sobre todo de oro, por cuanto la plata pasa a ser relativamente abundante hacia fines del S. XV, gracias a la explotación de nuevas minas en la Alemania media y meridional. Lo cual será uno de los principales motores de los grandes descubrimientos.
c) La acción de las autoridades políticas. En efecto, el valor de las monedas estaba en poder de los gobiernos, que podían variar el índice de la misma, es decir: el peso; el título o el valor nominal. Las piezas no llevaban indicación de valor, sino que éste era fijado por las autoridades públicas que las acuñaban, valorando las monedas reales en moneda de cuenta ficticia que generalmente se expresaba en libras, céntimos y denarios derivados de un sistema que tomaba por patrón el denario de Francia, o también el denario de Flandes. De tal manera que los príncipes y las ciudades podían proceder a movimientos monetarios, mutaciones o desvalorizaciones, refuerzos o revalorizaciones. Riesgos a menudo imprevisibles para el mercader.
d) Las variaciones estacionales del mercado de dinero. A causa de la falta de datos, resulta difícil señalar la existencia en la Edad Media de ciclos económicos tal como se reconoce en tiempos modernos, el mercader medieval no tenía conciencia de ellos y no le preocupaban. Los mercaderes medievales eran sensibles a las variaciones estacionales del curso del dinero en las principales plazas europeas, variaciones debidas a las ferias, a las fechas de las cosechas y a la llegada y partida de los convoyes.
en Génova, el dinero es caro en septiembre, enero y abril en razón de la salida de los barcos… en Roma o donde se encuentra el Papa, el precio del dinero varía según el número de los beneficios vacantes y de los desplazamientos del Papa, que hace subir el precio del dinero dondequiera que se encuentre… en Valencia es caro en julio y agosto a causa del trigo y el arroz… en Montpeller hay tres ferias que originan carestía de dinero…
Tales son los datos que el mercader debe tener en cuenta para calcular los riesgos y los beneficios, y partiendo de los cuales puede desarrollar, un juego sutil fundado en la práctica de la letra de cambio.
R. de Roover: la letra de cambio era “una convención por la cual el dador… suministraba una suma de dinero al arrendador… y recibía a cambio un compromiso pagadero a término (operación de crédito), pero en otro lugar y en otra moneda (operación de cambio). Por lo tanto, todo contrato de cambio engendraba una operación de crédito y una operación de cambio, ambas íntimamente unidas”.
He aquí una letra de cambio extraída de los archivos de Francesca di Marco Datini da Prato:

Por lo tanto la letra de cambio respondía a cuatro eventuales deseos del mercader y le ofrecía cuatro posibilidades:
a) El medio de pago de una operación comercial.
b) El medio de transferir fondos entre dos plazas que utilizaban monedas diferentes.
c) Una fuente de crédito
d) Una ganancia financiera al jugar con las diferencias y variaciones del cambio en las diferentes plazas, siempre dentro del marco definido más arriba. En efecto, entre dos o tres plazas podía existir comercio de letras de cambio, además de operaciones comerciales. Este comercio de cambios fue causa de vasta especulación.
Sin embargo, indudablemente, el mercader medieval ignoraba dos prácticas que habían de desarrollarse en la época moderna: el endoso y el descuento. Aunque recientes investigaciones de Federico Melis permiten descubrir ejemplos de endoso desde principios del S. XVI en el dominio del mediterráneo; y que en el S. XV se hallan casos parecidos, quizás para obligaciones (simples órdenes de pago) en dominio hanseático.
La contabilidad: Evidentemente, tales operaciones habían de ir del brazo con los progresos en contabilidad. La teneduría de libros de comercio se hace más precisa, los métodos más sencillos y la lectura más fácil. Cierto que seguía exigiendo gran complejidad. La contabilidad se dispersaba en numerosos registros: los libros de las sucursales, de las compras, de las ventas, de las materias primas, de los depósitos de terceros, de los obreros a domicilio y como ha destacado A. Sapori, el “libro secreto” donde se consignaba el texto de la asociación, la participación de los asociados en la capital, los datos que permitían calcular en todo momento la posición de dichos asociados en la sociedad y la distribución de beneficios y pérdidas. Este libro secreto seguía siendo objeto de los principales cuidados y es el mejor conservado hasta nuestros días.
Pero se extendió la costumbre de hacer un presupuesto. Pronto todas las grandes firmas poseyeron un doble juego de registros para las cuentas abiertas a sus corresponsales en el extranjero: el complo nostro y el complo vostro, equivalente de nuestras cuentas corrientes y que todavía hacían más cómodo los pagos por compensación mediante un simple juego de asientos contables sin transferencia de numerario. (Si te cagó el hijo de puta de Daniel Arana, podés cursar álgebra Gutiérrez lunes y jueves de 19 a 21 y 21 a 23 hs. en Paternal) Y, sobre todo, se desarrolló la contabilidad por partida doble que ha podido ser calificada de revolución de la contabilidad. Sin duda los progresos no son iguales en unas regiones que en otras y hasta se ha llegado a explicar el casi monopolio de los mercaderes y banqueros italianos de la Edad Media, en una amplia zona geográfica, como resultado de su avanzada técnica comercial. Pero en el dominio hanseático podríamos hallar métodos que, aunque diferentes y quizás algo retrasados en la perspectiva de una evolución general única, demostraron no obstante la eficacia de lo que Fritz Rörig ha podido llamar “supremacía intelectual”. Señalamos que no debe exagerarse la superioridad germánica en el dominio nórdico en cuanto a escritura y contabilidad. Los famosos manuscritos sobre berestá (corteza de abedul) descubrimientos recientes demuestran que la escritura y el cálculo estaban allí más extendidos entre los autóctonos de lo que se cría. De todos modos, las técnicas italianas apenas fueron asimiladas antes del Sec. XVI por los mercaderes de las ciudades atlánticas, “cuyo arte parecía consistir en evitar al máximo el recurrir al crédito bajo todas las formas”. Si bien Wolff  ha descubierto que el crédito estaba muy extendido entre los mercaderes de Tolosa, insiste sin embargo en el carácter rudimentario de sus procedimientos.
De manera que el gran mercader-banquero sedentario reina ahora sobre todo un conjunto, cuyos hilos maneja desde su despacho, su palacio, su casa.
Un conjunto de contadores, comisionistas, representantes y empleados (los agentes) le obedecen en el extranjero.
Las categorías de los mercaderes: Con la extensión de los negocios, el mundo de los mercaderes sufre transformaciones.
El mercader flamenco errante que iba a las ferias de Champaña a llevar paños y traerse especias, ya no tiene que desplazarse. Pues las galeras de Génova y Venecia van a Brujas a cargar y descargar mercancías, los mercaderes italianos, los representantes y las sucursales de las grandes casas de Florencia, de Génova, de Luca y de Pisa se han instalado en Flandes y compradores y vendedores mantienen contactos permanentes sobre el lugar, como ocurría desde largo tiempo en Florencia, donde Giovanni Villani señalaba orgullosamente la inutilidad de las ferias, porque siempre hay mercados en Florencia. Entonces, el mercader flamenco se convierte, a domicilio, en un intermediario sedentario y pasivo: el corredor. Anuda contactos entre mercaderes extranjeros, arregla operaciones comerciales y financieras entre ellos, les procura alojamiento y almacenes y vive de comisiones que le pagan por todos esos servicios.
Se ha creado cierta especialización entre los hombres de negocios. Las categorías así formadas varían según las regiones, los países y las ciudades. Pero en el campo del comercio del dinero podemos distinguir a los lombardos, los cambistas en metales y los cambistas que son los “mercaderes banqueros” propiamente dichos.
Los lombardos son los prestamistas con prenda en garantía, los usureros que practican el préstamo de consumo a corto plazo. De manera que sus clientes raramente son grandes personajes, sino más bien gente de pequeña y media condición: clérigos, burgueses no comerciantes, nobles de segunda categoría y campesinos. Las sumas que prestan a corto plazo, durante uno; dos o tres meses, no son de uso comercial, sino que sirven para consumo personal en un período difícil para el deudor que deja en prenda objetos personales. No hay que creer que el poder económico de los lombardos fuera despreciable. Para satisfacer las necesidades de sus numerosos clientes y los gastos considerables que precisa su actividad, los lombardos se hallaban a la cabeza de importantes capitales reunidos mediante asociación familiar o merced a depósitos de terceros. A principios del S. XV, los caborsins poseen en Brujas en gran inmueble en el muelle largo de la parroquia de San Gilles, y otro más chico, donde se alojan. Pero su horizonte es limitado. Por haber querido lanzarse a operaciones en gran escala, lombardos y cahorsins de Brujas quiebran estrepitosamente en 1457. Por lo demás veremos, se hallan obstáculos en sus prácticas, expuestos a la hospitalidad pública y privada, sin posibilidades de asenso social.
Por debajo de los lombardos, están los cambistas en metales. Su banco o mesa está a la vista, en su local que da a la calle como el de todos los artesanos. Están agrupados, para facilitar las operaciones de sus clientes, que a menudo son comunes a varios de ellos. En Brujas tienen mesa cerca de la Grand-Place y de la Grande-Halle aux Draps, en Florencia tienen banchi in mercato en el viejo Mercado y en el Mercado Nuevo, en Venecia tienen banchi de scritta en el puente de Rialto, y en Génova los tienen junto a la casa de San Giorgio.

Ante todo cumplen dos funciones tradicionales: el cambio de monedas (de donde viene el nombre) y el cambio de metales preciosos, pues son los principales suministradores de moneda gracias a los metales preciosos que reciben de su clientela en lingotes o en vajilla. Según las circunstancias, exportan también esos metales preciosos, a pesar del monopolio teórico de los acuñadores. Mediante estas operaciones determinan el precio de los metales preciosos, ejercen considerable influencia sobre sus fluctuaciones y tienden a dominar su mercado.
Pero han añadido nuevas funciones a las antiguas: aceptación de depósitos y reinversiones por préstamo. Se han convertido en banqueros. Estos depósitos, la aceptación a sus grandes clientes de operaciones al descubierto, los préstamos, anticipos, inversiones y los giros por simple asiento de escrituras, los convierten en los auxiliares indispensables de los mercaderes y de la gente acomodada, todos los cuales tienen cuenta con un cambista en metales: a fines del S. XIV ése es el caso de una persona, cada treinta y cinco en Brujas y el 80% de los clientes de los cambistas en metales de Brujas tienen depósitos inferiores a 50 libras flamencas. A los cambistas en metales volveremos a encontrarlos en las esferas elevadas de la jerarquía social.
Pero en la cúspide están los que llaman en Brujas cambistas-banqueros, los que tienen en Florencia los banchi grossi, los mercaderes banqueros propiamente dichos. Su actividad sigue siendo no especializada. Al comercio de mercancías de toda clase, realizando en exportación e importación en escala internacional añaden una actividad financiera múltiple: comercio de letras de cambio, aceptación de depósitos y operaciones de crédito, participación de varias sociedades y el ejercicio del negocio de seguros. A menudo son también productores, industriales como los Médicis, que poseen en Florencia dos fábricas de paños y una de seda. Y Benedetto Zaccaría, que en el S. XIII controla desde Génova el mercado del alumbre, realiza un “fenómeno de integración” al transportarlo en barcos de su propiedad y utilizarlo en una fábrica de tintes por él montada.

¿Fue el mercader medieval un capitalista?

Claro es que ahora que se conoce mejor al mercader-banquero medieval no puede seguir aceptándose la célebre tesis de Werner Sombart, para quien el gran capitalista nació en la Edad Moderna, con el Renacimiento y la Reforma del S. XVI.
Indudablemente, vale más considerar al gran mercader como un precapitalista. Según una definición estricta del capitalismo, como la que ofrece la doctrina marxista, la Edad Media no lo conoció. Su sistema económico y social es el feudalismo y dentro de ese marco actúan los mercatores. Pero, ellos contribuyen a romper el marco, a destruir las estructuras feudales.
Al actuar sobre la evolución agrícola activada por la intrusión de capitales urbanos y precipitada por la ampliación de una economía mundial que tienen profundas repercusiones sobre los precios agrícolas e industriales, los grandes mercaderes preparan el advenimiento del capitalismo. E. A. Kosminsky ha visto en la expropiación a las clases rurales de la propiedad de la tierra, especialmente en Inglaterra (evolución en la que tomaron parte los mercaderes), la fuente de “la primera acumulación” del capital. El gran mercader medieval concreta ya los medios de producción en manos privadas y acelera el proceso de enajenación del trabajo de los obreros y de los campesinos transformándolos en asalariados. Y algunos historiadores marxistas como V. I. Ruthenburg, al estudiar las compañías florentinas del S. XIV, no han vacilado en ver en ellas los principios del capitalismo en el sentido riguroso del término. Inclusive un historiador como Frantisek Graus, que se niega a hablar de capitalismo en la Edad Media, reconoce que hay elementos de capitalismo y que, en Italia, inclusive hay algo más. Tiene razón en protestar contra concepciones anticientíficas y antihistóricas que apelan a un “capitalismo eterno” y en pedir para el estudio de las estructuras prioridad sobre el estudio de las mentalidades.
Cita también a Marx, según quien “las corporaciones medievales tendían poderosamente a impedir la transformación del maestro artesano en capitalista, al limitar a un máximo muy bajo el número de obreros que podía emplear un mismo maestro… siendo así que el poseedor de capitales o mercancías no se transforma en capitalista más que cuando lo mínimos fijados a la producción superan ampliamente el máximo medieval. Pero aquí, el autor de El Capital, tributario de los conocimientos históricos de su época, confunde con los artesanos a los grandes artesanos que poco se preocupaban, como veremos, de los reglamentos de las corporaciones y subestima considerablemente la amplitud cualitativa y cuantitativa del dominio económico y social de los mercaderes.
 No hay que olvidar que la economía medieval siguió siendo fundamentalmente rural, que el artesano predominaba en las ciudades y que los grandes negocios no son más que una capa superficial; pero, por la masa del dinero que maneja, por la extensión de sus horizontes geográficos y económicos y por sus métodos comerciales y financieros el mercader-banquero medieval es una capitalista. Lo es también por su espíritu, por su género de vida y por el lugar que ocupa en la sociedad.


By Garófalo Plosbalía in 'www.monografias.com', based in the book of Jacques Le Goff. Edited and adapted to be posted by Leopoldo Costa.

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